El Pianista Gato

por Richard Villalón

 

 

La “infodemia” ratificaba haber controlado totalmente la situación de alarma. Desde entonces, su piano se puso a sonar en horas desacostumbradas. Los recuerdos, a su vez, asomaban goteando su cuerpecito acuoso de vez en cuando, la sensacional piel del pasado, los inevitables tragos que el dolor te obliga a tragar. Ese aeropuerto para soñar sueños impensados, los baños de los hoteles cubiertos de amoniaco intentando tapar suciedades de personas transeúntes, sus tatuajes y el sabor horrible de una boca sin besar plenamente, conformaban las notas de esa canción por tocar. Era inevitable pensar en las camas de los hospitales, en el Covid, en los aplausos como una letanía augurando la solución. Habíamos llegado a este punto álgido y procaz justo por el narcisismo de la gente común. Usar, gastar, comprar palabras como campanadas, nos había traído esta peste y su cola descarnada. Las vecinas, sus obtusos requerimientos, los hombres vagando cervezas, la tibieza inmunda de la falta de compromiso diario. Los jóvenes  con sus móviles acertando a nunca comunicarse, a “jerogliflicar” sentimientos, volverlos imposibles. Porque es peligroso decir la verdad siendo Youtuber, Influencer o lo que puta sea. Todo es imprescindible para conseguir el pasaporte del No Ser. Los animales habían vuelto a sus parajes naturales. El silencio reclutaba grato, el único recado sosegado, derivado de un caos armonizado, estipulando los límites de la soledad. Cuando no te llaman, está claro, también es un mensaje.

Entonces para salvarse del vacío recordó los cuentos. Los gatos. Su vida custodiada por ellos, su familia adorando a esos embajadores de lo insólito, la flexible cadencia de sus pasos bailarines en el vals surreal de una vida aparentemente protegida.

Acabando su último ejercicio de Kodály apareció mágicamente el cuento, con sus piezas desperdigadas como un puzle para armar con palabras contemporáneas, salvándolo de esas paredes del confinamiento, acurrucado en la idea de sus primeros años, cuando suponía que cubrirse con los edredones era protegerse de los monstruos emergiendo en su infantil madrugada:

Tres gatos  conversando en la barra de un lechebar estaban seriamente discutiendo en purrú miaus felinos. Lamiéndose las palmitas de sus garritas, peinándose hasta el último rincón de su pelaje, mesándose las vibrisas, ampliando sus pupilas  para exagerar el significado de sus palabritas, para demostrar su refinada educación y evitar las palabrotas… ¡Miau!

 El sonido por excelencia de los gatos tanto que en el antiguo Egipto «miu» quería decir «gato».

¿Quién lleva nuestra prensa compañeros? – decía el primero tratando de posar frente al espejo- Es mala prensa. A pesar de ser unos influencers actuales, ser los más visitados en las redes. Nunca falta alguien hablando mal de nuestra vanidad, nuestros rasgos algo superficiales, el pequeño egoísta que vive en el ombligo de cada cual. Repasando inconscientemente una nueva fórmula de brillantina para atusar su tupé, buscando en su tablet las últimas tendencias de la moda gato mundial.

Los humanos agrandan como una lupa nuestros defectos. Sus palabras secretas se refieren a nosotros como seres demoníacos viajando con nuestras esplendidas y sedosas pieles como nacidos para engañar, engatusar… ¡Perdón!

Amigos gatos, hay que organizar una campaña reivindicativa. Los gatos hemos librado de pestes a la humanidad. Hemos servido de ejemplo portando la ternura, la sensualidad contundente, en el cuerpo de un minúsculo león. Acariciándonos, las brujas ven el futuro, alejando de los malvados los ingredientes para hacer nuestra felicidad. Nuestro ronroneo se escucha hasta Marte  cuando nos embarga la pasión.

Es falso que vayamos a nuestra bola. Limpiamos la energía mala de las casas. Nos llevamos la tristeza cuando ella entra por la ventana, con sus vestidos lujosos, teatrales, acentuando la pobreza, la cual  ahuyentamos con su involuntaria sombra que es la soledad.

