Pablo Carbonell en ‘El mundo de la tarántula’

Tarántula o crápula, risas o lágrimas, el caso es vivir. Con esta exaltación vitalista, digna de la mejor picaresca española, Pablo Carbonell (Cádiz, 1962), que pasó sus mejores años en Huelva, donde alcanzó la popularidad gracias a sus actuaciones junto al fallecido Pedro Reyes, artista de la farándula más multidisciplinar que podamos imaginar (cantautor, actor, director, productor y distribuidor de sus propias producciones multidisciplinares) cuenta su vida y sus inicios en el faranduleo hispano subido al escenario-

No hay que explicar que tarántula se refiere a la farándula, término que alguna madre muy mosca con las actividades del chaval, modificó, pero que a estas alturas, vista desde la atalaya de los años por ese mismo chaval, es la reivindicación de un tipo de vida que se inició a la muerte de Franco para cualquier aspirante a artista en el seno de una familia seria.

Carbonell está solo en el escenario y como tal, monologa y de vez en cuando, gime y se retuerce con sus aventuras sobre una especie de chaise longue con cornucopia que parece heredada de La velocidad del otoño, pero los diálogos, que también los hay -muchos, muchísimos- lo ponen rápidamente en pie porque lo son en primer lugar consigo mismo, pero también con sus padres, sus compañeros de colegio, sus profesores -los jesuitas y los de la escuela pública-, sus novias, su hija y, por encima de todo, sus compañeros de profesión “a los que tanto debe y a los que rinde sentido homenaje de admiración”.

Es así como desfilan por su obra -una función que antes fue libro- el insigne Pedro Reyes, el Gran Wyoming, el poeta y músico Javier Krahe con su voz sentenciosa de modales únicos, el desgarro jienense de Joaquín Sabina…  De todos ellos se declara deudor en cuanto a aprendizaje y apoyos generosos y fraternos, pero a alguno le llegó a deber en aquellos primeros años de farándula, años de hierro como actor callejero y más tarde en salas “puntito menos que alternativas, la cama, el colchón y hasta el sitio donde tirar la mochila al volver derrengado “a casa”.

Pero como todo tiene un límite por muy alternativo y tarántula que uno sea, llegó el día en que había que buscarse “una pensión donde por poquito dinero alojan a la gente” y el éxito le llega por fin con su actuación televisiva en La bola de cristal y el triunfo mundial de su grupo Los toreros muertos, nombre que ha de reivindicar apasionadamente ante las folclóricas viudas de España y que a día de hoy sigue cosechando triunfos en espacios multitudinarios y editando discos.

Toda su peripecia vital la acompaña con su guitarra, a la que no menciona con nombre propio que yo sepa. Con ella en brazos, va jalonando de canciones propias y ajenas (Siete novias Adela, Agüita amarilla, Cuerpo de ola) aventuras divertidas y ciertas reflexiones muy serias sobre su adolescencia y juventud  pero que sólo a la luz de la actualidad más cruda han ido encarnándose en su memoria (v. gr. el posible incesto que él no supo ver entonces y que ahora se le revela en el comportamiento de su primera novia, reflejado en la canción Cuerpo de ola, de Hilario Camacho; el acoso escolar que él mismo sufrió de modo cierto en su traslado a Huelva) junto con algunos motivos de su reivindicación vitalista con la que se pone al público y sus gustos por montera.

El caso es vivir, eso es lo que dice el pícaro: “a tuerto o a derecho, nuestra casa a puerto”; pero si éste es, además, artista, su función es hacer sentir al público que está vivo. Vivo, vivo por encima de todo.

El mundo de la tarántula se basa en la obra homónima de Pablo Carbonell editada el año pasado en formato libro, al precio de 19,90 euros, por Blackie Books. Barcelona, y que el propio Carbonell firma a la salida del Teatro a quien se la quiera comprar.

  • Autor y reparto: Pablo Carbonell
    Dirección: José Troncoso
    Escenografía: Asier Sancho
    Diseño Iluminación: Juanan Morales
    Música: Tuti Fernández
/ Periodistas en Español /
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