El feminicidio que no cesa

«El verdadero terror que impregna al machismo violento es el de no poder controlar nuestro cuerpo y el inmenso poder de engendrar, parir y continuar la vida».

«Nadie puede salirse de los esquemas, el modelo de familia bajo la supremacía del varón es el único que aceptan, lo demás es pecado o enfermedad para el patriarcado».

«Las mujeres se defienden, se organizan, se reúnen y dan respuesta muy por encima de las instituciones que deberían protegerlas».

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por Pilar Morales (CC.OO)

 

 

Algunos debates son gigantes con pies de barro. Es como si el patriarcado desplegara una espesa cortina de humo para enredarnos en eternas disquisiciones, para mantenernos dando vueltas a la noria y mientras buscamos la definición más perfecta de la violencia patriarcal, de terrorismo machista, no invirtamos todo el esfuerzo en prevenir y erradicar de nuestras vidas, todas las formas de violencia contra nosotras.

Cuanto más conocemos, más se multiplica el laberinto, la violencia sexual, psicológica, económica, obstétrica, física, cultural, religiosa… Todas ellas ejercidas por la organización patriarcal con un brazo ejecutor: los maltratadores, que mantienen el sistema sin cuestionar las razones profundas de que estas violencias existan y mantengan a las mujeres y a las niñas como ciudadanas de segunda.

Creo además que hay colectivos que se van de rositas. Las confesiones religiosas, por ejemplo, llevan siglos culpando a las mujeres de casi todo, de las malas cosechas, las sequías o las inundaciones, de que enfermen los animales, de que los hombres las violen, de tener o no tener descendencia y de extender el mal por el planeta. La Biblia católica es un ejemplo de esto, en cada maldad, en cada “pecado” sitúan a una mujer detrás.

Tantos siglos de literatura misógina, de tanta mujer quemada en la hoguera, expoliada de sus conocimientos y talentos, invisible en una torre o en una celda, nos han llevado a construir un sujeto colectivo maligno que es la mujer, según la cultura en que se apoya la misoginia. Pero el verdadero terror que impregna al machismo violento es el de no poder controlar nuestro cuerpo y el inmenso poder de engendrar, parir y continuar la vida. Ese es el peor de los miedos del patriarcado, no poder controlarnos.

Además tampoco les tranquiliza que haya mujeres que se salgan del molde, que opten por otra orientación sexual, por no ser madres, por no interesarles sexualmente los varones. Esto es otro terrible pecado que en muchos países conlleva penas de muerte. Nadie puede salirse de los esquemas, el modelo de familia bajo la supremacía del varón es el único que aceptan, lo demás es pecado o enfermedad para el patriarcado.

Sin embargo, las mujeres se defienden, se organizan, se reúnen y dan respuesta muy por encima de las instituciones que deberían protegerlas, no porque seamos más débiles sino porque tenemos derechos y pertenecemos a la sociedad. Una sociedad que hemos contribuido a crear, mejorar y hacerla más humana.

Acabar con las violencias hacia las mujeres por el hecho de serlo se debe acometer desde todos los ámbitos de la sociedad, no solo con la condena de los asesinatos, sino con medios materiales y humanos, asegurados por ley en los presupuestos generales y autonómicos.

Pero no solo hablamos de dinero, sino también de respeto, Respeto con mayúscula, desde la escuela, la judicatura, los medios de comunicación, la política y el sindicalismo. Todo ello con una amplia base de experiencia feminista de mujeres organizadas en cada área que son muy capaces de hacer propuestas.

A día de hoy, 19 de febrero de 2020, ya tenemos una nueva cuenta macabra que añadir al terrorismo machista. Once hombres han asesinado a once mujeres y una niña, por el solo hecho de serlo, y por no ceder ante lo que la Pardo Bazán llamaba “la doma”, es decir la sumisión, aceptación y obediencia a su maltratador. Son condenadas sin derecho a juicio, sin defensa ni siquiera de oficio. Es un síntoma de una sociedad enferma que se acostumbra a contar asesinadas sin que le escueza la conciencia. Y esto tiene que parar.

Para concluir, la sociedad debe conocer a las mujeres que durante toda la Historia han aportado sus saberes, muchos de ellos desafortunadamente perdidos, pero otros recuperables, que sin duda enriquecerán a la sociedad y darán a las mujeres el espacio que siempre hemos merecido y al que no vamos a renunciar.


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