¿Cómo funciona el cerebro de los votantes?

Laura Primo / Shutterstock
por Helena López-Casares Pertusa

Los seres humanos tomamos decisiones a diario. Algunas tienen un resultado inocuo en nuestras vidas, como por ejemplo decidir si nos ponemos una camisa blanca o azul. Otras entrañan consecuencias más profundas, complejas y duraderas, como es el caso de la toma de decisiones con respecto al voto en unas elecciones.

Al contrario de lo que se pensaba hace algunas décadas, la neurociencia establece que la toma de decisiones no es un simple proceso racional, deliberado y consciente: son los aspectos emocionales los que tienen un papel determinante. Las emociones guían la conducta como impulsos que nos invitan a actuar y, una vez que se ha tomado una decisión, la razón actúa para justificar y explicar esa elección desde el punto de vista lógico y analítico.

Las elecciones entre alternativas que hacemos en nuestra vida están llenas de emociones. El marketing político no es ajeno a esta realidad y, con sus técnicas, trabaja para entrenar a los candidatos para conectar con sus públicos mediante ellas.

No sirve cualquier emoción, solo aquella que moviliza a su base electoral y que es capaz de atraer a quienes pueden elegir entre otras alternativas dentro del mismo espectro ideológico, pero que tienen dudas. Los potenciales votantes reaccionan neurológicamente ante los estímulos de carácter político asociados a las emociones. Estas son determinantes en la forma en la que registramos la información y nos predisponen de una forma favorable o negativa hacia un estímulo.

Pablo Casado (PP), Pedro Sánchez (PSOE y presidente del Gobierno en funciones), Santiago Abascal (Vox), Pablo Iglesias (Unidas Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos) posan ante las cámaras en la Academia de Televisión en los instantes previos al debate electoral del 4 de noviembre de 2019. Juan Carlos Hidalgo / EFE

Los mensajes del debate del 4 de noviembre

En el único debate electoral que se ha celebrado en España entre los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno con motivo de las Elecciones Generales del 10 de noviembre de 2019, el dibujo de las posiciones emocionales manejadas por los candidatos quedó un tanto contenido y medido.

  • El PSOE alertó desde el miedo sutil a lo que puede suceder si ellos no ganan las elecciones, estrategia usada a menudo por esta formación.
  • El PP colocó sus ideas apelando a la confianza y a la seguridad como bases de estabilidad, lo que tampoco es nuevo para su electorado.
  • Ciudadanos planteó la desolación y el vacío que supone la falta de acción de los dos partidos más votados y el aburrimiento y cansancio de la falta de mirada al futuro.
  • Unidas Podemos siguió con su línea de la indignación y del enfado para recuperar el espíritu que le hizo emerger en el año 2014.
  • Vox hizo girar sus mensajes en torno al establecimiento de límites claros y medidas concretas transmitiendo coraje para la acción.

Este análisis formal de las emociones corporativas que los partidos políticos pretenden transmitir, se complementa con las propias emociones de los candidatos.

Pedro Sánchez emanaba incomodidad y ganas de acabar, aderezadas con cierto desdén. Pablo Casado bailaba entre la seguridad y la rigidez para no salir de los cauces del guion. Albert Rivera destilaba aceleración y cierto nerviosismo ante la posible caída de votos de su partido. Pablo Iglesias trataba de expresar una moderada tranquilidad desde la simplicidad de sus propuestas. Santiago Abascal apostaba por difundir firmeza y credibilidad afianzando su mensaje entre sus votantes.

Actividad cerebral

‘Cuando aparece la preferencia o el rechazo ante un candidato, estamos recibiendo un mensaje de la amígdala’. Lux Blue / Shutterstock

Mientras se desarrollan los debates, la actividad cerebral de los votantes registra movimientos en varias de sus áreas y estructuras. Una de ellas es la corteza cerebral, concretamente los lóbulos frontales, que tienen la capacidad de generar modelos de la realidad futura y de construir las imágenes concretas de lo que está por venir. Las palabras de los candidatos modelan la forma del mundo en la mente de los votantes.

Además, por acción de las neuronas espejo, un conjunto de células que parece ser el sustrato neurológico de la empatía, los votantes experimentan en el plano subconsciente las emociones, los sentimientos y las acciones de los candidatos que están observando.

Aunque se sabe que la toma de decisiones ocurre en una red cerebral ampliamente distribuida en la que intervienen múltiples regiones, es el sistema límbico el centro en que se crean y procesan las emociones.

El sistema límbico está compuesto por un conjunto de estructuras repartidas y distribuidas por el encéfalo. Una de estas estructuras es la amígdala, cuyo papel en la respuesta emocional que le damos a las situaciones es esencial.

La información de los estímulos llega antes a la amígdala que a la corteza cerebral. Esta es la razón por la cual sentimos primero y después pensamos, aunque nos parezca que el proceso sea al contrario. Cuando aparece la preferencia o el rechazo ante un candidato, estamos recibiendo un mensaje de la amígdala.

Sesgos y urnas

¿Por qué, a pesar de las promesas incumplidas, se sigue votando al mismo partido? ¿Cuál es la razón por la que justificamos cuestiones difíciles de mantener si las dice el candidato que representa nuestra ideología? La respuesta a estas preguntas la hallamos en los sesgos cognitivos, que emergen en todo proceso de posicionamiento y toma de decisiones.

