Contradicciones religiosas

por Javier Polo
Javier Polo Brazo.

Que el hombre es un cúmulo de contradicciones es algo de lo que no creo que haya dudas. Que en mi caso concreto las contradicciones son muchas y muy variopintas, tampoco es novedad; pero cuando hablamos de religión estas discordancias afloran más rápidamente y llegan a convertirse en auténticas paradojas.

Soy católico desde que, a los pocos días de nacer, mis padres me llevaron a la pila bautismal. La educación que recibí estuvo garantizada por años de travesía por un colegio salesiano y aunque mi desapego actual es ostensible, mantengo ritos y costumbres que no pasarían la prueba del algodón teológico.

Ciertamente en mi desapego he sido fervientemente apoyado por los obispos, por su piadosa radio y por la inestimable ayuda del Papa Santo de Roma (especialmente por los dos antecesores del actual ocupante de la silla de San Pedro). Cada día que pasa mi vida transita más lejos de Roma y, sin embargo, mantengo en mi casa en lugar privilegiado el típico azulejo, presente igualmente en un buen número de casas andaluzas, con la leyenda “Dios bendiga cada Rincón de ésta casa”.

Si además se entretienen en revisar los libros que tengo en mis estantes, encontraran varias ediciones de la Biblia acompañadas del catecismo y otros textos similares; si rebuscan por cajones encontrarán además diversas medallas y estampas de santos y vírgenes.

En la adolescencia sí me interesé por las procesiones de mi ciudad, como “correspondía” a la edad que tenía y a la educación que recibí. Esta educación y estas costumbres me ha llevado a una dualidad que, en esta tierra donde vivo, se ha asumido con una normalidad asombrosa; así recuerdo como hace algunos años oí a un dirigente de la izquierda andaluza declararse sin ningún rubor “comunista, marxista, ateo y macareno” en alusión a su pertenencia a la Hermandad de la Macarena de Sevilla. Pero en mi caso se me hace más cuesta arriba relacionar valores tan contrapuestos y quedarme indiferente.

Entiendo que las costumbres religiosas son, para la mayoría, más culturales que realmente teológicas. Yo no creo que exista una virgen en el barrio de la Macarena que vele por mi bienestar y el de los míos, pero acudir a su templo me retrotrae a mi infancia, me hace recuperar el aliento de mi madre o de mi abuela, que desde la niñez trataron de trasmitir su fe, que era esa, y que mantuvieron viva hasta el momento de su partida. Me reconcilia con los valores que me trasmitieron desde pequeño y me mantiene apegado a mis raíces.

No sé si es religión, si es cultura o es antropología, pero con estas contradicciones vivo desde mi juventud y, mientras las resuelvo, procuro no escuchar ni a la COPE, ni a los obispos; al tiempo que acudo el Jueves Santo a visitar a la Virgen que está en San Gil.

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