Almudena y la memoria

por Rafael García Rico

 

Lunes, 29 de noviembre de 2021. A veces es muy difícil que eso que llaman, desde Sartre, literatura de compromiso, combine bien con la calidad literaria, el buen gusto en la escritura, la estética y la narrativa al servicio de una buena obra, bien escrita, bien estructurada, ágil, atrayente y envolvente, bien contada y bien resuelta. Calidad y compromiso no siempre van de la mano y eso suele ser muy decepcionante. Pero sabemos muy bien reconocer lo contrario cuando nos situamos ante una obra magnífica que reúne todas las condiciones de la buena literatura y además está escrita con la finalidad de cumplir un buen propósito, algo honesto, con una pretensión que vaya más allá del entretenimiento y tiene un fin comprometido.

Eso, en mi opinión de lector apasionado es lo que mejor define a Almudena Grandes. Mi punto de vista se basa exclusivamente en su creación continua, en el rigor para hacerlo, investigando y documentando una realidad oculta para hacerla visible a través de personajes imaginados, muchos de ellos con sustento en la realidad, pero en toda su dimensión surgidos del talento de la escritora, y en historias y tramas fijadas en los hechos históricos que han anidado durante décadas en los márgenes de la historia oficial.

Rescató una memoria oculta, disuelta en la evolución democrática de la sociedad, la rescató del olvido, le dio forma, la contó bien. Creó una narrativa que apoyándose en la idea literaria de Galdós, contar los grandes acontecimientos del XIX desde la perspectiva de personajes imaginarios y anónimos que a veces eran atravesados por otros reales y poderosos, fue capaz de hacernos sentir el ritmo de la historia como el latido constante de nuestro corazón.

Almudena Grandes fue honesta y crítica. No hizo concesiones a la demagogia, ella era de izquierdas, nunca lo ocultó, ni siquiera lo disimuló

Gracias a ella, y a su compromiso literario, descubrimos una nueva versión de la épica en la derrota de aquellos que habían combatido con lealtad los terrores del siglo XX y habían caído derribados por ellos. Creó además de personajes tiernos y dignos, otros personajes siniestros que se transmutaban al ritmo de los ciclos políticos, como en El corazón helado, y habían logrado confundirse entre los buenos ciudadanos en la realidad de nuestro tiempo, inaccesibles al origen de su miseria moral.

Desde Inés y la alegría, la fantástica historia de Monzón recreada en la travesía republicana por el Valle de Arán, nuestra historia es más ancha, más certera, más cercana a la verdad que el tiempo ocultó bajo legajos y legajos de hechos históricos de tercera que los hicieron pasar durante el franquismo y esta democracia, tremendamente silente, como acontecimientos de relumbre, siendo cultural y socialmente más trascendental aquel callado y sufrido compromiso con la democracia que muchos viejos resistentes habían mantenido contra las desventuras de una vida opacada por la represión, sin que por ello la desilusión hubiese frenado sus sueños y aspiraciones.

Quienes afean el rescate de las cunetas van a las misas por Franco mientras arrojan con delirio la Constitución contra sus adversarios

Relumbre, en fin, tuvieron los hombres y mujeres del maquis, las mujeres y hombres de la resistencia antifascista – ellos sí lo eran a conciencia -, generalmente inmersos en las filas del PCE, que el mismo día de la derrota y el parte final de guerra pasaban a la clandestinidad, en el monte, las ciudades, el exilio o las cárceles, para empezar a construir nuestra democracia desde las catacumbas del terror.

Almudena Grandes fue honesta y crítica. No hizo concesiones a la demagogia, ella era de izquierdas, nunca lo ocultó, ni siquiera lo disimuló, lo refleja su obra y por eso lo sé, por eso lo sabemos todos porque era transparente, sincera y firme en sus convicciones.

En este país en el que se ha lapidado con fiereza el derecho a la recuperación de la memoria por quienes al final, sin pudor alguno, contradiciendo el espíritu democrático y su propio discurso intolerante con el sentir de los demás, afeando el rescate de las cunetas, acuden a las misas por Franco mientras arrojan con delirio la Constitución contra sus adversarios, la memoria de Almudena Grandes no es el espíritu de la derrota sino el del triunfo moral de una generación de hombres y mujeres con una extraordinaria capacidad para someter el miedo, erguirse y luchar.

Ahora, Almudena Grandes ha pasado a ser parte de la memoria que narró. Ha entrado con paso firme en el definitivo mundo de la épica de una izquierda con valores y hoy mientras enterramos su cuerpo, ella ya se hace inextinguible junto a sus personajes, en los pirineos, en las serranías, en las ciudades de la represión o los hospitales del horror, allí donde resisten los héroes de la memoria.

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