Francia corre el riesgo de disparar su déficit

por Francisco Villanueva


El parque de automóviles en Francia suma poco más de 32 millones de vehículos particulares, lo que representa casi el 83% del parque automotor total. Parte importante de los dueños de estos vehículos han salido a protestar contra el alza del impuesto a la gasolina que el gobierno del Presidente Emmanuel Macron decidió aplicar por motivos ecológicos a usuarios de automóviles, no así al combustible de los aviones.

El precio de la gasolina depende en gran medida de la evolución del precio del petróleo a nivel internacional, como también el precio del euro respecto del dólar. Es cierto que a este año 2018 el precio del petróleo ha sido al alza, pasando de los 70 dólares el barril hasta alcanzar 86 dólares en septiembre y octubre pasados. El embargo de Estados Unidos sobre Irán, anunciado en mayo por el gobierno de Donald Trump, ha significado una menor oferta de crudo equivalente a 1,7% del consumo global de petróleo. Si a ello agregamos el derrumbe de las exportaciones de petróleo de Venezuela, debido a la crisis interna, cuya producción bajó de 3 millones de barriles en 2008 a menos de 1,5 millón en agosto de 2018, no es extraño explicar la fuerte alza del precio del petróleo. Por tanto, la baja de la oferta, debido principalmente a las razones indicadas, ha llevado a un aumento del 20% en los precios de los derivados del petróleo en Francia, entre fines de 2017 y noviembre de 2018.

Sin embargo, en esta situación existen otros países, como Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudita, que por distintas razones geopolíticas, han decidido aumentar su producción de petróleo, de tal suerte que en noviembre el precio del barril ya había bajado a 67 dólares, reducción que permitiría aliviar el precio de la gasolina. Pero dado que el gobierno francés anunció un nuevo impuesto a la gasolina, que se aplicaría a comienzos de este año, los consumidores se han mantenido en alerta y auto convocados para las movilizaciones callejeras.

La paradoja de esta situación es que el movimiento social desatado por el impuesto a la gasolina se ha ido radicalizando, dando cuenta de un malestar mayor que gira en torno al aumento de muchos otros impuestos en el actual gobierno. El tema es delicado, pues la presión fiscal en Francia se ha acrecentado sensiblemente desde hace cuatro decenios, para alcanzar hoy el 47% del PIB, una de las tasas más elevadas de Europa.

El gasto público es también elevado, llegando al 55% del PIB. Dentro de este se encuentra todo lo que constituye el gasto del Estado de bienestar y solidaridad, centrado en educación, salud, e infraestructura, que por cierto la mayoría de los ciudadanos quiere mantener, pero sí procurar administrarlos mejor.

Por otra parte, el gobierno de Macron aprobó la devolución de impuestos a los contribuyentes de mayores ingresos, suprimiendo el impuesto a las grandes fortunas y la fijando una sola tasa de impuesto para los dividendos, de modo de eliminar su progresividad, sin que por ello se verifique un mayor crecimiento o una reducción del desempleo.

Desde el punto de vista político, esta medida aparece como una imprudencia mayor, pues mientras se han aumentado otros impuestos, que afectan, por ejemplo, a los jubilados y a los automovilistas, perjudicando con ello a un amplio sector de la clase media. Para muchos franceses el problema central es hoy la pérdida del poder de compra de sus ingresos, debido a que tienen que destinar una mayor parte de éstos a pagar impuestos, sin considerar el efecto de la inflación.

Por lo tanto, el descontento ciudadano ha ido en aumento, particularmente contra la estructura impositiva. Según última encuesta IFOP, “solo poco más de la mitad de los franceses considera que pagar sus impuestos es un acto ciudadano”. Para algunos esta situación ha creado una fractura fiscal en Francia: De un lado las clases populares y habitantes de zonas rurales o periféricas, para quienes el consentimiento al impuesto es cada vez menos evidente que sea un deber cívico; del otro lado el de los franceses acomodados, urbanos y diplomados que continúan, de buena o mala gana, dispuestos a asumirlos.


Francisco Villanueva Navas, analista financiero de La Mar de Onuba, es periodista y economista.

En Twitter: @FranciscoVill87


 

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