El fútbol como bálsamo

Cada cuatro años nos olvidamos durante un mes de todos los males del mundo -y de quienes los provocan- y nos ponemos a azuzar a nuestros equipos y países como si no hubiese ni un ayer ni un mañana.

Así, hemos olvidado lo malo que eran los rusos hasta anteayer y durante unas semanas serán nuestros queridos anfitriones en un idilio que acabará tras el mundial (o en unos días si osan eliminarnos en octavos de final). Durante estas semanas nos olvidaremos de los presuntos ciberataques y demás ciberintervenciones en los países de la Unión Europea por parte de nuestros amigos del Kremlin, nos olvidaremos también de sus leyes homofóbicas (a pesar de coincidir en fechas el mundial y la celebración del orgullo LGTB), de sus invasiones varias y de todas sus intervenciones militares en guerras ajenas.

También olvidaremos estos días lo “malísimos” que nos parecían los iraníes o lo intolerable que nos parecen las leyes de género saudíes; aparcaremos esa antigua xenofobia hacia los senegaleses que nos han sorprendido con su magnífico fútbol, hasta el punto de hacernos olvidar su constante y problemática “invasión” –para algunos- intolerable hasta hace sólo unas semanas. Lo de los marroquíes sin embargo lo llevamos como siempre porque nos dieron un disgusto en su partido contra España. Podríamos continuar hasta hacer una lista tan extensa como queramos.

No me dirán, por ejemplo, que no fueron emotivas las imágenes de los mexicanos paseando a hombros, cual torero triunfador, al embajador de Corea del Sur por las calles de la ciudad de México por la victoria de los asiáticos ante Alemania, que facilitó la clasificación de México; lástima que la mayoría de los celebrantes no sean capaces de colocar a Corea del Sur en un mapamundi.

La gran fiesta del fútbol debe continuar y no importa el precio que haya que pagar. Si hay que contratar a obreros en un régimen de semiesclavitud, para garantizar que las obras en Qatar estén terminadas el día de la inauguración de la siguiente edición de los mundiales, pues miramos para otro lado, total ¿dónde dices que está Qatar?

Como este no es un comportamiento exclusivo de un país, sino que es común en la mayor parte del globo, permítanme hacer una propuesta seria: ya que el fútbol tiene ese efecto balsámico sobre el resto de los problemas mundiales, en lugar de las sesiones anuales de Naciones Unidas celebremos un Mundial cada año, esto nos permitirá relativizar la mayoría de los problemas y darle la razón en sus conflictos a quien mejor mueva el balón que, al fin y al cabo, hace menos daño que las metralletas y nos va a salir mucho más barato. O mejor hagamos un mundial permanente y en los momentos que hayan parones (porque también los futbolistas tienen vacaciones) organicemos una, mil o cien mil Eurovisiones, que como sustituto también ayuda.