México se acerca a un despegue económico que lo convertirá en potencia mundial

por Francisco Villanueva
Viernes, 3 de diciembre de 2021. Con una población de casi 130 millones, una rica historia cultural y gran diversidad, una geografía favorable y abundantes recursos naturales, México se encuentra entre las quince economías más grandes del mundo y es la segunda de América Latina. El país tiene instituciones macroeconómicas sólidas y está abierto al comercio.
Durante las últimas tres décadas, México ha tenido un crecimiento por debajo de lo esperado en términos reales, de inclusión y reducción de la pobreza en comparación con países similares. La economía tuvo un crecimiento estimado en poco más del 2.0 por ciento anual entre 1980 y 2018, lo que limita el progreso en la convergencia en relación con las economías de altos ingresos.
La economía se contrajo un 8.3 por ciento en 2020, con una fuerte caída en la primera mitad del año, debido a los choques de oferta y demanda derivados de la pandemia de COVID-19, que tuvieron profundos impactos en las empresas, el empleo y los hogares. La recuperación en 2021 está siendo fuerte y depende de la velocidad de la vacunación, la dinámica de la pandemia con respecto a las nuevas variantes, el crecimiento de Estados Unidos y la recuperación de los mercados laborales. Para permitir una mejor recuperación mejor que sea sostenible a mediano plazo, el país también deberá hacer frente a algunos de los desafíos más urgentes en temas de crecimiento e inclusión que existían previos a la crisis
El Gobierno espera un repunte superior al 6 por ciento del PIB para 2021 anclado en el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Aun así, esto será insuficiente para recuperar lo perdido por la crisis. Lo que se ve hacia adelante es una tasa de crecimiento relativamente baja, aunque constante. Un PIB per cápita que no recuperará sus niveles de 2018 hasta 2024 o 2025, quizás. Pero a partir de esta recuperación todo debe ir fluyendo conforme a las predicciones alcistas de este súper país.
Ante la política de austeridad de López Obrador, el balance presupuestario que ha permitido la estabilidad de los indicadores macroeconómicos y mantener la deuda pública en un nivel cercano al 50 por ciento del PIB; buena noticia para la financiación de la deuda en los mercados. Sin embargo, también se percibe como característica general, una pérdida de incentivos a la inversión privada, a la inversión en general, que hace que hacia adelante haya perspectivas poco prometedoras al menos de momento. El mayor reto la inflación general, que en 2021 acumula una tasa anual de 7 por ciento, su nivel máximo en 20 años…como en casi todo el mundo.
También se ve precariedad del trabajo, pese a que la tasa de desempleo está en 4.2 por ciento hasta el tercer trimestre de 2021, y el presidente prevé cerrar el año con casi 21 millones de empleos formales registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una cifra inédita.
La economía parece que ya estaría moderando su dinamismo. De no impulsarse el control de la inflación y la calidad en el empleo, es muy probable que para fin del sexenio, para 2024, la economía tenga crecimientos de alrededor del 2 por ciento, es decir, mantenga la misma inercia que en sexenios anteriores. Hay que cambiar la tendencia.
Lo que es cierto y he comprobado con mis propios ojos este último mes es que en los últimos treinta años, México ha avanzado considerablemente en el ámbito de la estabilidad política y macroeconómica, así como en el proceso de internacionalización. Ello le ha permitido dejar atrás las crisis internas recurrentes y sortear con buena nota la tormenta global que estalló en 2008-2009. En particular, después de una caída del PIB del 4,7% en 2009, la economía mexicana creció un promedio anual del 4,3% entre 2010 y 2012. Hasta prácticamente la pandemia, la causa de la debilidad de las condiciones globales y la tardanza en la adopción de estímulos fiscales, produjo una gradual aceleración económica apoyada en la mejora de la demanda externa de EE.UU., y unas políticas monetaria y fiscal ahora en modo expansivo, que permitirán alcanzar crecimientos de más del 4% estos últimos años precovid.
La Crisis de Deuda de 1982 (cuando México se vio obligado a interrumpir el pago de su deuda externa) y la Crisis Tequila de 1994-1995 (que implicó la devaluación del peso y se saldó con la quiebra de bancos y numerosas empresas) sirvieron de incentivo para promover profundos cambios económicos, políticos y sociales en el país durante las tres últimas décadas. Cambios que han sido clave en la reducción de las vulnerabilidades, externas e internas, de las que adolecía la segunda potencia latinoamericana en la década de los ochenta. Así, la privatización de empresas públicas ayudó a reducir la deuda pública, mientras que la aprobación de la Ley de Responsabilidad Fiscal explica la moderación reciente de los déficits fiscales. Por otro lado, el Pacto Social al que llegaron empresarios, sindicatos y Gobierno en 1987, y en virtud del cual, entre otras cosas, se acordó el anclaje de los precios, fue determinante para romper la espiral inflacionista en la que estaba sumido México. Posteriormente, el proceso de desregulación, la eliminación de subsidios que favorecían a las empresas locales, el proceso de apertura de la economía, y una autoridad monetaria independiente, transparente y con la prioridad de controlar la inflación, han sido otros factores que han apoyado la moderación de los precios. Por último, la mejora en la regulación y supervisión bancaria y la adopción de un tipo de cambio flexible tras la Crisis Tequila son dos pilares extras que han apuntalado la estabilidad macroeconómica del país.
