La primera vez

Entre la muchedumbre veía revolotear sentimientos incomprendidos. Pero, cuando la multitud se disipaba, siempre volvía el silencio. Siempre al callejón con su farol.

Por eso fue que, mientras el tiempo pasaba e iba creciendo, siempre encontraba la misma mano donde agarrarse y no perderse. Pero él tiempo corría, indolente… acariciaba sus alas y las había crecer más y más… y la ponía se cara a la luz… Será por eso que nunca olvidó.

Los adoquines guardaban la humedad de siglos, como si de voces lejanas se tratase. Y, de vez en cuando, aquel olor añejo volvía a abrazar sus recuerdos y su realidad.

Hubo un día, mientras aprendía a volar, que subió a lo más alto, sin soltar aquella mano que también volaba con ella. Después tras las primeras palabras, tras las primeras enseñanzas flotaba su corazón entre neblinas. Sonreía sin ver el daño del mañana, pero el mañana llegó. Lágrimas crueles mientras buscaba aquella mano que el paso del tiempo y la distancia le robó. Luchó por mantenerse pero venían más vientos que tambalearon su verdad. Vientos malintencionados que nunca traen agua, sino destrozos.

Y cuando ya no pudo más, con el cuerpo y el alma llena de cicatrices, volvió al callejón. Ahora solitario y sin más luz que el farol. El calor de aquella mano, curó dulcemente las heridas, igual que antes… sin querer volver a volar, pero la impulsó, rescató sus alas y la volvió a impulsar. Suspendida en el aire, lejos ya del suelo. Ya jamás dejó de sentir su mano. Ya jamás dejó de ver la luz del farol.

MARI ÁNGELES SOLÍS DEL RÍO 

@mangelessolis1