Juntos resistiremos

Solo en los momentos dramáticos es posible que aparezca la épica. Y estamos en uno de los momentos más difíciles de la historia de España desde hace décadas. El mayor enemigo, la enfermedad; la mayor angustia, la incertidumbre. Porque en esta crisis no hay verdades absolutas, no hay hechos incontrovertibles ni certezas irrebatibles. Nos enfrentamos a una situación tan imprevista como imprevisible.

Nos enfrentamos, al fin y al cabo, a algo desconocido que solo somos capaces de entender a medida que nos va atacando, dañando, diezmando. La épica es la respuesta en la que mejor nos acomodamos los españoles desde hace años.

Es imposible olvidar la respuesta ciudadana a la guerra de 2003, o la reacción a la tragedia del 11M, que puso en evidencia una innata capacidad de los ciudadanos para ponerse al frente de la respuesta solidaria al sufrimiento provocado. El 11M dejó marcada a mucha gente. Habíamos entendido el inicio de una era diferente tras los ataques de Nueva York, pero los atentados de los trenes nos dieron un brutal golpe de realidad al que nos fuimos sobreponiendo a base de ayudar a los demás.

Hasta hace bien poco, la idea de un apocalipsis global en el planeta era un asunto de la ciencia ficción y los comics televisivos y cinematográficos. Pero en realidad era mucho más que un espectáculo de videojuego: apenas hace tres meses no éramos capaces de entender el significado de una catástrofe global en toda su dimensión, porque no teníamos referencias absolutas para hacerlo. Por eso el cambio climático parecía un asunto entre la política y las siempre gruesas amenazas de la ciencia, distante de nosotros. Nada faltaba a nuestro alcance que nos ayudara a entender el daño; las consecuencias, si bien eran claramente perceptibles, aún se presentaban como abstractas para muchos. La idea de un colapso mundial, de una transformación sin paliativos que cambiara drásticamente nuestro modo de vida, era, para la inmensa mayoría, una elucubración propia de películas como 2012, Armagedon, Deep Impact o El día de mañana, que tantas palomitas nos ayudaron a digerir.

La crisis final del capitalismo parecía la única maldad terrible a un alcance posible, y prueba de ello había sido la crisis de Lehman Brothers. Si el mal se hacía fuerte solo sería por la acción criminal del hombre porque la naturaleza es siempre cosa de bambis. Pero no.

El Covid19 no es más que un virus entre millones y millones que habitan el planeta. Para que nos haya invadido como especie solo han hecho falta apenas un par de malas combinaciones. Los expertos dicen que para que se produzca un accidente aéreo, en la mayoría de los casos, se debe dar una cadena voluminosa de errores o deficiencias técnicas. En este caso, por el contrario, la sola ingesta de unas porciones de pangolín salvaje, ingeridas por una persona contra la normativa legal – que carece de control eficaz – en una ciudad china, ha permitido que un virus que parece ser propio de murciélagos y que había usado como huésped al animal salvaje, se haya propagado por todo el planeta dañando nuestros pulmones sin entender de tiempo ni de espacio, a toda velocidad y por todas partes.

Somos vulnerables. No solo los que ahora padecen enfermedades que predisponen a complicaciones mortales. Lo somos todos, porque en el futuro inmediato el virus puede mutar, dejándonos abandonados a la incertidumbre. Esa es la verdad. Sea este virus o cualquier otro, aviar o porcino, de animal salvaje o producto de una mutación genética inevitable en alguno de los que ya circula.

Ahora, los gobiernos han reaccionado, no sé si pronto o tarde, qué más da en estas circunstancias, y las medidas adoptadas nos permiten ver por primera vez el rostro más amargo de una posible destrucción global, si no del planeta si de muchos congéneres de nuestra especie, y transformar por ello nuestro modo de vida.

Lo que nos avisaban los científicos que podría ser consecuencia del cambio climático, lo puede hacer en menos tiempo y con más eficacia un bichito, como lo hubiera llamado el veterano Sancho Rof de tantos recuerdos en la crisis de la colza. Ahora ya sabemos calcular las verdaderas dimensiones de los grandes problemas no como hace tres meses. Y de entrever las soluciones que pueden estar a nuestro alcance. Quizá ahora entendamos mejor a los hombres, mujeres y niños que huyen de la guerra o a aquellos pueblos donde periódicamente brotes de ébola u otras enfermedades terribles se llevan por delante a miles si no cientos de miles, de personas.