Fue en los años 70 del siglo XX, cuando Kahneman, premio Nobel de Economía en el año 2002, y Tversky irrumpieron con un enfoque que ponía en jaque las teorías racionales en cuanto a la toma de decisiones. Sus ideas giraban sobre la base de que existen sesgos cognitivos que participan en la toma de decisiones, que son automáticos y que se activan sin que seamos conscientes de ello. Los investigadores establecieron que las emociones y la influencia de ciertos patrones alteran la capacidad de interpretar adecuadamente la información que recibimos. Como consecuencia de lo anterior, el proceso de toma de decisiones es irracional.

Para comprender la razón de ser de los sesgos cognitivos debemos tener en cuenta que nuestro cerebro necesita una enorme cantidad de energía cuando realiza procesos cognitivos complejos. Esta energía que requiere el cerebro la adquiere en forma de glucosa y oxígeno.

Para ahorrar energía y liberar presión, el cerebro crea atajos. Estas sendas o caminos mentales son necesarios para el cerebro, ya que no sería capaz de procesar toda la información sensorial que recibe de los estímulos externos y necesita filtrarla de manera selectiva. Los atajos, por tanto, son útiles para que el cerebro invierta menos recursos mentales en la resolución de problemas y en la toma de decisiones.

Lo que sucede es que no siempre los atajos desembocan en una buena conclusión. Cada vez que dan como resultado un juicio incorrecto se incurre en un sesgo, que nos lleva a extraer una conclusión alterada, distorsionada o ilógica. Aunque hay catalogados más de cien, vamos a describir algunos de los sesgos más comunes y fáciles de reconocer:

  • El sesgo de la comprobación nos induce y lleva a buscar y encontrar toda información que corrobore y confirme la opinión que tenemos sobre algún asunto, mientras evitamos la información que ponga en tela de juicio nuestras ideas.

    En este sentido, le concedemos una extrema importancia a la información y a los datos que están en concordancia con nosotros y ninguna a todo lo que la contradiga. Por eso, obviamos los datos contenidos en las declaraciones de los candidatos contrarios a nosotros, aunque esta información esté en línea con nuestro pensamiento. Censuramos a la persona porque convenimos que no corrobora ni representa nuestra opinión.

  • El sesgo de proyección es la inclinación inconsciente a pensar y asumir que las demás personas tienen creencias, pensamientos, visiones o valores similares a los que nosotros tenemos. Nos proyectamos en los políticos, creyendo que están hechos a imagen y semejanza de nosotros y creemos que los conocemos como si fueran personas de nuestro entorno más cercano.
  • El efecto marco indica que las personas se sienten más inclinadas a valorar la forma en la que se presenta la información que la información misma.

    En esta línea, las palabras usadas tienen un gran poder. Los términos positivos son más valorados que los negativos y pueden hacer que, ante dos propuestas parecidas, las personas se decanten por la que emplea palabras con enfoques positivos, amables y favorables. Por ejemplo, los datos del desempleo tienden a compararse con otros datos más desfavorables del pasado para que resulten más positivos.

  • El efecto arrastre es la inclinación a creer algo solo porque muchas otras personas lo creen. Este efecto tiene que ver con la dimensión social del ser humano y la tendencia a crear grupos. Las tendencias, las modas y ciertos movimientos de opinión se sirven de este efecto. Si nos sentimos identificados con un grupo, es fácil adoptar el criterio general. Por eso desde la política se habla de colectivos y se les atribuye unas características y una forma de pensar para que pasemos a considerarlos como una unidad.
  • El sesgo de autoridad es la credibilidad que otorgamos a los políticos en los datos que presentan porque asumimos o presuponemos que están informados y saben de lo que hablan.

    Quizá este sesgo funcione menos que antes en política, ya que se ha comprobado cómo se maneja información incompleta o incluso tergiversada en mítines, debates y entrevistas.

  • La correlación ilusoria hace acto de presencia cuando se establece una relación entre dos variables cuando no existe evidencia alguna acerca de su relación. Son las falsas causa-efecto tan usadas en política.
  • El efecto halo hace que tendamos a extender los atributos o rasgos positivos de algo o de alguien, obviando los aspectos negativos. Es un efecto ilusorio mediante el cual permanecemos ciegos a parte de la realidad. Si un político genera efecto halo, se le perdonarán o pasarán faltas o errores y sus partidarios tendrán inclinación a minimizarlos.

Como se puede apreciar, el procesamiento cognitivo y emocional están conectados. Los sesgos hacen que varíe nuestra percepción y que sigamos tendencias y comportamientos inconscientes que condicionan el análisis de la realidad, y, como consecuencia, la toma de decisiones y el voto que emitimos.

Los sesgos son difíciles de cambiar o de neutralizar, pero la próxima vez que escuche a un candidato, reflexione y trate de comprender la acción de los sesgos en su posicionamiento y elección.

En un mundo tan complejo y turbulento como el actual conviene parar y tratar de obtener la imagen completa del cuadro, en lugar de conformarnos con los bocetos rápidos que nos ofrece nuestro cerebro por acción de los sesgos.

Quizá debemos asumir que no somos tan racionales e imparciales como pensamos.


Helena López-Casares Pertusa, profesora de innovación, emprendimiento y desarrollo empresarial, Universidad Nebrija. Doctora en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, especializada en neurociencia cognitiva organizacional. Es, también, licenciada en Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Como docente en la Universidad Nebrija imparte asignaturas relacionadas con la innovación, el emprendimiento y el desarrollo empresarial.
Artículo publicado por cortesía de

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