‘El rey recibe’ de Eduardo Mendoza

por Francisco Vélez Nieto


Entre la seriedad y el humor, las dos vertientes donde el autor sitúa toda su obra literaria.

Nos situamos en la Barcelona de 1968 con Rufo Batalla personaje que sin ser un héroe de primera, bien que se encuentra en todas las aventuras de esta primera entrega de la trilogía Las tres leyes del Movimiento de Eduardo  Mendoza. Y que una vez leída esta primera parte nos deja el sabor de quedar a la espera de la siguiente.

En esta trilogía Eduardo Mendoza, entre la herencia de Baroja y Valle Inclán nos ofrece, no solamente una agradable lectura, entre la seriedad y el humor, que son las dos vertientes donde el autor sitúa toda su obra literaria.

Y ya situados de nuevo en la Barcelona  de 1968 con un mayo francés entre lo lejos y lo cerca nada ajeno en el espíritu aventurero de nuestro protagonista,  inquieto personaje inmerso en los muchos azares en los que se ve obligado a participar. Y con estas primicias comienza su nada aburrida carrera como periodista aspirante de poder llegar a ser un buen escritor, surge la  oportunidad que se le ofrece cubrir el reportaje de la boda de  un príncipe en el exilio, Tukubo, clásico timador aristócrata capaz de presentarse como aspirante a restaurar una vieja monarquía familiar  convirtiéndose en un espejo paródico que, pese a todo,  ofrece a Rufo Batalla la posibilidad de conectar con los grandes hechos sacudiéndose así la mediocridad nacional, cuando descubre que el aspirante a rey  viene acompañado de una exquisita y bella joven de  la alta sociedad. Lo que en este salir a escena del inicio de tan espontánea amistad con el príncipe, existe la posibilidad de disfrutar de pasiones intimas de  alcoba con tan deslumbradora joven.

Esta primera parte lleva consigo la tónica del desencanto pese a la alegría que se palpa el intento de ver la vida desde el ángulo de la modernidad,  la apuesta por un desarrollo que permita salir del estancamiento del régimen dictatorial que se soporta en España solo permisible de soñarlo en silencio, le resulta demasiado estrecho para sus inquietudes de libertad, lo lleva a dar el salto de fronteras y poder vivir respirando otros aires desde la más sorpréndete aventura sin temores represivos, como testigo directo capaz de narrar la pesadumbre e inquietudes, pues ya se palpan en España las aspiraciones sociales que son realidad en los países allende a la frontera.

Y nuestro aventurero, con acierto, da el salto logrando una plaza temporal en la Cámara de Comercio española en Nueva York.

¡Cuánto fino humor! ironía cervantina de tan buen heredero como Eduardo Mendoza, desarrollando un apacible retrato de una España dormida en la burocracia de un pasado que no le pertenece al apolillado patriotismo hispano, pese al escaparate soñoliento de los gestos vanos, en el fondo para retrasar el desarrollo, el cambio de mente de un país que no deja de ser colonia pese a su rica herencia cultural. A Pesar de que somos blancos como la reina de Inglaterra y la representación de nuestra anodina monarquía cazadora de paquidermos disecados. También el dictador con su NODO y sus ballenas pescadas con caña y anzuelos de lombrices conservadas en latas de sardinas vacías.

Una lectura amena y bien contada que me lleva como testigo y lector a recordar aquella España tan certeramente retratada por Antonio Machado de Frascuelo y María, la de “Vente paz Alemania” de Paco Soria, la de Fraga y la bomba atómica de Palomares, aquella mano sin temblores del dictador firmando penas de muerte bajo palio por la “Gracia de dios” y los santos rezos de las túnicas púrpuras.

De Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos, Señas de identidad de Juan Goytisolo, Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé, toda esa  Generación de los 50, concretamente de la denominada Escuela de Barcelona, corriente que involucra a sus amigos: Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán, los Goytisolo, Terenci Moix y Eduardo Mendoza. Catalanes capaces de pensar por sí mismo sin iras ni odios, creadores. El  oro de Moscú, el contubernio “judeo-masónico. Esa España herida que no cesa con su Valle de los caídos y tumba y loza protegiendo a la momia en su eternidad.


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