Si bien todos los cambios mencionados han desempeñado un papel en la configuración del México actual, la apertura del país ha sido uno de los elementos que más ha transformado su estructura económica. En concreto, a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa se dieron algunos de los pasos más radicales en aras de esta internacionalización. En 1986, México se adhiere al Acuerdo General de Comercio y Aranceles (o GATT, por sus siglas en inglés), comprometiéndose a reducir de manera significativa sus aranceles comerciales así como otras medidas no arancelarias. En 1994, esta política aperturista y globalizadora se consolida con la firma, junto a Canadá y EE. UU., del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés). Estos compromisos sirven para impulsar de manera definitiva la instalación de nuevas plantas maquiladoras, que pasan de emplear 180.000 trabajadores en 1984 a algo más de dos millones hoy en día.
La maquiladora es una empresa que importa productos sin pagar impuestos, cuyo producto se comercializa en el país de origen de la materia prima suelen ser plantas manufactureras (situadas por lo general en la zona fronteriza con EE. UU.) que gozan de tasas arancelarias privilegiadas tanto para las importaciones de insumos y maquinaria como para la exportación hacia EE. UU., y son receptoras de volúmenes elevados de inversión extranjera (estadounidense en su mayor parte). Además de las facilidades arancelarias y de inversión promovidas por los Gobiernos mexicano y estadounidense, tres factores explican el boom de las maquiladoras: la posibilidad de fragmentar los procesos productivos en distintos países (offshoring), unos costes laborales relativamente bajos y la proximidad geográfica a una economía grande (de hecho, la mayor del mundo) con costes laborales elevados. En consecuencia, las exportaciones mexicanas pasaron de representar un 11% del PIB en 1980 a un 33% en 2012.Algo más de la mitad del total de exportaciones procede de las maquiladoras y cerca del 80% es absorbido por EE. UU., principal destino de las exportaciones del país.
Sin duda, el paso de una economía apoyada sobre los componentes locales a un modelo exportador explica algunas historias de éxito rotundo. El caso más destacado y reciente sería el de China, que, después de una política de apertura iniciada en los noventa, logró mantener tasas de avance promedio del 10% anual. Pero también sobresalen otros países, como los cuatro tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur), en la década de los setenta y ochenta, o, anteriormente, los casos de Alemania y Japón, en la de los cincuenta y sesenta, respectivamente. Sin embargo, y a pesar de los logros cosechados por México, sus tasas de avance económico se han situado claramente por debajo de las cotas alcanzadas por esos otros países en sus etapas de esplendor. Y es que una fuerte dependencia de las maquiladoras (y, por extensión, de algunos tipos de offshoring) acarrea consigo ciertos inconvenientes: especialización en sectores manufactureros relativamente volátiles, alta sensibilidad al ciclo económico del país destino (EE. UU. en el caso que nos ocupa) y fuerte competencia de otros países dada la facilidad de trasladar este tipo de procesos productivos.
Justamente, la rivalidad internacional supuso un serio desafío. La coincidencia en el tiempo del proceso aperturista de México con el de China, una potencia demográficamente arrolladora y con unos salarios muy competitivos, puede explicar, en parte, la demora en el despegue económico del país azteca. Pero la falta de acción del propio México frente a importantes problemas estructurales, entre los que destacan una baja calidad educativa, ineficiencias en el mercado laboral, o un grado de competitividad insuficiente en sectores estratégicos, tiene mucho que ver en este retraso. Una mejora en estos ámbitos podría haber minimizado los inconvenientes de las maquiladoras, gracias a la estimulación de nuevos sectores manufactureros con mayor valor añadido y, por tanto, menos volátiles y sensibles al ciclo de terceros países, y más competitivos internacionalmente.
Las perspectivas a medio plazo, sin embargo, son alentadoras gracias a la confluencia de diversos elementos. Por un lado, el Pacto por México, que a finales de 2012 aunó la firma de los tres partidos políticos más importantes en México, ha materializado el anhelado consenso político imprescindible para promover un ambicioso plan de reformas que podría dar un valioso impulso al crecimiento potencial del país. Asimismo, la subida de salarios en China, una creciente y joven población mexicana y una renovada tendencia al nearshoring (fragmentación en países cercanos) frente al más clásico offshoring, pueden dar la oportunidad a México de sumarse finalmente al club de las historias de éxito entre los países emergentes con estrategia exportadora. Además es un país que enamora, engancha, tiene fuerza, vida, es una explosión que se ha de producir lo antes posible.
Francisco Villanueva Navas, analista de La Mar de Onuba es economista y periodista financiero
@FranciscoVill87

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