Lo que de verdad importa

por Manuel Fernández Palomino

 

 

Los días pasan extraordinariamente intensos y veloces. Cada jornada amanece trayendo un nuevo escenario, nuevos litigios, también nuevos temores y esperanzas. Es el signo de un tiempo áspero marcado por el cortoplacismo y la resolutividad. También por el relativismo en el que nos sumergen tanto la falta de referencias tangibles para atarnos a un argumento ajeno, como las despiadadas críticas de quienes, realmente, aún no sabemos qué defienden.

Posiblemente, cuando pasen estos extraños tiempos, podremos aprender a razonar y a valorar todo lo vivido, todo lo acontecido en esta increíble aventura grupal, que también habrá sido un impensable escenario político.

De momento, confieso que, posiblemente mediatizado por mi pensamiento ideológico -no lo niego, las pasiones y los sentimientos se han multiplicado con el confinamiento-, he aprendido a admirar a quien veo día tras día buscando soluciones desde la condición innegociable de que nadie quede atrás; a valorar un trabajo intenso y difícil, para el que al comienzo de estos inesperados cien primeros días de gobierno (sí, esos son los plazos, por sorprendentes que parezcan), nadie podría estar preparado.

Y en una historia democrática que va para larga, hemos podido presenciar el insólito espacio de una oposición que, sin alternativa, sin propuestas, anda empeñada en aprovechar de forma muy inadecuada su posición. Otra cosa es saber si ello les será efectivo para su verdadero interés. Ya decíamos antes que las pasiones y los sentimientos andan revueltos, y también que vivimos confinados con la siempre fundamental referencia del miedo a la hora de fijar nuestra opinión. Con miedo, con dolor, con numerosas preocupaciones que afectan, además, a lo más nuestro, a la familia, al trabajo, al futuro de nuestros hijos…

Un entorno extraordinario capaz de sacar de nosotros mismos lo que tal vez desconocíamos, lo mejor y lo peor, y que nos obliga a reflexionar constantemente sobre la verdad, sobre los intereses que nos acechan, sobre nuestra propia capacidad para discernir en un mundo en el que, paradójicamente, cada vez resulta menos difícil remover voluntades, o cuanto menos, determinadas voluntades, las más impulsivas, las más vehementes.

La capacidad para discernir y elegir es una cuestión profundamente personal, que, sin embargo, es cada vez más fácilmente mediatizada por un mundo caracterizado por la extraordinaria facilidad para transmitir mensajes, que no avisan, que no llevan copyright ni certificado de autenticidad.

Por eso, y vuelvo a mis querencias, valoro cada vez más lo que yo sí soy capaz de observar, el esfuerzo personal y político de quién minuto a minuto sigue ahí, los llamamientos a la unidad y a la cohesión, la capacidad para admitir un error y modificar una determinación si es por el bien común, la valentía de decidir un día sí y otro también, la responsabilidad de no caer en los aspavientos y la demagogia de quien sólo ve en esta crisis una oportunidad electoral.

Y mientras tanto, la gente ha podido por fin salir a pasear; la inmensa mayoría, desde la responsabilidad y el sacrificio de muchos días de encierro. Admirable, más allá de que siempre hay quien no es capaz de responder como persona ante el resto del mundo. Los días pasan, habiendo quedado mucha gente en el camino, en medio de un dolor que hay quien se empeña en instrumentalizar. Terrible para todos, sobre todo para sus familias, cuya desolación quedará marcada por mucho tiempo. Durísimo no poder acompañar a los tuyos en el último viaje. Repugnante que quien no está invitado a tu angustia quiera protagonizarla.

Y también mientras tanto, los aplausos se van apagando, hastiados de que los intenten mangonear. Pero persiste la admiración por quien se está dejando la piel por nosotros. Ahora nos toca responder, defendiendo el tesoro incalculable de nuestra sanidad pública, la misma que en muchos territorios se encaminaba a la extinción por las indignas decisiones de quienes, -qué cosas-, no tienen remilgos en jugar hoy con lágrimas sospechosas y fotografiarse rodeados de batas blancas. La memoria es un sentido que debemos fortalecer, sin duda. Si no es así, lo volverán a intentar.

Amanece un nuevo día, amanece. Y no será fácil. Tocará pelear de nuevo. Y tocará ganar. Al virus, a los contagios, a la maldad, a la mentira, a la demagogia, a quien no le importa el daño que puede generar. Posiblemente, ya nada será igual. Pero habremos aprendido a saber quienes somos, donde estamos, y qué es lo que verdad importa. Entonces sabremos también que hemos ganado una dura batalla.


Manuel Fernández Palomino, es parlamentario electo por la circunscripción Jaén en el Senado español. Es Vicepresidente Primero de la Comisión de Interior y portavoz del PSOE en la Comisión de Sanidad y Consumo de la Cámara Alta.

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