Trabajo estos días en la corrección de pruebas (cambios, pulimentos, intentar que todo sea mejor) del tercer tomo de mis memorias -casi hasta la actualidad, unos años menos- que publicará, como los anteriores, Pre-Textos en noviembre próximo. Corregir pruebas -y pienso que más en unas memorias- tiene mucho de seguir escribiendo y no poco de subsanar algún descuido, porque aunque llevo diarios desde hace muchísimo, estas memorias, son o quieren ser la propia Memoria hablando -con acaso sus pequeños olvidos, pocos voluntarios- como en “Habla, memoria” de Nabokov, aquellas que tanto le gustaban a Rosa Chacel. No he consultado esos diarios, otra cosa… Siempre pensé en escribir memorias (género que debe ser todo lo verídico que se pueda, tu verdad, aunque no siempre contente) y empecé esa labor (acaso tras conatos fallidos y libros de memorias pero muy parciales, como “Patria y sexo”) hacia 2013. El primer tomo, “El fin de los Palacios de Invierno”, apareció en otoño de 2015. El segundo (más amplio), “Dorados días de sol y noche” en otoño, de nuevo, de 2017, y este tercero que ultimo, y que se va a titular “Las caídas de Alejandría” -hay un cierto tono de pesimismo ante la barbarie, pero no sólo- volverá a aparecer en el otoño de 2019. No sé si haré más memorias, no de momento. Pero estos tres tomos compondrán, quiero, un único cuerpo memorialístico. Este último tomo no es más pequeño que el segundo. La memorias (entre tantas otras cosas) te enseñan cómo el vivir lo muda y cambia todo, sin excepción, y cómo irremediablemente te vas quedando sólo… La Memoria consuela, estimula, reconstruye y hasta te justifica, aunque al fin la Memoria sea Tiempo, también indefectiblemente.
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