El latrocinio de la Iglesia española

Martes, 25 de enero de 2022. El olor a incienso en nuestro país es hoy irrespirable. Así, nos despertamos cubiertos del polvo lejano que durante lustros se ha desprendido del palio con que nos hemos cubierto sin apenas percibirlo. Y ese palio hecho de retales de miseria y abuso lo ha sostenido con rictus severo e indisimulado boato la Santa Iglesia Católica del Reino de España.

En 1998 Aznar aprobó una ley que, hasta su derogación en el año 2015, permitió a la Iglesia la inmatriculación de casi 35.000 bienes. Esto, para que todo el mundo lo entienda, equivale a que la Iglesia puso a su nombre, en el registro de la propiedad, todo lo que se le cruzó por el espíritu: lugares de culto o cementerios, sí, pero también casas, fincas, espacios rurales… Todo un catálogo que, por su extensión, causaría una caída de la web Idealista.com si se publicase al mismo tiempo.

Así las cosas, tras una negociación con el gobierno de España, la Iglesia ha reconocido que casi 1.000 de esos bienes fueron inscritos de forma ilegítima y una buena parte fue vendida a terceros para especular y hacer negocio. En síntesis, el obispo de turno se paseaba con el monaguillo de rigor señalando las propiedades que, automáticamente, ponía a nombre de la Iglesia, y luego usaba esas propiedades, que nada le habían costado, para sacar tajada económica. El milagro del pan y los peces.

Y en el centro de tan prodigiosa obra, sin sonrojo ni vergüenza, publica la conferencia episcopal, y cito textualmente: “La Iglesia ha inmatriculado los bienes que durante siglos el pueblo “católico” ha construido y confiado a la Iglesia para que ésta pudiera realizar su labor: el anuncio del Evangelio (apostolado), la celebración de la fe (culto) y el ejercicio de la caridad (servicio). Los bienes de la Iglesia se destinan precisamente a estos fines.”

Bueno… y ante ese oprobio mendaz me pregunto, ¿hay algo peor que un ladrón? Pues sí, quien disfraza su latrocinio con la cínica capa con que se cubren los hipócritas, y a estos, a los hipócritas, no les contestaré yo sino Jesucristo diciendo: “No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Y “Los fariseos, que eran amantes del dinero, oían todas estas cosas y se burlaban de Él. Y Él les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos ante los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, porque lo que entre los hombres es de alta estima, abominable es delante de Dios.”

Por ello, no calificaré a esta organización para el hurto, porque ya lo hizo el Dios al que dicen servir por boca de su hijo, Jesús, quien sí se sentiría deudor del cristianismo de los desheredados, de los que hacen de su fe un motivo para consagrarse al otro. Por eso, esta no es una reprobación a la Iglesia cristiana, sino a la Conferencia Episcopal Española, cuya moral es antagónica a la de los cristianos que como diría Allende, interpretan el verbo de Cristo, que no el de los mercaderes del templo.

Y a ellos, a los mercaderes de la Conferencia Episcopal, les recuerdo la sentencia moral de Quevedo a un pecador: Gusanos de la tierra / comen el cuerpo que este mármol cierra, / mas los de la conciencia en esta calma / hartos del cuerpo comen ya del alma.

Pedro Iniesta Ruiz, columnista y analista político de La Mar de Onuba, es Profesor de Lengua y Literatura españolas en París, desde nos ofrece su particular visión de la sociedad y la política española e internacional.

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