Bailando por el Museo del Prado

‘Baile a orillas del Manzanares’ (1776-77), de Goya. Museo del Prado

En una visita al corral de comedias de Almagro, el guía aseguraba que en su escenario se representaban espectáculos de baile flamenco en el siglo XVII. Imposible, pues en aquel tiempo el flamenco todavía no estaba configurado tal como lo conocemos hoy. Descubierto, se disculpaba: “Muy poca gente me comprende cuando hablo de jácaras”.

La razón es que el flamenco se lo ha llevado (casi) todo. Reconocido como parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde 2010, este fenómeno arrasa hoy en la escena española y extranjera. Música o danza, ortodoxo o innovador, su amplio espectro abarca desde los tradicionales tablaos hasta el irreverente flamenco pop de Rosalía.

Sus orígenes son difusos y arrastran polémica, pero tenemos la certeza de que el flamenco actual encuentra su punto de partida en la danza tradicional y en la escuela bolera.

Proponemos un viaje exploratorio por la colección de baile y danza del Museo de Prado. Centrándonos en el período que abarca de 1770 a 1870, conoceremos cuáles eran y cómo se bailaban las danzas españolas, mientras se daban los últimos toques al proceso de configuración del género flamenco.

Identidad y exotismo

La Muñeira, baile gallego (1872), de Dionisio Fierros Álvarez. Fotografía de Juan Laurent y Minier. Museo del Prado

Dos miradas confluyen sobre este conjunto iconográfico. La primera viene de dentro, en donde el costumbrismo se funde con un relato social, con un sentido de patrimonio e identidad.

 

La segunda es heredera del hispanismo romántico, que apoya una imagen creada desde exterior. En ella cobra valor la poesía del pueblo de una España exótica, diferente al resto de Europa.

Danza tradicional española

Los fondos del Prado nos sugieren un recorrido por danzas tradicionales gallegas, castellanoleonesas, madrileñas y andaluzas. La iconografía se centra en bailes que servían para celebrar el fin de la jornada de trabajo o los festejos religiosos.

El cuadro de Dionisio Fierros Álvarez refleja la verdadera esencia de la muñeira gallega. Mientras los molineros esperan la molienda del grano, bailan y celebran la fructífera jornada de trabajo. En el centro de la escena se ve a una pareja de bailadores. El hombre empieza marcando un paso de paseo o de copla. La mujer lo observa atentamente para incorporarse al baile cuando se repita el paso elegido.

Un baile en la plaza del pueblo de Nieva en Segovia (1871), de Antonio García Mencía (fotografía de Juan Laurent y Minier). Museo del Prado

Viajando hasta la campiña castellanoleonesa, otra obra pictórica inmortalizada por el objetivo de Laurent nos lleva a la plaza del pueblo de Nieva (Segovia). Enfundados en sus mejores galas, sus habitantes se congregan para celebrar las fiestas patronales y se echan a la calle a bailar al ritmo del tamboril y la dulzaina.

En el centro se ve a tres parejas de bailadores. Mientras los hombres ejecutan el paso lanzado con los brazos alzados, las mujeres realizan un paseo castellano, a la espera del inicio de la copla.

Tras faenar en el campo, los leñadores y carreteros bailan al son del toque y cante del tamborilero. En este cuadro de Valeriano Domínguez Bécquer, se ve reflejada una de las danzas tradicionales más importantes de Novierca (Soria). El autor quiso resaltar la indumentaria de los distintos gremios, que se juntan para disfrutar del tiempo de ocio bailando. A la vez, los niños imitan los braceos y pasos castellanos cruzados y asentados, tan característicos de estas danzas sorianas.

El baile. Costumbres populares de la provincia de Soria (1866), de Valeriano Domínguez Bécquer. Museo del Prado

Por su parte, las tradiciones salmantinas, ricas por su variedad de danzas y bailes charros, son las protagonistas de otra obra de Fierros Álvarez.

En el centro se aprecia una pareja de charros bailando al son de la dulzaina y el tambor. La mujer, con sus brazos colocados en la posición característica de este baile, realiza un paso de vasco. Entretanto, el hombre toca las castañuelas y se desplaza con un paseo castellano colocándose de perfil, dando el estilo característico a este paseo charro.

En Madrid, en la romería a la Virgen del Puerto, representada en el anterior óleo de Manuel Rodríguez de Guzmán, un grupo de jóvenes baila un rondón, mirando hacia fuera del corro. Con el paso lanzado, los bailadores se desplazan progresivamente, al son de la gaita.

Baile campestre Virgen del Puerto (1857), de Manuel Rodríguez de Guzmán. Museo del Prado

En la pradera de San Isidro también se baila el rondón y las seguidillas. Goya retrata cómo los madrileños celebran la romería del santo en la que comen, beben y bailan como todos los 15 de mayo.

 

Culminamos esta aproximación con la danza tradicional andaluza reflejada en la obra de Rougeron, fotografiada también por Laurent.

El guitarrista, la palmera y el cantaor marcan el ritmo de la zambra gitana, mientras que las dos jóvenes bailan con frescura y juventud. La gitana de la izquierda, con su cuerpo quebrado, se coge la falda con la mano izquierda y la apoya en la cadera. También se enmarca la cara con el brazo, a la vez que toca las castañuelas. La de la derecha, por su parte, acompaña su braceo con movimientos en redondo y contorneo, con el toque de castañuelas.

Escuela bolera

Baile de charros (1868), de Dionisio Álvarez Fierros (fotografía de Juan Laurent y Minier). Museo del Prado

La temática del majismo es recurrente en la obra de Goya. La rica indumentaria de los majos y otras señas de identidad los caracterizan tanto como sus danzas.

 

A orillas del Manzanares bailan con el marcado ritmo de castañuelas, palmas y guitarras. Las mujeres esperan en la posición del bienparao al finalizar las coplas de las seguidillas. Entretanto, los hombres realizan un paseo de descanso antes de iniciar la copla siguiente.

Francisco Bayeu nos lleva a los pies del puente del Canal. Las distendidas actividades de los jóvenes burgueses, ricamente ataviados, contrastan con la acción central. La pareja baila unas seguidillas, con su braceo típico, al son de las guitarras y castañuelas.

 

En una romería andaluza dos jóvenes bailadores, rodeados por los romeros, interpretan una danza culta como es la de la escuela bolera. La indumentaria y el estilo de la danza de esta pintoresca escena nos plantean preguntas. Los bailadores ¿son peregrinos burgueses o, por el contrario, son artistas contratados para bailar en la romería?

Romería andaluza (1851), de B. de Martín. Museo del Prado

A modo de conclusión

El baile flamenco es parte del patrimonio inmaterial español, que ha adquirido una incuestionable proyección universal.

En su configuración no sólo han intervenido danzas que reflejan un arraigado costumbrismo andaluz. También se pueden observar matices procedentes de otras danzas tradicionales españolas, que se han analizado a partir de los fondos del Museo del Prado y que influirán en distintos grados en la conformación de ese lenguaje propio.

La escuela bolera, cuyo auge previo a los datos conservados sobre baile flamenco es innegable, guarda diversas similitudes con el mismo. No sólo ha sabido posicionarse como emblema de la marca España en los teatros y centros de formación europeos desde fines del XVIII, sino que también se ha expandido por toda la geografía española, hasta convertirse en patrimonio distintivo de nuestra historia danzada.

Argumentada su relevancia, es deber ineludible de las instituciones articular políticas públicas que preserven, protejan y difundan la riqueza cultural dancística española.


Artículo publicado por cortesía editorial de 

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