José Infante: «La memoria sostiene el edificio que somos, los cimientos del universo que nos concierne»

por Cristina Consuegra (SecretOlivo)

 


José Infante acaba de publicar el poemario Solo queda una sombra (Huerga y Fierro, 2019), obra con la que el malagueño calibra su existencia y el peso –a veces leve, a veces plomizo, a veces huidizo- de la experiencia de la vida.

Solo queda una sombra’, por Luis Antonio de Villena

La “sombra” -muy aludida en casi todos los poemas- parece dualmente la sombra del vivir que acompaña al poeta siempre, y a la vez la sombra en la que el Tiempo nos va convirtiendo cruelmente a todos. Decir que la vida es cruel -pese a contados e innegables buenos momentos- es una evidencia, y mucho en la ya nutrida y rica poesía de Infante, que en sus últimos libros sigue esa senda de renovado clasicismo que llamo “realismo meditativo”. Infante es un poeta elegíaco, y aún diríamos que en este libro “muy elegíaco”, porque llega a ser tentado por el suicidio en el mar, como un descanso, a tanto desengaño y tanta pérdida como “Sólo queda una sombra” nos va dejando ver con directa emoción poética: Amores muertos, casas perdidas (muchas), amigos desaparecidos, y mucha deslealtad, nos dice, y mucho abismo. De nuevo, un poema de homenaje a Pablo García Baena  (“Casa de los Congresos”) nos cuenta la bondad y calidad de Pablo, cuya amistad y afecto compartimos, Infante y yo, muchos años. Respecto a la sombra (que pesa) dice Infante terminando un poema aludido: “Deshazte de ella, déjala libre/ disolverse en la nada para que tú seas libre/ también y no regreses.”. Es el mar quien liberará de la sombra. Libro desolado este de José Infante, cuenta y canta la desolación, la destrucción y la ruina que el Tiempo (el vivir) lleva a todo, y cómo uno, adentrándose en la edad, se ve más cada vez rodeado de pérdidas y ausencias. Dice en un poema que habla de Málaga -creo que muy poco después de dejar Madrid- “Sólo queda una sombra de lo que fue la vida/ cuando la inaugurabas y esta ciudad era su paraíso.” Ya he dicho que esta última poesía de Infante (y prosigue libros anteriores) ha de ser entendida como un canto a la pérdida y a la destrucción, desde alguien que         -pese al daño- se aferra todavía a la belleza  de la música sencillamente, al “carpe diem” horaciano, más difícil de practicar de lo que parece, aunque la belleza juvenil obviamente siga, incluso en un mundo que destruimos de mil modos. Me gusta, querido José, la palabra “tristerías” y ese eco “la juventud que un día nos entregaron/ como un regalo tan breve y pasajero.” He leído con muy nítido placer lector este  “Sólo queda una sombra” de José Infante. Lo digo y, obviamente, lo recomiendo.

José Infante
Solo queda una sombra

Colección: Signos

ISBN 978-84-949692-0-1

88 págs. 187 grs. 17 x 24 cm.
Encuadernación: Rústica con solapas
C/IVA 14€ / S/IVA 13,46€

Un poemario de calado, con versos precisos que se enredan en la memoria de quien los recibe para sembrar palabras de las que crecen imágenes poderosas que celebran el ejercicio de la escritura, el gozo del poema, el misterio del verso. Solo queda una sombra le sirve al poeta para hacer una suerte de ajuste de cuentas de lo caminado hasta ahora, al tiempo que alumbra nuevos horizontes que José Infante conquistará a golpe de verso.

Tras leer Solo queda una sombra y regresar al primer poema, el que da la bienvenida al lector, parece que este aglutina el sentido del poemario, ¿unidad discursiva o declaración de intenciones?

Las dos cosas, por un lado es una declaración de lo que va a ser luego el libro y por otro es un resumen del discurso total del libro.

