‘Cuaderno de apuntes: Adiós vergüenza, adiós’, por Antonio Álvarez

“La sensación de impunidad que se ha instalado en la opinión crítica de este país, a consecuencia de tantos desmanes e irregularidades cometidos por representantes políticos de la ciudadanía o por integrantes del mundo empresarial o del poder judicial”.

por Antonio Álvarez

 

Jueves, 11 de noviembre de 2021. En un pispás de la historia más reciente de España podemos contemplar comportamientos que, por una parte, miden los kilómetros recorridos por el PP entre un cierto pudor y la desvergüenza y, por otra, la casi nula repercusión colectiva que tiene en sus electores la deshonestidad de ese partido.

Es ingenuo pedir comportamientos angelicales no solo a los políticos, sino a cualquiera que tenga proximidad con el poder, sea este el que sea. Quien más, quien menos, todos llevamos dentro el huevo de la corrupción. Calentado al baño María en la cocina de las sedes políticas, puede acabar convirtiéndose en prebendas, favoritismos, sobres con dinero, sinecuras, sobornos, cohechos o amnistías fiscales, todo un campo semántico sembrado de privilegios. Hubo un tiempo en que, además de los controles inherentes a un Estado de Derecho para impedir el crecimiento de ese serpentario venenoso, una buena parte de la sociedad repudiaba ese tipo de conductas. Empleo el verbo en pasado, porque en un abrir y más bien cerrar de ojos se ha apoderado de la ciudadanía la miopía ética, además de una vieja e interesada trombosis en las venas del cuerpo judicial.

Entre otras, lo demuestran dos consecuencias. Por una parte, la cantera de piedras procesales que los partidos y empresarios del más variado pelaje se dedican a poner entre los dientes de la maquinaria jurídica y que acaban en sobreseimientos y hasta en la prescripción de delitos probados. Por otra, el hecho de que muchos políticos sean reelegidos democráticamente una vez que han sido imputados o, incluso, condenados por la justicia. En las urnas electorales el voto se transforma en detergente capaz de limpiar las manchas más resistentes.

Una cosa es la presunción de inocencia y otra, muy otra, la sensación de impunidad que se ha instalado en la opinión crítica de este país, a consecuencia de tantos desmanes e irregularidades cometidos por representantes políticos de la ciudadanía o por integrantes del mundo empresarial o del poder judicial. Por ejemplo y para no perdernos en la selva de la generalización y la abstracción, el fango político que lleva tres décadas apelmazándose en las tierras autonómicas de Madrid, Valencia o tutti quanti. Cómo pensar, entonces, que todos somos iguales ante la ley, si miramos para otro lado tras leer la sentencia judicial, dictada por la Audiencia Nacional, sobre la existencia de la caja metálica del PP en Madrid, descomunal lavadora de dinero negro empresarial, engrasada, silenciosa y milagrosa máquina que funcionó a tope sin la intervención de sus responsables máximos, es decir, sin que el presidente Rajoy tocara un solo mando del artefacto.

Por desgracia para los protociudadanos en que nos vamos convirtiendo, nada nuevo en la historia, en este caso, de Europa. A propósito de la corrupción política, financiera y periodística de Francia durante la Restauración, o sea, en el primer tercio del siglo XIX, ya lo escribió Balzac en La Casa Nucingen (1838), la novela en la que abundan protagonistas tan actuales como políticos, especuladores, arribistas, mercados financieros, hombres de paja y demás aplaudidores del neoliberalismo, o sea del “enriquézcase usted” y no mire a quien aplasta: “Las leyes son como telas de araña a través de las cuales pasan libremente las moscas grandes y quedan enredadas las pequeñas”.

 

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