De madrugada… será mi tiempo un verso clandestino

Lunes, 13 de diciembre de 2021. Todo sucedía de madrugada. Ya lo cantó Elisa Serna: “esta gente que querrá que llama de madrugada”, en la versión castellana de Qué volen aquesta gent que truquen de matinada, de María del Mar Bonet. Cogieron la costumbre del peor pasado, la ley de fugas, los paseos, los fusilamientos masivos. Al alba.

Esta gente, por lo general, quería eso, bien bajo el paraguas de su propia legalidad conocida o de la ilegalidad legal de entonces. A Enrique Ruano se lo llevaron de madrugada y pocos días después, lo arrojaron por el hueco de la escalera de una finca céntrica de Madrid, en enero de 1969.

Enrique Ruano tenía 21 años. Ahora parece extraño pensar en un joven de esa edad debatiendo la posición ideológica más correcta para luchar contra una dictadura o asumiendo los riesgos de decisiones políticas y del compromiso de enfrentarse al régimen del general Franco, defender libertades, poniendo su vida en el tablero. No tenía aspiraciones equiparables a tener una silla gamer, las ambiciones juveniles de ahora junto con el botellón. Tiempos distintos, sin más crítica ni moralina.

Pero fue así. De madrugada muchos jóvenes emprendían el camino de la resistencia o el enfrentamiento con la dictadura. La madrugada era la hora de las pintadas, los repartos de propaganda, la siembra de panfletos, la distribución de periódicos, los mítines, más bien arengas, improvisadas. De madrugada la clandestinidad se hacía visible.

De dieciséis, diecisiete, dieciocho años… chicos y chicas dispuestos a afrontar el peligro terrible de años durísimos de represión en los estertores de un régimen que llegó a parecer infinito.

Un compromiso que había germinado en la clandestinidad y que se adquiría por amistad, cercanía o por efecto de la memoria familiar, que empujaba irremisiblemente hacia esa decisión

Habían empezado otros jovencísimos estudiantes de la Universidad Central de Madrid en el 56, en plena segunda fase del régimen, tras su complicidad con el nazismo, con el respaldo político de Ridruejo y otros como Tovar, Laín, falangistas reconvertidos, o el cristiano Ruiz Giménez, ministro precoz en su aperturismo, que actuaban con aspiraciones limitadas, sí, pero actuaban. También andaba en ello el entusiasmo de Federico Sánchez que hablaba a través de Javier Pradera y Enrique Múgica, apenas veinteañeros, comunistas de militancia, y con Miguel Sánchez Mazas y otros socialistas, todos ellos claramente decididos a acabar con la dictadura, a plantarle cara al régimen dinamitando el SEU, nueve o diez años antes que Ruano.

Ni a los del 56 ni a los del 69 parece haberles reconocido la historia sus esfuerzos, se han quedado sin su parte de memoria histórica cuando fueron los que amargaron la estabilidad del régimen y sentaron las bases para una libertad que tardaríamos aún décadas en conquistar.

Tampoco cuentan con el suficiente reconocimiento muchos de aquellos que hasta el año del golpe se enfrentaron a la dictadura y a sus restos orgánicos, enquistados en las estructuras del estado. Desde muchos que pasaron largas estancias en Carabanchel y otras cárceles terribles o aquellos otros que, como Ruano, caían asesinados por la brutalidad policial. La que practicaban personajes siniestros como Conesa o González Pacheco, que si tuvieron hasta su muerte medallas tóxicas.

De madrugada, dando cuerpo y vida a las ideas de libertad. Un compromiso que había germinado en la clandestinidad y que se adquiría por amistad, cercanía o por efecto de la memoria familiar que empujaba irremisiblemente hacia esa decisión.

Compartí algunas madrugadas con gente así cuando los últimos vestigios de la dictadura tiritaban y aún la clandestinidad colocaba un velo de seguridad, a veces real, otras más ingenuo, y guardo para mí anécdotas y amigos que me acompañarán eternamente, valientes y firmes, muertos de miedo, pero valientes para vencerlo y hacer lo correcto.

Muchos con una edad hoy increíble por comparación de actitudes. Porque hacerlo era lo correcto. Lo correcto, sí, porque se podía estar en contra de aquello, había esa opción, y se podía no hacer nada para evitar tanto horror.

Aprendí de ellos una cierta idea de la responsabilidad individual que se entreteje con las responsabilidades individuales de otros muchos, que es algo bastante más interesante que esta idea colectiva que ahora se proclama por algunos que de tanto usarlo no saben muy bien lo que dicen y que además de carecer de significado es una excusa para eludir utilizar la inteligencia. Aprendí que en la vida, muchas veces, hay que confiar en los extraños – sin necesidad de recurrir, aunque ya estaba en la cabecera, a Williams- cuando se presentan como amigos, compañeros o camaradas, y están dispuestos a ser, como tú, carne de cañón.

Hubo una gran generación constituida en torno a Mayo, que desde la universidad irradió esperanza a mucha gente

Hubo una generación de lujo constituida en torno a Mayo, que desde la universidad irradió esperanza a mucha gente, y hubo trabajadores y trabajadoras que daban la cara en sus empresas y se la partían en las comisarías. Gente de pie en un país arrodillado.

El régimen se dio por perdido cuando descubrió que el Seu y la universidad se habían contaminado definitivamente y cuando descubrieron que el sindicato vertical estaba absolutamente infectado por los comunistas, que andaban por sus pasillos con la misma tranquilidad y el mismo talante que cuando paseaban por el patio y las galerías de la cárcel. Cuando cerraba la universidad de Valladolid y el resto de campus se solidarizaba, se activaba el 1001y el movimiento sindical promovía huelgas por empresa y por sectores.

Pedro Faura cantó a aquello. Poníamos cintas de casete en las grabadoras de casa, las copiábamos y las repartíamos con cuidado. Su música infundía ánimo y valor. Y el valor, en lo que yo sé, no era poca cosa, créanme.

Escribió y compuso una canción que ahora ha recuperado en un disco con su verdadero nombre, Bernardo Fuster, a quien conocemos por Suburbano y sus canciones, aunque en él publica sus temas versionados para este tiempo y que fueron escritos en la clandestinidad y el exilio.

La canción más emblemática, la que escuchábamos con un cierto sentimiento de heroísmo un tanto exagerado, se llama De madrugada, y es verdad que tanto entonces como ahora refleja mejor que cualquier otra narración el sentimiento que impulsó a muchos, y muchas, a dar el paso adelante de poner en riesgo su vida por un bien más preciado: la libertad, como decía la vieja canción anarquista. Y que no es irse de cañas. Desde luego que no.

Empezamos una serie sobre este tema. Iremos viendo.

    • He realizado una corrección: Serna castellaniza la canción como yo la recordaba: Qué volen aquesta gent que truquen de matinada, de María del Mar Bonet y la he colocado, incialmente de autora cuando solo era interprete, invirtiendo injustamente los papeles. Lo busqué en internet, e internet me confundió. 

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