Pedro Sánchez ha comparecido ante la opinión pública transmitiendo en tres severas intervenciones – en rueda de prensa y en un pleno del Congreso – las extraordinarias dificultades que nos esperan y la dureza de lo que va a pasar hasta que todo vuelva bajo control.  Sin disimulo y con veracidad transmitida por la voz, la mirada y los gestos, nos ha colocado sin ambages ante los hechos como son, y ha reclamado una respuesta de todos a la altura de la necesidad.

Esa es la épica moderna que hoy vivimos. La de asumir la verdad con talante de adultos y enfrentarnos a las consecuencias de la realidad sin impostar falsas apariencias: varias generaciones de españoles que han crecido con parques infantiles sin arena en la que hacerse daño ni mercromina en las rodillas asiste ahora al peligro real de la vida. Y eso exige una actitud veraz.

La épica de hoy es la de la verdad sin mácula, tal y como es. Vamos a sufrir y vamos, después, a salir adelante. Perderemos a muchos de los nuestros – sean cuantos sean, siempre serán muchos – y saldremos adelante porque sabemos resistir afrontando la situación tal y como viene, haciendo nuestras las medidas de combate de un gobierno en posición de avance militar.

No estamos solos en nuestras casas, aunque estemos confinados en ellas y nos resulte agobiante no poder hacer una de las cosas que definen nuestro carácter nacional: socializar. Así que por eso nos resistimos a estar dentro de casa y hemos conquistado balcones y terrazas para relacionarnos con canciones, aplausos o gritos de desesperación. Por eso construimos microrrelatos que batirían a cualquier jurado por severo que fuera usando los teléfonos móviles con memes, fotos, vídeos, con cualquier forma de comunicación que nos haga presentes entre los demás como alternativa de socialización.

No estamos solos, no. Aunque a veces parezca, por culpa de las manipulaciones y las falsedades, que algo se nos escapa porque nos lo ocultan. Nada de eso es cierto. Estamos en manos de un gran equipo de profesionales y de responsables públicos que hacen del campo de batalla un tablero de ajedrez en el que el jaque mate estará pronto a nuestro alcance. A ellos debemos confianza, y con ellos unidad. A los que en estas circunstancias salen de su casa para prestar un servicio público o simplemente trabajar para no detener el país, debemos gratitud, respeto y admiración.

Tan héroe es un cajero de supermercado como una médica de hospital al exponerse ambos al peligro, superar el miedo y contribuir a nuestro bienestar. A los sanitarios aprenderemos a respetarlos en lo que se merecen porque ellos son el eslabón fundamental de esta cadena y su heroicidad, compartida por otras tantas profesiones, es una advertencia de lo que debe hacer bien la política: levantar y sostener un sistema público de salud que lidere cualquier circunstancia dramática, sea esta de hoy o cualquier otra del futuro.

El presidente nos ha llamado, y singularmente a los políticos de la oposición, a actuar en una gran reconstrucción nacional, en un ‘new deal’ que levante nuestra economía alzando al tiempo nuestro ánimo. La ciudadanía debe ver en ese proyecto presupuestario y político la voluntad de no dejar a nadie atrás, una vieja frase del socialismo democrático que hoy culmina como ambición nacional.

Eso es también la épica: una ambición nacional por agárranos los brazos unos a otros para juntos dar pasos hacia el futuro. La solidaridad de aquel amargo día de marzo transformada en un espíritu positivo para hacer visible un futuro de esperanza.

Lloraremos, claro que lloraremos; pero si bien la enfermedad impone la soledad como atributo de la seguridad impidiéndonos acompañar a los nuestros en su despedida y en su viaje, el tiempo nos sonreirá en el futuro y será entonces cuando nuestras lagrimas alcancen a todos aquellos a los que habremos perdido. Y será en un tiempo luminoso en el habremos aprendido a salvarnos y al salvar tantas cosas que hasta ahora no sabíamos valorar.


Rafael García Rico es director de Irispress Magazine 

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