Soy patriota

por Eduardo Flores

 

Lo reconozco. Me mola la rojigüalda. No menos que la tricolor. En el fondo, cualquiera con colores. Cuanto más colores, quizá, mejor. Pero lo reconozco, soy patriota. Porque España, ahora rojigüalda, mola. A veces más y otras menos. Pero mola, en general.

Soy tan patriota que en estos tiempos pandémicos me acuerdo y mucho de mi colega Óscar y mi colega Manué. Ahí van, dejándose el pellejo en un negocio que la insania maltrata porque, desgraciada y probablemente, es contrario a la salud; la de ellos y sus clientes. Patriota porque pienso en Lidia y José. También ellos, entregados a la hostelería, con un cariño que me despierta no poca ternura, pelean, con más dignidad que fuerza –y ésta no les falta-, contra lo adverso. Mi patriotismo me lleva a enarbolar una bandera que abrace a esta gente. ¿Cómo no quererlos y abrazarlos como podría hacer conmigo mismo en un acto de amor a la podría identidad, algo tan indiferente a la rigidez y la estrechez de unas coordenadas cuya precisión se antoja tan excesiva?

De mi patriotismo podría hablar más Hacienda que yo. En fin. Tampoco van a escribir este articulito por mí. Sólo faltaría. Mis maldiciones no son óbice al entendimiento. Mis hijos van a colegios e institutos. Cuando me duele la garganta tengo a un doctor a la vuelta de la esquina. Si al bicho cabrón de los titulares le diese por mí o los míos, habrá una doctora y un enfermero que, muy dulcemente, o con toda la dulzura que se podría hacer algo así, procederían al intubamiento. En una cama. En una UCI. En un hospital. Y no en una montaña mágica. Eso mueve mi patriotismo. Quizá porque no tenía balcón cuando tocaba lo de los aplausos.

De hecho diría que soy más patriota hoy que cuando llevaba una bandera en el hombro. Diez años. Cuando veinte no son nada, que febril la mirada. Sigo.

Ejerzo sindicalmente mi patriotismo. Lo mejor que sé o puedo, al menos. Republicanamente patriota, por principios. Sin más símbolo por delante que no represente libertad, igualdad y fraternidad. Los hay eméritos que no pueden ser, por hechos contrastados, más patriotas que servidor y, sin querer quererlo o sí, los amigos mencionados un poco más arriba. Soy, en el sentido estricto de la formulación, uno más de esa España que madruga. Sin que me gusten los toros ni las pulseritas. Como tampoco me gustan aquellos que se fugan de sus responsabilidades para con la justicia. Aquellos que sin toros ni pulseritas se constriñen en mismos ideales pero distintas coordenadas. Donde no cabe patriotismo.

Se podría decir que mi patriotismo es más de paisanaje que de país, sin embargo. Porque mi patria comprende las ubicaciones inexactas. Mi patria está justo en el lugar que pisan aquellos que amo. Quiso el azar que se llamase España. Y dentro de esa España, la cultura en la que el otro siempre es un semejante. Ya haya llegado en patera. O en un avión, huyendo de una realidad que el delirio narcisista hizo insoportable. España puede ser ese lugar, por eso merece mi patriotismo.

Ser patriota, en el fondo, y en mi particular forma de sentir, excluye el nacionalismo y el hecho de que las empresas del IBEX 35 deriven trece mil millones de beneficios a paraísos fiscales. Tal y como están haciendo, de una forma anecdótica, algunos youtubers. Siguen el ejemplo, con toda su tecnológica modernidad, de los rancios herederos que hicieron de la patria y un falso patriotismo, una forma de vida –de ganarse mucho más que la vida- que niega la educación, la salud y, en puridad, una digna existencia. Mi patria es otra. Y en el fondo no es más que una idea. Allá donde las vacunas que impermeabilizan nuestros pulmones son, en estricto orden de prioridad, para quienes en estas circunstancias, vivir normal viene seguido de una muerte segura. Allá donde habitan currantes y empresarios diligentemente contribuyentes. Donde los que más tienen aportan cuanto deben por quienes la suerte dio cruz al caer la moneda. Tanto en lo económico como en lo ético.

Soy, como ya he dicho varias veces, profundamente patriota. Pero en un país que en ocasiones –demasiadas y desde su primitiva concepción, pongamos la democracia que parió la transición- es el mundo al revés; y en el que serlo, obliga a la rebeldía frente a los que no comparten el patriotismo de la gente como yo, apenas un peatón.


Eduardo Flores, colaborador habitual de La Mar de Onuba, nació en la batalla de Troya. Es sindicalista y escritor. En su haber cuentan los títulos Una ciudad en la que nunca llueve (Ediciones Mayi, 2013), Villa en Fort-Liberté (Editorial DALYA, 2017) y Lejos y nunca (Editorial DALYA, 2018).

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