Tu existir, tu caminar por la experiencia de la vida, aparece ligado a esa sombra sobre la que reflexionas en clave de verso. Una sombra que alumbra y señala, que da consistencia a esa experiencia, a ese existir. ¿Todavía permanece o sólo habita en el verso ahora eterno?

La sombra continua detrás de cada gesto, detrás de cada emoción, detrás de cada pérdida, detrás de cada frustración, detrás de cada experiencia.

La poesía, ¿ha sido el hilo conductor de tu vida?

Sin duda y no siempre he sido consciente de ello. Por mi trabajo periodístico en televisión, que ha sido tan invasivo, tan acaparador, a veces no me daba cuenta, pero cuando llegó el momento de parar, el momento de hacer balance, me di cuenta de que todo lo que había hecho, que todo lo que había dejado de hacer, que la forma en la que había organizado mi vida, tenía un eje, y ese eje ha sido sin duda la poesía.

¿En qué momento percibes que tienes un poemario, es decir, un conjunto de poemas con unas señas de identidad muy concretas?

No siempre sucede que ves el libro en su conjunto, a veces vas escribiendo poemas hasta que percibes la unidad y la coherencia de formar un libro, otras veces tienes primero la idea del libro y vas escribiendo con el objeto de llegar a formar el libro que te has formulado, que has creado en la imaginación.

Algunos de los poemas que conforman Solo queda una sombra guardan relación con La casa vacía (2005). ¿Eco natural de este poemario o diálogo necesario con lo escrito?

Sí, hay un número determinado de poemas de este libro que están escritos aún en la órbita de La casa vacía, un libro anterior, no inmediatamente anterior, es cierto, pero eso no lo supe hasta que los tenía escritos. De alguna manera sentí que no se había terminado de configurar el universo de esa casa vacía, pero que estaban íntimamente ligados al entorno emocional que movía el nuevo libro, por eso agregué el subtítulo de “nuevos poemas de La casa vacía. Es como si una concatenación de temas, de situaciones, de sensaciones, uniera los dos libros.

Leyendo la obra, en un principio, puede parecer que hay mucho de relación con el entorno, reflexión sobre lo que te rodea –jugando con ese símbolo que es la sombra pegada a uno, algo externo que siempre nos persigue; Málaga, tu ciudad, siempre presente en la memoria sentimental del poeta-, pero cuando regresas sobre los pasos de la lectura, en realidad, se puede llegar a pensar que hay más de introspección que de relación con lo externo, que esa relación la transformas en soliloquio.

Sí, es verdad, todos los elementos que utilizo no son más que maneras de auto introspección, una forma de indagar en mi interior y de conversar conmigo mismo acerca del paso del tiempo, de la soledad. La poesía es una forma de conocimiento, la más auténtica y la que más se acerca a la verdad.

La memoria se presenta como eje transformador, como sostén del verso, del poema…

La memoria lo es todo. La memoria sostiene el edificio que somos, los cimientos del universo que nos concierne.

Cuando no hay memoria, hay transcurrir del tiempo, el verso bascula entre estos elementos de la poética. ¿Cómo traduces esas ideas en verso, cómo trabajas ambos horizontes?

El tiempo y la memoria a veces se armonizan y a veces desdibujan la realidad, la hacen más huidiza, por eso hay que trabajar la palabra para que denuncie lo que esconde en el misterio de su origen.

Como poeta, ¿qué te ha concedido el paso del tiempo?

El paso del tiempo me ha dado cierta serenidad, cierto estoicismo, comprensión. No se si compensa todo lo que he perdido.

¿Cuál debe ser el sentido de la poesía en una realidad como la actual?

El de crear una conciencia. Solo a través de la palabra se puede llegar a crear esa conciencia que nos pone en contacto con lo más vivo, con lo que traspasa los límites de la realidad para hacerse visible.

Y ante esa necesidad de imponer el Yo al verso…

Si no es a través del Yo no se entiende el mundo, no se entiende lo que sucede, no se entiende todo lo que va cambiando la realidad.


Entrevista realizada por Cristina Consuegra para

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