Además ¿Qué sería del mundo sin vernos cruzar con nuestros brillantes ojos las carreteras de la madrugada? Las bolitas de papel aluminio para qué  tendrían que haber sido creadas sino para ejercitar con ellas nuestras estrambóticas y fulgurantes piruetas, sacando la risas de niños solitarios y viejos  derrumbados en el butacón extraño que es la ingratitud.

¿Cuántas ratas dormirían dentro de los sacos del arroz en China? ¿Quién pondría jueguecitos tontos cuando  en la nevera el vacío se hubiera apropiado de su luz por falta de trabajo? Los gatos servimos para atraer la suerte, que solo habla en idioma gato. Le damos la dirección correcta para atraer la fortuna. Incluso en los castillos los fantasmas quedarían dormidos, sin intentar asustar, si no hubiera un gato tirando de su cuerpo de humo y sábana desgarrada.

Los gatos somos estrellas musicales, por nosotros el Do busca al Re al ver nuestros saltos ornamentales. Se han escrito poemas pensando en los movimientos sinuosos de nuestras colas y las flores al ver a un gato abren sus pétalos para sentirse halagadas  por una serenata micifuz.

Gatos del mundo, somos cada día mejores que nosotros mismos. Generando misterio inauguramos la Alegría, ¡Abajo la Vulgaridad! ¡Viva la Leche Fría!

En ese momento preciso, las lágrimas de risa y de llanto, confundidas al entrar en los cajones de la memoria le recordaron su estancia en esta distorsionada vida. La función de su piano había abierto extrañas alas a esos días groseramente interminables. El pianista era otro gato criticado, apartado amablemente, sumergido en esta fauna humana, irrisoria hermana, este bestiario superlativo y aunque la gente disociaba su imagen, él sabía amar desinteresadamente a la belleza. La hermosura resulta violenta para quienes recurren a cuentas bancarias, discursos porcentuales u odios ancestrales separando, dividiendo. Odiando encima de sus posibilidades reales.

Apareció entonces su vecino entre la confusión de lo inventado y lo  verdadero, quien  había engrosado la cifra de los viejos muertos por la pandemia. Vestido de impecable domingo. Hablando de sus pasados contradictorios, reteniéndolos en la garganta con sus acentos de países desconocidos, levitando cual escogido en esa vejez herrumbrosa de quien ya no le coinciden las tuercas con los tornillos. Su divertida y machacona actualización con los medios virtuales resultó inútil, sabiendo de términos digitales, murió en el frio sentido analógico. Entubado, respirando como una mariposa quemada en la bombilla, acelerando hasta no entenderse víctima de un feroz mordisco letal. Mientras los gatos de su cuento inventado para no quedarse  abandonado, seguían bregando para hacerse los dueños del mundo. Su vecino se le había escapado  entre las manos, su vecino serio, enquistado en la monotonía, le había dejado muestras claras de un futuro dantesco, a lo mejor cercano.

Ahora frente al cuerpo oscuro de su piano, retuvo el aliento y reconoció espantado los primeros síntomas, la fiebre, la tos seca, los dolores dentro de las costillas, el pálido espectro de la disnea. Sabía que ser soltero, gay y músico eran requisitos imprescindibles para hacerse invisible en este mundo impasible a pesar de las tragedias.

Comenzó a tocar, sobre el hilo funámbulo de las teclas negras y blancas. Traspapelado, febril, casi desarmado, desalmado pulmón de mimbre agujereado. Quedó maullando, llenando de resignación cada peldaño de esa escalera por la que jamás regresaría a escenificar el difícil papel de ser normal. Su fortuna consistía ahora, en no llegar a ver a los que controlan inventándose un final cinematográfico para esta peste. Entregándonos vivos a las fieras, a sus nuevas hambres, a la quemazón inevitable de nuestras quimeras…  A la discriminada incineración de las poderosas naves de nuestros deseos.


Richard Villalón©®

Artwork Isabel Chiara

www.richardvillalon.com

 

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