Yo voto gorrión

por Eduardo Flores.


Ha sido investigando de un modo diletante sobre gorriones que me he precipitado al abismo en el que un exceso de información me ha generado cierto ardor de estómago. No hay doctor que cure las metáforas. Se trataba de la falta de contenido.

El gorrión común es una criatura como de otro planeta. Esto es, se antoja extraordinario que abunden especialmente en esta España nuestra, la del dolor de mitocondrias. Mide unos 14, 15 centímetros de pico a cola. Es voluminoso en su pequeñez, una bola de plumaje pardo veteado en negro, lo smart en el mundo de las aves si se observan sus cualidades de buscavida, sus dimensiones -una envergadura entre 15 y 21´5 cm-, su elegancia tan poco ponderada. Y su canto es más bien tímido hasta en las épocas de celo, cuando la timidez podría ser -según las reglas del juego- sinónima de muerte. Muy en contra de lo que se pueda llegar a pensar, ese ser sin estar de los gorriones -el aburrido pelaje y el canto aburrido-, es, o al menos ha sido siempre, la clave de su éxito como bicho.

La Santa Biblia y sus testamentos recogen infinidad de gorriones como metáforas. Símbolo de virtud, no cabe pensamiento negativo alguno cuando se alude a su imagen frecuentemente saltarina. Un siglo después de Cristo, el poeta Catulo, que en la época venía a ser como Bukowski con sandalias, también contribuyó a hacer del gorrioncillo juego de amor en verso hacia su amada Lesbia. William Blake y su mirada ultra terrena los observó e hizo poesía y mística con estas aves capaces de alcanzar los 53´7 metros por minuto en ese brincar suyo tan característico.

Mientras tanto, el gorrión, se dedicaba a ser sin estar. Y eso, a lo largo de toda su historia evolutiva. Ni la Biblia, ni Catulo, ni Blake dijeron jamás que los gorriones importaban por sí mismos, sin querer importar. Brillan por su contenido como especie, sin necesidad de exóticos plumajes o cantos exuberantes. La insignificancia como un arte, tan de la patria picaresca.

Semejante conclusión -el alto valor del gorrión en todos los sentidos- resultó para mí un protector de estómago lo suficientemente eficiente como para tolerar el ruido de fondo que entorpecía mis diletantes investigaciones. No se hacen una idea (o sí) de lo difícil que es estudiar el mundo de los gorriones si en la radio dicen nombres como Pablo Casado o Santiago Abascal.

La insignificancia de estos pájaros se ha convertido en todo un espectáculo y una celebración de la vida cuando, sentado en la terraza de un bar y disfrutando de un café con leche, los veo merodear por entre las patas de las mesas y alrededor. Sin hacer absolutamente nada que no sea una verdad incuestionable pero sencilla.

En qué momento decidió el gorrión común brindarnos su compañía, como hiciera el lobo que ahora es perro, quién puede saberlo. El caso es que lo hacen, pudiendo optar por la inmensidad de posibilidades que les debería de resultar la anchura del mundo natural. Acaso los motivos sí son convergentes. No existe ave silvestre que pase tanto tiempo en nuestra compañía como el gorrión común. Exponiendo como hacen toda esa ingente cantidad de contenido cuya ausencia me genera no pocos malestares estomacales.

Leo con tristeza en el programa de seguimiento de aves comunes en primavera (SACRE), de SEO/BirdLife, que la especie ha sufrido entre 2008 y 2018 un descenso poblacional del 21%. Esto, traducido a términos que podamos entender mejor, significa que hoy vemos 30 millones de gorriones menos que en las fechas anteriores al estudio. Son demasiados gorriones menos. Una pérdida considerable de contenido.

Y como el Pisuerga siempre pasa por Valladolid, al igual que la miseria conduce al asesinato, la ausencia de contenidos es directamente proporcional al exceso de información; que es de lo que realmente trata todo esto.

Vivir en una sempiterna campaña electoral tan sobredimensionada en informaciones -la información ya es algo indefinido- como escasa en contenidos, es como asistir a la ruina existencial del gorrión. El elenco que sube a los atriles, así como sus voceros -tan alejados todos de la eficiente timidez del canto del gorrión común-, no aporta más que ardentías y desasosiegos.

Todo este ruidoso escenario parece más orientado a un suicidio político como sociedad que a cualquier otra cosa. Como por ejemplo, ir el día de marras a las urnas brincando felices y con la convicción de hacerlo a unos 53´7 metros por minuto.

¡Ay, con lo saludable que es la contemplación y estudio diletante de los gorriones!

Tanto que no dudaría un segundo en cambiar a los cuatro en liza por los 30 millones de gorriones perdidos. Lo agradecería mi estómago, España y la humanidad.

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