Del duelo en primera persona

Para Concepción Massa, Vicente López-Ibor, Luis Eduardo Aute y Gonzalo Morandé.

por José Luis Pedreira Massa

 

 

No sé si esta semana tengo ganas de escribir. No sé si ya he escrito todo en esta aciaga semana. No sé si mi estado de ánimo va a encontrar la medida oportuna y necesaria para expresarme con la mesura esperada.

Durante tres semanas he sufrido la pérdida de tres personas queridas y de una de relación profesional. De ellos dos muy queridos han sido en los últimos tres días. No me ha dado tiempo de reponerme de una reacción emocional, cuando ya tenía la siguiente.

El duelo es una reacción adaptativa normal ante la ruptura del vínculo afectivo que se crea en el seno de una relación. Un vínculo afectivo tejido según las estructuras del apego y del vínculo en la primera infancia. Este apego se configura como armazón fundamental para las relaciones sociales posteriores a lo largo de nuestra vida, porque se sustenta en la seguridad que aporta y en la continuidad de la relación afectiva. Estas son condiciones básicas para comprender las relaciones interpersonales, las relaciones afectivas. Seguridad y continuidad, son dos elementos sustentadores que tienen un tercer elemento que los une a ambos: la confianza.

Estas conductas de apego se establecen con ese tono de voz, esa caricia, ese abrazo, el beso, el tomar del brazo…Así se despierta la empatía y el regustillo interior cuando estás con esa persona determinada. Con cada persona el apego funciona de una forma determinada, aunque tenga unas bases comunes.

El objetivo fundamental del apego es sentirse seguro, contenido, en disposición de relacionarte de forma afectiva y adecuada con los demás y en seleccionar a esas figuras de apego. La primera es la que significó todo, es la que Winnicott denominaba como “función materna”, que cumplía las tres funciones fundamentales de sostener, contener y mostrar lo nuevo. Luego van aconteciendo otras figuras con las que nos relacionamos y que organizamos con las conductas de apego. Pero no todas las personas tienen la misma categoría y Bowlby nos enseña lo que denominó como la “jerarquía de las figuras de apego”, explicando que nuestra mente les asigna ese lugar, esa relevancia para determinadas situaciones y en determinados momentos.

El apego sostiene la estructura de nuestros vínculos y les da consistencia y sentido. Nos mantiene unidos a esas personas en el seno de esa “jerarquía” que otorga la firmeza, consistencia y fortaleza de ese vínculo. En cada dificultad retomamos ese vínculo y retornamos a quien nos sentimos vinculados y el apego funciona como regulador para abordar esa dificultad.

En ocasiones ese vínculo se rompe, lo hace por muchas circunstancias puede ser desde una ruptura amorosa o afectiva hasta la más drástica de todas: la muerte. La reacción ante esa ruptura es lo que llamamos duelo. Por lo tanto: el duelo no es ninguna patología, sino que es una reacción normal y adaptativa de cada persona ante una situación de pérdida afectiva. Si es de cada persona supone que no todos reaccionamos igual ni incluso ante una pérdida equivalente, por ejemplo de una madre, ya que cada uno de nosotros hemos revestido la situación con nuestras especiales características de desarrollo, de personalidad y de cómo fue esa experiencia temprana que moduló el tipo de apego y, por lo tanto, de nuestro funcionamiento vincular.

El duelo se manifiesta con especiales características subjetivas tanto en la forma de presentación como en la duración del mismo. No obstante existen unas tareas que debe cumplir el duelo: frente a la reacción de incredulidad inicial surge como primera tarea el aceptar la realidad de la pérdida; hemos de trabajar las emociones surgidas por el dolor de la pérdida; la tercera tarea consiste en adaptarse a un medio en el que la persona desaparecida está ausente; todo lo anterior posibilita que nos permitamos recolocar emocionalmente al desaparecido, al ausente y continuar viviendo nuestra vida. Estas tareas tardan un tiempo variable en poder realizarse y tienen fases de avanzar y fases de retroceso hasta que obtenemos un punto de referencia personal: cuando la persona es capaz de hablar del desaparecido sin dolor, aunque pueda permanecer cierta sensación de tristeza, pero es una tristeza diferente y constructiva, de esta suerte la persona puede volver a “invertir” sus emociones en la vida y en los vivos.

