Debemos domar el instinto y aprender a pensar

Chess boxing, un deporte que combina ajedrez y boxeo y en el que sus participantes deben ser capaces de alternar entre el sistema 1 y 2 de forma continua. Shutterstock/Paul Prescott
por José Ramón Alonso Peña

Nuestro cerebro es tan complejo que tiene sistemas redundantes, y a veces coexisten en él procesos que compiten entre sí. Un ejemplo puede ser razón e instinto, a los que Platón comparaba con dos caballos que tiran en direcciones opuestas. La idea actual, más que la confrontación a la que aludía el filósofo, es que contamos con dos sistemas alternativos fundamentados en redes neuronales diferentes, cada uno con sus ventajas e inconvenientes.

El instinto entra en acción cuando tenemos que tomar decisiones rápidas con información fragmentaria. La razón es especialmente útil cuando tenemos mucha información y tiempo suficiente para reflexionar sobre ella.

En el encéfalo esto se plasma en dos sistemas diferentes. El del instinto (sistema 1) es evolutivamente antiguo, rápido, automático y paralelo, y nos permite tomar decisiones de forma intuitiva y con rapidez en situaciones familiares. También se le conoce como sistema heurístico o «el atleta». El de la razón (sistema 2), en cambio, opera más lentamente, es secuencial, se basa en reglas y nos permite desarrollar el razonamiento lógico abstracto y el pensamiento hipotético. También se le llama sistema analítico o «el jugador de ajedrez».

Cuando la consciencia toma el mando

Un aspecto clave de cómo funciona el pensamiento es que el sistema analítico es capaz de inhibir el sistema heurístico e imponerse sobre él cuando es necesario. Por así decirlo, la consciencia toma el mando y bloquea las respuestas instantáneas.

Al llevar esta cuestión al aula observamos esta inhibición del instinto cuando nuestros estudiantes son capaces de pensar las cosas cuidadosamente y con éxito, siguiendo un razonamiento lógico en lugar de dar una respuesta inmediata, automática y a menudo errónea.

Las técnicas de neuroimagen han puesto de manifiesto en adultos que cuando la gente pone en marcha el sistema 2 e inhibe el sistema 1 se ve más actividad en la corteza prefrontal, la parte más anterior del cerebro, justo detrás de nuestra frente. La activación de esta zona, que normalmente se mide por consumo de oxígeno o de glucosa, significa que está trabajando más, procesando más información. La corteza prefrontal nos permite tomar las riendas de nuestro comportamiento incluyendo la atención, el control de impulsos y la regulación de pensamientos con la intención de conseguir nuestras metas.

Varios estudios han demostrado que, después de una breve sesión de preparación, los alumnos a los que se les pide resolver un problema lógico para el que antes habían dado una respuesta intuitiva y equivocada son capaces de poner en marcha el sistema analítico y proporcionar la respuesta correcta.

Con estas técnicas de escaneado cerebral, lo que se observa en este caso es un cambio en la activación cerebral, que ahora se traslada desde la zona posterior del cerebro a la corteza prefrontal. Esta imagen del grupo Bigarrow expresa bien esta traslación, de lo morado a lo verde:

Bigarrow, Author provided

El proyecto UnLocke se basa en estas premisas y se ha centrado en la educación en ciencias y matemáticas en la etapa de Educación Primaria. El objetivo es poner en marcha un procedimiento en el aula que anime a los niños a recurrir al sistema 2 cuando les toque resolver problemas de matemáticas y cuestiones de ciencias, e intentar que no respondan tan deprisa sino que piensen, analicen, comparen con datos almacenados en su memoria a largo plazo y razonen la respuesta correcta.

¡El sol gira alrededor de la Tierra!

Pongamos un ejemplo: la idea intuitiva (¡y falsa!) es que el sol gira alrededor de la Tierra. No hay más que mirar hacia arriba, ¿verdad? Antes pensábamos que cuando el niño aprendía que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, su teoría previa era machacada por la nueva información, pero la evidencia disponible sugiere que esas teorías falsas e incorrectas se mantienen almacenadas en nuestro cerebro incluso con las nuevas evidencias. Hace falta el control inhibitorio para suprimirlas.

Si no lo hacemos así, nuestra mente seguirá pensando que cuando volvemos a casa al terminar el día en dirección oeste, el sol se está ocultando después de su recorrido sobre una Tierra plana.

En el aula es muy común observar esos errores persistentes que surgen cuando a los niños se les pregunta sobre conceptos que son contrarios a la intuición y que se apoyan en informaciones mal interpretadas (como el supuesto movimiento del sol a lo largo del día). El problema es que en la escuela enseñamos teorías cada vez más complejas según los cursos avanzan y confiamos en que eso elimina las teorías previas, pero no es así.

Otro ejemplo: enseñamos a los niños los números naturales (1, 2, 3, 4, 5…) y aprenden que 5 es mayor que 1. Los niños practican estos conceptos hasta dominarlos y responder con rapidez y exactitud qué número es mayor. Pero entonces, en un curso posterior, les enseñamos los números negativos, donde -5 es menor que -1.

Los niños cometen frecuentemente el error de decir que -5 es mayor que -1 porque en su cerebro persiste el criterio 5 es mayor que 1 y responden como una escopeta. Para contestar bien tendrían que inhibir la respuesta automática y razonar lo que les hemos enseñado sobre los números negativos. Este razonamiento debe ser consciente y controlado por el niño hasta que la nueva teoría sea asimilada y llegue a formar parte de la reserva de conocimientos previos del alumno.

Cómo favorecer el pensamiento analítico

En Inglaterra se ha puesto en marcha un programa de ordenador llamado Stop and Think (detente y piensa) para favorecer el pensamiento analítico, pero no ha tenido el éxito esperado. La predicción de que los resultados en matemáticas y ciencias mejorarían tras el entrenamiento informático no se cumplió tras realizar el análisis estadístico.

Sin embargo, si se medían las matemáticas y las ciencias por separado, el programa generaba una mejoría equivalente a un progreso de dos meses en ciencias y de un mes en matemáticas, aunque solo la primera mejora era estadísticamente significativa.

Quizá haya que ampliar la muestra o mejorar el programa de ordenador, pero lo que está claro es que necesitamos establecer estrategias y hábitos que nos hagan detenernos y pensar. Hasta que el hábito no esté instaurado no estaría mal contar con algún detonante, un recordatorio de prudencia para no precipitarnos en el sistema 1, el del instinto.

Quizá Sherlock Holmes encendía su pipa para esto, para poner en marcha su famoso pensamiento deductivo.


Una versión de este artículo fue publicada en el blog de José Ramón Alonso, Neurociencia.


José Ramón Alonso es catedrático de Biología celular en la Universidad de Salamanca, de la que ha sido Rector. Investigador posdoctoral y profesor visitante en universidades de Alemania y Estados Unidos, es doctor honoris causa por universidades de Colombia, Bolivia y Perú.
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