¡No hay más caña que Ocaña!

 

por Richard Villalón


En 1978 Ventura Pons dirigió su primer documental: “Ocaña, retrato intermitente”. Es una panorámica sobre la España postfranquista a través del artista. Cuando se presentó en el Festival de Cannes, hizo estas declaraciones recogidas por EL PAÍS: «No me considero pionero del travestismo barcelonés porque siempre ha habido travestis, pero sí soy pionero del teatro en la calle. Cuando me disfrazo parezco una pintura negra de Goya. Es lo que intento, dar una imagen grotesca, distorsionada. Creo que la provocación gusta a todo el mundo, porque todos tenemos algo de exhibicionistas. Soy exhibicionista porque he estado mucho tiempo marginado. Pero en casa yo me maquillaba como los griegos y los romanos».(Wikipedia)

Aparece con pelo oscuro, una piel rosada con huellas de haber soportado soles en el campo, bajo un sombrero. Un nerviosismo conmovedor le deja sin aire cada cuanto, su relato va llenando la habitación con mundos duros, cotilleos astillados, la sensación de haberse vaciado cuando entre cada silencio declara mirando a la cámara: “Mi única misión es ser libre…”

Sobre una cama, recordando amargamente mal a los obreros, contando crueldades, hablando de las viejas del pueblo, de los pequeños e ingeniosos métodos que tiene la maldad para disfrazarse. Paradójicamente en Cantillana, los mejores amantes de su vida, fueron peones de campo, obreros de fábricas, cabreros. Sus boleros de amor los cantaban los perros, en madrugadas furtivas, neblinas cargadas de disparos lejanos. El campo también está poblado de locos negándose a tomar pastillas. Al lanzar la palabra río, el lugar se llena de rumores, pajaritos chillando, piedras rebotando sobre el espejo del agua. Desde niño supo al dedillo su atracción por los hombres. El tiempo se retroactiva, a la vez se detiene, para hacerme sentir, escapar del suspiro, la fortaleza exige camisas de fuerza… Ocaña es de los míos, no en el sentido narcisista de reconocer parecidos, esa escalera para subir al poder de lo singular. Simplemente mío. Esa Sevilla no profunda, extra cateta, quitó del bloque de mármol de su esencia, aquello que no era José Pérez Ocaña, más conocido como Ocaña, para dejarlo hecho, duro, propinarle sinsabores, alegrías fugaces, corazón meloso, hombres fabulosos cada innegables esquinas ensañándose con dolor, para llegar al placer …

Se desnudaba con una vertiginosa velocidad, representaba dramas inexplicables, cantaba saetas como quien fríe un buñuelo. Era un “noparar”, su raciocinio cotidiano sobre el rico y el desfavorecido, desterraba la teoría de la dialéctica a la parte donde cuelgan los chorizos de las matanzas caseras, esas cocinas donde hay que tener encendida la luz durante el día. Su profesor lo inscribió en la Falange, por ir a la playa en los campamentos de verano, hasta que Ocaña reaccionó malamente al comprobar que solo iban el hijo del guardia civil, la gorda sobrina del Alcalde, los pudientes de su pueblo. Renunció pidiendo lo borraran, sin percatarse, esa España cuando te borra, ya tiene tu cara ubicada para ser inscrita en el blanco de su odio. Existe una España falsamente muerta o mejor dicho quitándose las telarañas que produce la inmovilidad planeada, forzada, manida. Esa España pide papeles, recurre a los másteres para comprobar potencialidades falsas, persevera aborreciendo a quienes piensan diferente. Esa profunda marca, te hace ser transeúnte constante, fantasma de bares, café malo, mirar de soslayo a la hora de agradecer. Viendo triunfos ajenos, comprobando distinta tú aventura, atravesando selvas agresivas, calzado plastificado produciendo olor de pies. Para una princesa entre rural y de suburbio, fue un cataclismo personal a fuego lento. El imperio de lo convenido, jugando por enésima vez sin rey, al maldito ajedrez…

Su persona recurrió a un personaje. Pintando casas, sobreviviendo al destino, se cobijó, desertó de la resignación. Haciéndose pintor, dibujando trazos, supliendo la desgracia de haber nacido entre vulgares, con el cinismo de aun cayendo, sonreír .En sus cuadros aparecían gentes rígidas, plagadas de color, su naif venia de territorios paganos. Fue parte de una Barcelona suelta como trenza destrenzada… En su descocado jolgorio habitaba el desconsuelo de los militantes de la tristeza. Marchas castrenses con rey de fondo, sobre un paisaje de transición, calles llenas de espectrales ejércitos. Modernos mezclados con gorilas, la sed tragándose el pan seco de la recién inaugurada abundancia. Manifestaciones solidarias, tiempos de renacer y una sociedad entregada a reconstruir la democracia, transformar el muro de la intolerancia en un puente para bailar. Ocaña encauzo vuelo cantándole a la Asunción, transformando textos de Lorca en frases Marujas. Escapó de la solemnidad caminando las ramblas, enseñando su sexo sin afeitar. Cantando coplas en bares progresistas, enfilando su lengua hacia el diccionario emocional, royendo sinónimos para justicia y equidad. Su éxito trasgresor aplaudido por gente arremolinada no lo libraba de la Lipidia (extrema pobreza) Desde ese balcón tiraba pétalos buscando amor, sentido, redención.