Hemos comentado que estas tareas del duelo se alcanzan de forma variable, porque se influencian por la fase del duelo en la que nos encontramos: en la fase 1ª es el periodo de insensibilidad que acontece en momentos cercanos a la pérdida; la fase 2ª es la del anhelo, en la que parece que se desea que la persona perdida retorne, tendiendo a negar la permanencia de esa pérdida, es esta fase domina la rabia en la escena relacional y emocional; en la fase 3ª acontece un sentimiento de desorganización y desesperanza, la persona siente una gran dificultad para funcionar en su propio contexto y, por fin, en la fase 4ª se consigue que la conducta se reorganice recuperando el sentido de su vida.

Cada fase permite acelerar o dificultar la realización de las tareas que hemos señalado con anterioridad, por eso la duración no es exacta, sino que tiene un tiempo variable para que la interacción cumpla su función de forma adecuada. Vuelvo a repetir: el duelo y la forma de manifestarse en forma de alteraciones del comportamiento (irritabilidad, decaimiento, enfados), o de las emociones (alteraciones de ansiedad, síntomas de la serie depresiva, llanto, alteraciones perceptivas como sensación de presencia del ser ausente), de la serie psicosomática (síntomas somáticos diversos de intensidad variable y localización diversa como dolores diversos, malas digestiones).

Muchos de los síntomas presentes en un duelo normal pueden aparecer en trastornos depresivos, sin embargo son entidades totalmente diferentes tanto en la clínica como en el tratamiento y en el pronóstico. Pero tampoco se puede olvidar ni menospreciar que algunas reacciones de duelo pueden conducir hacia una depresión mayor. La depresión puede servir como defensa frente al duelo, lo hace dirigiendo la rabia y el enfado contra uno mismo, con lo que evita dirigirlo hacia la persona desaparecida. Un aspecto que diferencia a estas dos reacciones consiste que en el duelo no existe pérdida de autoestima y la culpa que se siente en el duelo se asocia con algún aspecto específico de la pérdida, mientras que en la depresión el sentimiento de culpabilidad es generalizado. Freud lo explicó diciendo que en el duelo el mundo parece pobre y vacío, mientras en la depresión es la propia persona la que se siente pobre y vacía. Las investigaciones aportan datos acerca que cuando aparece una depresión mayor en el curso de un duelo, se trata de personas con algún trastorno o funcionamiento premórbido de la personalidad o con cursos subclínicos de alteraciones depresivas y, sobre todo, existen antecedentes familiares de algún tipo de trastorno mental.

Compartiendo estos contenidos con todos ustedes yo he realizado un mecanismo que denominamos “racionalización”, que es un mecanismo de defensa que nos permite una comprensión racional de los contenidos emocionales cuando éstos causan dolor o malestar, entonces buscamos los contenidos racionales que nos permiten una explicación y comprensión, así evitamos, al menos durante un tiempo, confrontarnos directa y frontalmente con el dolor emocional, interno que nos causa la percepción de la pérdida acontecida.

Pero todo tiene un límite: si en pleno duelo de una pérdida acontece otra o varias seguidas en un corto periodo de tiempo, la sordina de la racionalización se hace difícil y la reacción de duelo resulta multiplicada exponencialmente pues en una situación de vulnerabilidad la sensación de derrumbe interno es muy relevante. Es como cuando te has caído y estás a punto de ponerte de nuevo en pié y vuelves a sufrir un empujón, además de inesperado y de volver a caer, esa caída puede acontecer sin poner las manos porque no te da tiempo y los reflejos están disminuidos porque están realizando una acción contrapuesta, entonces el freno lo hace directamente el rostro que quedará magullado y herido.

Lo cierto es que yo pasaba por aquí, sin un teléfono cerca y no pude resistir escribir estas líneas, porque no sabía si podría llegar al café a las cuatro y diez o me envolvió la llegada del alba.


José Luis Pedreira Massa, Don Galimatías en La Mar de Onuba, es Vocal del Consejo Asesor de Sanidad y Servicios Sociales del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Psiquiatra y psicoterapeuta de infancia y adolescencia. Prof. de Psicopatología, Grado de Criminología (UNED).

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