Almudena Grandes, siempre y a pesar de todos

Almudena Grandes nos enseñó que un folio en blanco puede cambiar el curso de la historia cuando la tinta lo cubre con la delicadeza sutil de lo indeleble. Y lo hizo atravesando el tiempo de palabras, soñando, imaginando, deslizando suspiros entre las musas de la creación; porque su verbo tenía la fuerza de muchas mujeres y hombres que rompieron el silencio del olvido con la luz de la memoria que ella misma alumbró.

Almudena acarició los resquicios de lo cotidiano con la humildad de los grandes narradores, de los contadores de historias, de los notarios de la existencia. Ella, como nadie, supo que el alma de un pueblo está en sus raíces, y a ellas les brindó el agua de su genio, que brotó con la fuerza de un manantial puro y sereno.

Como profesor de literatura me sonroja abordar una figura a la que, a pesar de mis esfuerzos, no podré hacerle la justicia que merece. Por eso la homenajeé en vida leyéndola y escuchándola, y por eso hoy, con uno de sus libros a mi lado, levanto la voz, como un eco de la dignidad imperturbable de la que ella hizo gala, para salvaguardar su legado junto a las voces que leen y a los ojos que gritan.

En el lector de Julio Verne, su protagonista, un niño del franquismo en una pequeña localidad de la sierra de Jaén, decía: En mi pueblo, y más que los olivos, se cultivaban las traiciones, las delaciones, el miedo y los fusiles. Esa es la España real y en blanco y negro que retrató Almudena; y debería embriagarnos la amargura al reconocer que esos colores son los que han teñido la villa de Madrid con las innobles declaraciones de su regidor.

La pretendida humillación a la que ha querido someter una persona insignificante e insustancial a Almudena, es la prueba de que las palabras de la escritora siguen vigentes frente a la inmundicia moral de los iletrados de caspa y trinchera. Recordemos unas líneas de Grandes dibujadas en aquella sierra de Jaén: Vivíamos en el centro de una guerra que no se iba a acabar nunca y eso parecía bastar para explicarlo todo, para justificarlo todo, para convertir una ciénaga en un lugar habitable. Y es justo en eso en lo que algunos pretenden convertir Madrid, en una ciénaga habitada por los que le hacen la guerra a las letras y, por ende, a la propia condición humana.

Quienes amamos la palabra se lo debemos todo, a ella y quienes consagraron su talento a hacernos trascender, imaginar, soñar y volar.

Gracias, Almudena, a través de los versos de quién más te quiso, “Con ese mismo invierno de cuando tú me faltas,/con esa misma nieve que me ha dejado en blanco,/pues todo se me olvida/si tengo que aprender a recordarte.”

Paris, 4 de enero de 2022,

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