¿Tiene futuro la Economía Social y Solidaria frente al capitalismo tradicional?

La Economía Social y Solidaria (ESS) es una realidad económica que se encuentra en estos momentos en pleno proceso de expansión en la UE (y otras partes del planeta). Sin duda, ello viene motivado por la crisis económica y financiera de 2008 y el largo lapso post-crisis, que ha agudizado, en estos diez años –pese a la mejora de la realidad económica en términos macro– la situación de desigualdad, de precariedad laboral y de disminución de servicios públicos esenciales para las “sociedades del bienestar”.

Pero además, este proceso de crecimiento de la ESS es también fruto de la cristalización de una larga historia organizativa de 175 años que ha permitido que muy distintos sectores sociales a escala mundial generen alternativas a las organizaciones capitalistas tradicionales con objetivo de mejorar la calidad de vida de las mayorías.

La Economía Social y Solidaria –a través de sus fórmulas jurídicas más conocidas (cooperativas, mutualidades, etc.)– es una realidad pujante en el conjunto del planeta.

Aunque los estudios cuantitativos son escasos, la Alianza Cooperativa Internacional (ACI) nos indica que en el mundo existen al menos 2,6 millones de cooperativas que aglutinan alrededor de 1.000 millones de personas y que dan empleo a no menos de 250 millones. Solo este dato hace muy indicativa la importancia del sector.

Las entidades de la ESS han surgido siempre a partir de la capacidad de la iniciativa ciudadana de observar y definir las necesidades que esta tiene en las distintas facetas de la vida; también por su facultad de dotarse de respuestas propias y autogestionadas para la resolución de las mismas. Además de las fórmulas mencionadas como las cooperativas y las mutualidades, la ESS agrupa igualmente a sociedades laborales, empresas de inserción, centros especiales de empleo, agrupaciones de pescadores, entidades de finanzas éticas, grupos de consumo comunitario, mercados de intercambio y otras muchas formas de agregación comunitaria definidas o no formalmente.

Igualmente, por sus objetivos, muchas de las entidades del Tercer Sector no lucrativo (especialmente asociaciones que se implican en la resolución de situaciones de vulnerabilidad social) formarían también parte de la ESS.

Prioridad a la persona, no al capital

¿Y qué nos distingue (a los que participamos en iniciativas de Economía Social y Solidaria, como es el caso de los cinco autores de este texto: Miguel Ángel Martínez del Arco, Fernando Sabin Galán, Ana Álvaro Moreno, Adrián Gallero Moreiras y Sandra Salsón)?

Las entidades de la ESS se autodefinen como espacios ligados al compromiso con el entorno y el medio ambiente, a la supremacía de la cooperación frente a la competitividad, al predominio de las personas frente al capital, a la autogestión y la gestión interna democrática y participativa y a la prevalencia de un modelo económico que ponga por delante la sostenibilidad de la vida. El fin es la vida y no el enriquecimiento.

La sostenibilidad es ahora un mantra que se menciona permanentemente en las políticas públicas.

Tanto la UE en sus distintas resoluciones como las distintas políticas de los Estados europeos han situado la sostenibilidad medioambiental, la mejora del empleo, la lucha frente a las desigualdades, la equidad de género, etc., como elementos vertebradores de sus políticas a medio y largo plazo. Una coincidencia fundamental con los valores de la ESS, sin duda.

En Europa, la ESS es una realidad en crecimiento. Al menos, hablamos de 2 millones de entidades en la UE (10-12% del total de las empresas existentes) las cuales en 2010 empleaban alrededor de 14,5 millones de personas (un 6,5% de la población empleada en el continente). Siendo además partícipes de los distintos sectores económicos: de la industria a la agricultura, de los servicios comunitarios a la vivienda, del consumo a la gestión de la salud…

Pero la importancia de esta realidad en crecimiento no solo estriba en su importancia numérica, responde sobre todo a la necesidad de que los sectores mayoritarios de la población puedan encontrar solución a sus necesidades a partir de su propia auto-organización y de una concepción de la democracia que va más allá de lo formal: la relevancia de que la economía sea un espacio bajo el control de la ciudadanía y que los modelos de desarrollo pongan en el centro las necesidades de la vida y su sostén, más allá de los criterios de mera ganancia.

La ESS tras la crisis global: ¿solución o placebo?

Desde su nacimiento, las distintas expresiones de la ESS se han enfrentado al reto del desarrollo global. En este sentido, el desafío de la sostenibilidad sitúa a la ESS especialmente como un agente primordial en el desarrollo local. Lo local, la comunidad, la ciudad, es el ámbito natural en el que las personas nos desenvolvemos, establecemos en primera instancia nuestras relaciones socio-afectivas, económicas, laborales, culturales, etc. Es también, desde su nacimiento, el caldo de cultivo propicio para la ESS, que encuentra en este ámbito territorial el espacio adecuado para generar respuestas a las necesidades fundamentales y para plasmar –a través de las mismas– modelos diferentes –y diferenciadores– de desarrollo colectivo.

Por ello, desde la Economía Social y Solidaria intentamos plantear nuestro modelo de ciudad cooperativa. No se puede hablar de la ciudad inteligente –smart city–, si esta no incluye las dimensiones democrática, ecológica y feminista. Sin poner en duda las grandes aportaciones de las nuevas tecnologías y de lo que contribuyen a mejorar la vida en nuestras ciudades, la sociedad o las administraciones públicas no pueden dejar fuera estas tres dimensiones.

La ESS, que es un hecho ciudadano en crecimiento, pero aún modesto y minoritario –en países como España, por poner un ejemplo–, se enfrenta a obstáculos internos que dificultan su adaptación y la hacen bascular muchas veces entre ser funcionalmente paliativa a un sistema que critica o, al contrario, quedarse cómodamente situada en sus márgenes. Y este es, en este preciso momento, el gran desafío: para los cientos de miles de personas que constituyen la Economía Social y Solidaria, es básico, en principio, formar parte de entidades con las suficientes capacidades económicas, profesionales, intelectuales, etc., que les permitan dar una respuesta óptima a sus necesidades. Pero no solo: la ESS tiene ante sí, junto con otros paradigmas de la economía alternativa previamente citados, la posibilidad de democratizar el ámbito económico generando estrategias diversas al modelo imperante, que es un modelo depredador del medio y de las personas.

Este gran desafío va más allá de las propias capacidades de la ESS: supone el abordaje de un cambio de paradigma frente al modelo neoliberal. Poner las necesidades y los deseos de las personas y de la vida en el centro implica una modificación sustancial de los mecanismos existentes para la ejecución y el control de las decisiones económicas.

En este sentido, desde la ESS se hace patente la necesidad de un cambio en los modelos de gobernanza global, de manera además que las propias instituciones supranacionales, los Estados y las entidades regionales y locales auspicien y alienten mecanismos de apoyo a las entidades comunitarias de la Economía Social y Solidaria. Al tiempo, la ESS debe establecer una ruta de trabajo que haga del sector un espacio más eficaz, más permeable y con procesos de formación e innovación permanente para hacer frente a los cambios que se avizoran.

A fin de cuentas, frente a los paradigmas imperantes de emprendimiento individual, enriquecimiento a toda costa y competitividad ajena a las necesidades más vitales, se trata de generar soluciones colectivas para que la sostenibilidad de la vida sea el sujeto central de la actividad humana.


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