J. D. Salinger, la sencillez más acerada

Son versiones de una misma realidad que se sustancia en ese matiz que hurga, resquebraja y disocia la síntesis de lo evidente.

En Nueve cuentos, el autor norteamericano nos infiere la herida existencial que su quehacer literario se atribuye como único. La escritura es batiscafo que explora lo profundo.

El lenguaje de los cuentos confiere al lector la apertura hacia un rico abanico de sospechas. Fundamentalmente porque el género literario es tan exigente para el escritor, que su conversión en publicación homogénea suele ser desigual. Incluso se sobreentiende que esta circunstancia es aceptable siempre y cuando la autenticidad haga rigor expresivo en su condición. Quizás lo que en principio puede entenderse como una limitación se convierte en piedra de toque. De hecho esta premisa suele venir acompañada de ese deseo de ser abducido por la interpretación novelable de lo cotidiano, que pasa ante nuestros ojos a ráfagas como incesante tiovivo. El 3 de diciembre de 1955 en la revista Destino, Ignacio Aldecoa se expresaba de esta manera, “Ser escritor es, antes que nada, una actitud en el mundo”. La afirmación del autor vasco contiene en sí misma la determinación de un proceso creativo personal e intransferible. Con este atributo la conciencia escritora tamiza ese irreverente pulso ante lo definitivo y desgrana esos pasos en la niebla que, por momentos, se pierden en lo impenetrable.

El mundo infantil levanta el dedo y se desquita con inteligencia del adulto que engendra. La fragilidad consume los acontecimientos en igual medida que la lectura nos deja la boca seca.

NUEVE CUENTOS –Alianza Editorial.

Traducción de Carmen Criado- con este título tan concreto en su guarismo como exiguo en la descripción de la naturaleza de su contenido, su autor se libera de cualquier pose o ademán que pudiera lo más mínimo desajustar el enfoque de este compendio de lo inexpugnable. La armadura que cohesiona estos relatos está forjada con incisiva disposición de estilo y alma. El lector experimenta desde la primera incursión en cada uno de ellos, el rasgo diferenciador que le sobreviene, previene y estimula sobre lo que acaba aflorando y, a pasos cortos y precisos, desentrañando desde una situación figuradamente intrascendente. Son versiones de una misma realidad que se sustancia en ese matiz que hurga, resquebraja y disocia la síntesis de lo evidente. Más allá de ese principio, casi anecdótico, que trivializa el vacío que gradualmente asola a los protagonistas directos o indirectos de estas historias, hay un sobrecogimiento que se intuye bordeando el precipicio de la existencia contradictoria. Hay una perenne ausencia, un rapto cifrado, un desistimiento convenido ante el empuje de los síntomas, como si un gigante quisiera hundir su melancólica tristeza en la pesada huella que deja tras su amedrentador paso. La incógnita y la indagación emparejan sus destinos para dialogar profunda y profusamente en la resolución del acertijo que guardan el pensamiento y el corazón. En la mayoría de ellos la niñez goza de exultante salud, se desvincula del futuro y se aferra a la libertad del ser en su estado primigenio de milagrosa ingenuidad. El mundo infantil levanta el dedo y se desquita con inteligencia del adulto que engendra. La fragilidad consume los acontecimientos en igual medida que la lectura nos deja la boca seca

Jerome David Salinger habla por nosotros. Nos invita a que lo acompañemos al cantil del despeñadero.

J.D. SALINGER Y LA DIMENSIÓN DE LO PROFANO.

El devenir vital que suele interponerse en el verdadero mandamiento del escritor, que no es otro que sencillamente la expresión de su propio oficio, en el caso del autor de El guardián entre el centeno toma cochura en una especie de mitología escurridiza y huraña. En su obra hallamos ese poder de irresoluble fascinación por lo ordinario que su escritura traduce en la versión más profunda. Los nueve textos son un viaje fronterizo a la soledad. En el arranque hay un juego premeditado con el que nos sitúa de manera colateral, para progresivamente hilar el trasunto principal como una pompa de jabón que en cualquier momento puede estallar y sumirnos en el efecto hipnótico que persigue. Los diálogos son un verdadero encaje de lo sustancial. Nada en ellos es superfluo, pero tampoco presuntuoso o sobreestimado. El proceso de decantación de las historias se vuelve en ellos un verdadero paradigma de gozo y disfrute lector. Jerome David Salinger habla por nosotros. Nos invita a que lo acompañemos al cantil del despeñadero. La confesión es un territorio que no se discute. Y estas historias se caracterizan por ese perturbador testimonio de la tragedia que nos humedece en lo más íntimo. No nos deja el más mínimo margen para contrarrestar la inmersión hacia la que nos catapulta. Nos hundimos y el alma permanece a flote, a modo de salvavidas que agarrar en el último instante. Alianza Editorial con esta nueva y cuidada edición de tapa dura certifica ese buen hacer que desde hace años la ha convertido en referencia inexcusable en el panorama literario internacional.

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