Nunca dejó sombra de duda, era certero, sus vocablos se agolpaban para pronunciar ocurrencias, formas divertidas de una nueva libertad.

Ocaña es el hijo del campo eclosionado en hacendosa rata de ciudad. Los amigos lo rodean porque sabe hacer reír, se atreve, se menea, negándose a morir desapercibido. Él se declaraba libertario o “libertatario” creando cátedra del por qué sin estudios se llega a ser universal. “Provinciando” satura sus cuadros, acierta en el silencio asfixiando a sus personajes, entre lunares, velatorios, lunas con gatos. Organiza procesiones horteras, sacando del pecho hacia la calle, procesiones interiores de un país entrado de golpe y porrazo a un lenguaje europeísta. Una Europa aún tatuada de esvásticas, cálices, tiros en la nuca imposibles de olvidar… Los españoles dejan de ser bajitos, las chicas son tempestuosas como Carmen de Merimée “minifaldeadas”, chicle para evitar el uso de palabras, porro perfumando un micro lenguaje, casi eficaz, bautizado entre la fábrica y el Metro. La sociedad se rebela y las derechas anclan sus barcos en instituciones maquilladas, ficticiamente anquilosadas. A esta hora su resurrección zombie, asesta golpes bajos a quienes se cagan en Dios, reclaman menos impunidad. A los que juegan como nunca, perdiendo como siempre.

Ocaña creó un ritmo al expresarse vehementemente, sin universidad de por medio, con su sístole y diástole de pintor de paredes. La pulsión del sexo llenando de gasolina a un ser delicado, inconformista, tierno, lejos de cualquier sentido sofisticado.

La Ocaña (como le gustaba hacerse llamar) razonaría este vínculo con la religión católica diciendo que creía «en los dioses de la carne, no en los de madera» y que si ofrecía culto a estas imágenes era «porque lo que ha quedado de la religión son los fetiches». De hecho, también apuntó que «veía las procesiones no como manifestaciones religiosas, sino como una forma de festejar y desinhibirse de la rutina diaria a base de jolgorio y manzanilla andaluza».(Wikipedia)

La mezcla de friki y paria popularizado nutrió su discurso con una retórica recurrente, machacona. Hundiendo su descaro en un pozo complicado. Los de la derecha no lo querían abiertamente, los de izquierdas utilizaron su poder de convocatoria mediática, aunque claramente, tampoco lo querían. Enmarcando su nombre en un tonito cercano al desprecio.

Estos ingredientes perniciosos lograron aderezar su personalidad con un acento medio canalla, competitivo, algunas veces torvo.

Sus viajes al más allá de sus posibilidades lo hicieron crear una performance sazonada con mal gusto, el ejercicio involuntario de una altanería bronca, ineficaz a la hora de encarar su ser, con su estar.

De su vida íntima hay datos poco concretos. En una entrevista contó un idilio con alguien calificándolo de loco.

Sus ojos hablando, voz trémula, habla de la madre de su amante, un ex seminarista. De una felicidad estática, seca inexpresiva. Habla de abrazos tiernos, alegrías paseadas en las calles de una feria, con un: Te quiero como a nadie”. Esa noche el noviete lo deja en la ensordecedora guarida del secreto y al día siguiente se pega un tiro. La expresión es inminente. Una viudez inmunda llena el espacio. Ocaña desgarra la quietud controlada de su eterno escenario y una “penita negra” comienza a ladrar como perro a las ruedas de los taxis…Entonces ese Ocaña gracioso, andaluz y pasota se radiografía, ya es inútil localizarlo lejos de las desgraciadas vidas. Ocaña es un valiente involuntario, es la pluma arrastrada por un ventarrón supuestamente libertario.

Dibuja el posfranquismo, entrega sus pinturas relegándolas por el propio peso de su fuerte personalidad, acertadamente equívoca.

Llega el desenlace, el terrible episodio:

En septiembre de 1983 regresó a Cantillana para celebrar unas fiestas de carnaval y reunirse con su familia. Allí confeccionó y vistió un disfraz de sol elaborado con papel, tela y bengalas, que se quemó y le produjo quemaduras mortales.

Las últimas informaciones rescatadas de su final declaran que luego de este grave accidente, una hepatitis perniciosa despertó aprovechando su débil estado llevándoselo a la muerte el 18 de Septiembre de 1983, “Vestido de sol”. Una existencia con trazo profundo, hazañas sociales, mártir de sus desaciertos. Elevado a leyenda, su espíritu ha servido de bandera para activistas LGBTQI+. Actualmente Exposición: Ocaña, la pintura travestida en el Espacio Turina de Sevilla hasta el 7 de Octubre. El sistema engulle, el alma persevera, la verdad se retuerce.

Su historia es una virgen triste, conteniendo el sufrimiento como un dique perenne, a punto de estallar, durante su estremecida vida.


Richard Villalón

www.richardvillalon.com

Artwork Isabel Chiara