Utreralia

Imagen: Isabel Chiara

Iba en un avión a casi dieciséis horas del último tramo para llegar a Sídney. No habían parado de hablar durante el viaje, dos andaluces. El avión entero se preguntaba, si lo importante era llegar a las antípodas o deshacernos de esa conversación para ellos divertida. Algo inconexa, con palabras extintas antes de acabar las sílabas, con interjecciones llenos de «Illo», «Ojú» etc. Esos dos guapísimos se iban a las Australias extrañando antes de llegar, su tortilla de patatas, su Jabugo, sus toreros embistiendo a la vida y el misterioso icono del lenguaje: «Er coño de la Bernarda». Al llegar, las autoridades de migración detuvieron a uno. A gritos escuché por primera vez: ¡Él era de Utrera, de Utrera… La madre que lo parió! El agente de migración pedía English, él contestaba que se cagaría en todo lo que se meneaba. En la hostia puta y el copón bendito (vaya puntería para un examen de dopaje) Australia no le llegaba ni a la suela de los talones. ¡A «chupahla», cabrón hijo de la gran puta!

El otro, aterrado se nos acercó, preguntó mirando al suelo, bajito… Agitado insistió si queríamos mostachones. En ese tiempo (treinta y dos años casi) la palabra mostachones quedaba inconscientemente, automáticamente relacionada con Dartañán. Insistiendo nos suplicó. Iban a revisarle las maletas, lo siguiente seria su expulsión del país de los canguros. Estaba prohibido traer comida. Parece que una enorme ristra de chorizos picantes, sal de frutas Eno por un tubo, un litro de aceite de oliva del Molino de Utrera y dos botellas de vinos Tinto Castillo de Utrera habían ocasionado la expulsión del paisano utrerano. Nada. Nos quedamos con los mostachones. Él entró limpio a Sídney. En el hotel, con un jet lag fuera de serie, abrimos los paquetes, encontrando una especie de maderitas sobre unos papeles oscuros, espolvoreados con un polvo blanco, finísimo. Estábamos seguros que la mafia entera iba a romper las puertas y aparecería para recuperar su droga marrón llena de azúcar, camuflando un interior poderoso, capaz de hacer alucinar al mismo Papa en calzoncillos. No entendíamos el por qué habíamos aceptado ese paquete y una serie de historias de narcotraficantes acudió esa noche. Los papeles de estraza, el polvito blanco daban vueltas por nuestra cabeza, mientras un ventilador giraba sobre la cama y la luna observaba desde afuera nuestro destino de cómplices involuntarios. Al tercer día, regresando del asombroso paseo a El Uluṟu, también llamado Ayers Rock, descubrimos la «Droga» llena de hormigas. Al intentar limpiar probamos involuntariamente el primer mostachón. Una especie de evento sensacional, pasmoso, subió desde la boca hasta el cerebro. Caímos extasiados como en un orgasmo psicodélico, hicimos el amor como dos ornitorrincos furiosos, al acabar, los rastros de harina pasaron de un paladar a otro. Nuestros cuerpos olían a naranja, azúcar, huevos y levadura. Ese encuentro mágico nos puso de golpe en la vergonzosa realidad de lo catetos, palurdos, prejuiciosos e ignorantes que habíamos resultado. Como que si de golpe y porrazo hubieran tirado a un wombats de su árbol comestible, sobre su característica caquita cúbica. Luego de entrar sin temor al «Mostachonadiction» quedó esto enterrado por el bochorno, nuestra manera extraña de ser sudamericanos y el placer de saber que esa delicia sí creaba adicción, al primer mordisco.

Razones carambolistas me hicieron con los años, recalar en el Continente Utrera. Utreralia pá mis adentros. Luego de innumerables teatros, libros, cine, televisiones de mil tipos, reconocí una falta de paz. Un reseteo necesario para esta descomunal ruta de alegrías, entregas inusitadas, estrategias anti tragedias personales. Por eso vine.

Cada vez que voy a una ciudad lo primero que visito es su mercado y su cementerio. Tengo la extraña facultad de vibrar a la gente. Reconocer amigos que la vida parece resguardar para otra época, como premio o castigo. Es un don particular registrar quienes están en tu sintonía. Eso me pasa. Es como dicen, algunas fieras saben prever lo necesario para evitar su extinción. Como los pájaros leen una trayectoria desconocida pero se atreven pertinaces a su aventura migratoria. Eso está pasando. Estoy utilizando por fin «Er coño de la Bernarda» cuando surge la pregunta: ¿Por qué Utrera? ¿De qué vas a vivir? Mandando a «chupahla» a cualquier seudo experto en suicidio social o extremismo mal elaborado. En Utrera acabé por entender: Nunca deja de girar el carrusel, sin podernos explicar cuál y por qué será la última vuelta.

La primera impresión es mucho adoquín. Churros buenísimos, pasteles lujuriosos. Técnicos por todas partes. El que arregla la antena, quien pone el teléfono, quien arregla el pozo, quien sacude caminos de tierra delante mío. Técnicos en desastres cotidianos. Técnicos desastrosos solucionando aparentemente, alargando esta angustia de querer amarrar la electricidad a tu casa de campo. Suplicando no se vaya la luz, ni el agua. Luego aparece la tristeza peinándose por las ventanas, dictando una estación empañada, descubriendo aciertos y fracasos a la hora de entender discursos raptados de trasnochados best sellers. Ciertos animales caemos fascinados en la trampa del cazador perfecto dirigiendo una orquestada sugestión.

Estoy hace poco aquí, me pregunto: ¿Vivo? Mis amigos de la ciudad han desertado. Reconozco la nulidad para entender a personajes flacos de amor. Distribuyendo palabras fofas, evitando acciones reales, suponiendo saber soluciones, dictando una ley. Soy cantante, escritor. Hago cine, enseño canto y teatro. Este lugar me está demostrando que Australia no queda a 24 horas de vuelos ultramarinos. Sus autoridades locales son personajes extraños, marsupiales protegidos dentro de la bolsa del poder central. Las secretarías sectarias siempre. Los trámites, un hilo enredado llevado por el viento. Llegué por pasmosa casualidad, el sentido de mi reloj se ha ido ralentizando, perdiendo fuelle. Algunas noches logro aquella alegría de quien enciende una chimenea sin usar estas pastillitas blancas oliendo a gasoil. El campo lleno de conejos parece la llanura australiana poblada de canguros. Si creas mala atmósfera, engañas, manipulas lo único que haces es tirar un boomerang. Tarde o temprano regresa cortando violentamente la yugular de las mentiras. Estoy mirando pá Utrera el día entero, aun no he probado un mostachón.


Richard Villalón
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Revista onubense de actualidad, cultura y debate, editada por AC LAMDO, entidad sin ánimo de lucro inscrita en el Registro de Asociaciones de Andalucía con el número 4318 de la Sección 1. - Director: Perico Echevarría - © Copyright LAMDO 2017 / ISSN 2603-817X

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