‘Pongamos que hablo de Madrid’, por Eduardo Flores

por Eduardo Flores

 

Domingo, 11 de abril de 2021. Que Madrid es facha hasta los tuétanos los saben hasta quienes lo niegan. Coletas incluido. Porque hasta para la izquierdita de las Españas el facherío endémico madrileño justifica sus causas, azares y luchas. Y si no, de qué otra manera –mamá, quiero ser artista- se podría alcanzar los cielos. Iglesias emula a Aquiles marchando hacia Troya –donde probablemente morirá, todo por la gloria del héroe-, cuyo futuro no puede ser otro que arder por una guerra tan estúpida como innecesaria. Y si Madrid es facha, qué le vamos a hacer.

Acertaba el arrebol Ayuso en aquello de que Madrid era España. Cojan papel y boli, que esto es una ecuación. De igual modo que la eme es mayúscula en un caso también lo es en el otro. Si un pedazo de tierra de olivar jienense no cabe en la e mayúscula más que para una fotograma publicitario, tampoco cabe dentro de la anchura y la altura de una eme el barrio de Vallecas. Que no, que no es Madrid. Tan facha ella. La matemática resultante será la pose de don Fabrizio Salina apoltronado en batín mirando las llamas, ligeramente inquieto, pero siempre paciente.

Allá donde se encuentran los caminos lo es por necesidad. La pica clavada en el kilómetro cero atraviesa la tierra y alcanza el pellejo de todos y cada uno a los que la arbitrariedad perimetró el nacimiento en el grueso de la península y sus satélites insulares. Todo pasa allí. Y lo que no, no existe, o lo hace poco, o lo hace de forma que finalmente pueda justificar el mantenimiento de una villa y corte, hoy reapandemiada por la libertad.

Cuando Abascal –mamá, quiero ser artista (again)- decidió salir de safari al Serengueti de Vallecas llevaba rifle de dos cañones y sendos cartuchos. A qué más. Cuando disparó acertó en ambos casos. Y nunca sangró Madrid. Lo hicimos por los ojos quienes con estos contemplamos la burricie uniformada que ya ha salido del armario que antes cerraba un candado donde se podía leer servir y proteger. De ese modo se ultrajó el templo de Apolo en las playas que lleva a los muros troyanos.

Cuando Eneas (Gabilondo) escape de la barbarie, con su papá (PSOE) al hombro, no tendrá ya tierra fértil en la que cimentar futuro entre siete colinas. Guardará una espada como reliquia, hasta poder inyectársela a lo residual de un corazón socialdemócrata.

Para los Arquímedes de la política el problema será, como lo ha sido siempre, el peso de Madrid. Pena para los Umbrales y Sabinas. No se engañen. Que a los franceses los echó la Iglesia, y no cuatro marías abriendo cabezas con macetas desde sus balcones, tampoco los empatillados afeitando más allá de la barba el cuello de los gabachos. El Madrid de la eme mayúscula, que es el único que se concibe desde la política, pesa por el músculo de su facherío, tan grande y tan libre; al amparo de una monarquía inamovible. De ahí las poluciones nocturnas de los novilleros que sueñan con Las Ventas.

Los que no somos de la España que es Madrid deberíamos hacer un poder en reflexionar. Y ahí están, desde luego, quienes regresan por el puente de Vallecas, el más allá de la M-30 y los periféricos que somos todos, desde ese asfalto y hasta el mar y la frontera con Portugal. Madrid ens roba. La atención, la identidad y hasta la salud en estos días.


Eduardo Flores, colaborador habitual de La Mar de Onuba, nació en la batalla de Troya. Es sindicalista y escritor. En su haber cuentan los títulos Una ciudad en la que nunca llueve (Ediciones Mayi, 2013), Villa en Fort-Liberté (Editorial DALYA, 2017) y Lejos y nunca (Editorial DALYA, 2018).

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