Economía, Cambio Climático y Fiscalidad Medioambiental

Mientras el hombre fue pequeño en número y limitado en tecnología, podía considerar de manera realista a la tierra como un reservorio infinito, una fuente infinita de recursos y un pozo negro infinito para los residuos. Hoy ya no podemos hacer esta suposición”

K.E. Boulding.

por David E. Rogero Picazo

Jueves, 30 de junio de 2022. Hace 500 mil años, los primeros homínidos descubrieron el fuego, con este hito daba comienzo la conquista de la energía por el ser humano. El fuego, permitió el acceso a la luz y el calor que hicieron más fácil la vida del hombre sobre la tierra y le permitieron salir de las cavernas, su descubrimiento posibilitó la cocción de los alimentos y con ello el consumo de más calorías, permitió fundir los metales, producir vidrio y fabricar ladrillos mediante cocción con los que construir casas.

Tal era su importancia, que para la mitología griega el fuego pertenecía a los dioses hasta que Prometeo lo robo para entregárselo a los hombres convirtiéndolos en los seres supremos de la creación. Asimismo, para los filósofos de la antigua Grecia el fuego es considerado uno de los cuatro «elementos de la naturaleza» que representaban el «arché» principio u origen de todas las cosas. Mientras que para Heráclito, el principio de todo es el fuego, para Empédocles el fuego es uno de los cuatro elementos de los que está compuesto todo lo que existe en el Universo: tierra, fuego, aire y agua.

Lentamente las distintas civilizaciones fueron descubriendo nuevas fuentes de energía, así, los persas, los griegos, los romanos, los chinos y los árabes perfeccionaron la utilización de la energía hidráulica que podemos considerar la más antigua de las energías renovables neutras en carbono.

El uso de carbón mineral, ya utilizado en China como combustible hace más de 2 000 años, no comenzó a generalizarse hasta el siglo XVII en Inglaterra. Así, en 1700, el carbón se había convertido en la fuente primaria de la mayor parte de la energía térmica en el Reino Unido. En el siglo XVIII, tras el descubrimiento del proceso de obtención de gas de coque a partir de carbón y tras la invención de la máquina de vapor por James Watt, este mineral se convertiría en la principal fuente de energía, generalizándose en el siglo XIX su uso en la industria y en el transporte por ferrocarril. Ya en “The Coal Question” (1865), el economista británico W. Stanley Jevons planteó el límite del crecimiento en la disponibilidad de carbón, señalando que su escasez haría subir su precio limitando el crecimiento económico.

El primer pozo de petróleo de la historia se perforó en Pensilvania en 1859, la explotación de este hidrocarburo permitió el desarrollo de los primeros motores de combustión, si bien el carbón continuó siendo la principal fuente de energía hasta su sustitución por el petróleo tras la I Guerra Mundial. A pesar del descubrimiento de la energía nuclear, en el siglo XX el petróleo y sus derivados se convirtieron progresivamente en la fuente de energía que mueve el sistema de transporte mundial, base de la generación de energía eléctrica y de la producción de la industria pesada: cemento, acero, aluminio y productos químicos, como el amoniaco.

De acuerdo con los datos del Banco Mundial actualmente los más de 7.700 millones de habitantes del planeta realizan un consumo final de energía anual per cápita superior a 1,9 toneladas equivalentes de petróleo (Mtep), consumo que representa un crecimiento de casi un 50% respecto a 1970. Sin embargo, este dato oculta una realidad muy dispar por países ya que mientras en los países subdesarrollados el consumo se sitúa por debajo de los 500 kg, en los países desarrollados y en los países productores de petróleo supera, en algunos casos ampliamente, las 8 toneladas por habitante y año.

Desde el Siglo XVIII con la escuela fisiocrática, la Ciencia Económica ignoró la importancia que para el crecimiento económico representa la disponibilidad finita de recursos naturales. Para los economistas clásicos, el estado estacionario, caracterizado por una economía estancada y salarios de subsistencia, es el punto final inevitable del desarrollo capitalista, estancamiento que, para la escuela marxista, daría paso a la revolución y a la sociedad sin clases. Estas teorías, así como la «catástrofe malthusiana» pronosticada por Malthus, no se han materializado, hasta el momento.

Tanto la escuela neoclásica como la keynesiana suponen que el progreso tecnológico permite sortear cualquier barrera al crecimiento del bienestar económico. Así, para los neo-keynesianos Harrod&Domar el crecimiento económico está limitado sólo por la población o stock de fuerza de trabajo. En este contexto el crecimiento económico parecía ilimitado.

Sin embargo, en 1958 el científico estadounidense Charles Keeling (1928-2005) comenzó a registrar los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, poniendo de manifiesto que aumentaban año tras año. Tras el descubrimiento de Keeling, en palabras del profesor Eduardo Punset (1936-2019) “nos dimos cuenta de que ese gas lo estábamos soltando nosotros mismos […] El susto de verdad nos lo llevamos al comprobar que […] el clima, empieza a tambalearse. Eso nos lo han dejado claro los paleo climatólogos.”

Ya en el siglo XX, ante la amenaza real que representa el cambio climático, surgirán dos nuevos enfoques económicos: la Economía Medioambiental y la Economía Ecológica. Los trabajos de Schumacher y el informe “The Limits to Growth” (1972), enmarcan este segundo enfoque, dentro del cual, bajo la perspectiva de la economía del decrecimiento y de la mano del profesor Herman Edward Daly, reaparecerá, el concepto de Economía de Estado Estacionario. Dentro de este enfoque resultan asimismo destacables los trabajos de Podolinsky, Soddy, Georgescu-Roegen, Naredo y Valero como principales autores del enfoque energético de las actividades económicas y referentes de la Economía Ecológica.

La conciencia social acerca del deterioro del medio ambiente, ha aumentado a medida que se acrecentaba el conocimiento científico sobre su previsible evolución futura. Así, de acuerdo con el Informe Stern sobre la economía del cambio climático del año 2006, las pruebas científicas en relación al cambio climático y la seriedad de la amenaza mundial son incuestionables.

Diez años después, el 5 de octubre de 2016, la Unión Europea ratificó el «Acuerdo de París», fijándose como objetivo “obligatorio” limitar el aumento de la temperatura para finales del siglo XXI por debajo de los 2ºC, preferiblemente a 1,5 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales y alcanzar la neutralidad climática en 2050.

Actualmente en un contexto de creciente preocupación social, la comunidad científica y las instituciones democráticas investigan y regulan el desarrollo de los principales instrumentos de la lucha contra el cambio climático entre otros en los ámbitos de: Sostenibilidad, Energías Renovables; Metales Raros; Economía Circular, Taxonomía de actividades sostenibles.

Desde la Ciencia Económica destacan además de las aportaciones de la Economía Ecológica, las aportaciones de la Economía Medioambiental en cuanto a los métodos de valoración del medio ambiente y las aportaciones de la Economía Aplicada en el área de la Política Fiscal y su contribución a la lucha contra el Cambio Climático.

El economista británico Arthur Cecil Pigou (1877-1959), precursor del movimiento ecologista, en su obra “La economía del bienestar” (1920), definió, por primera vez, la internalización de las externalidades y defendió la intervención del Estado estableciendo impuestos sobre quienes imponen costes externos (impuestos pigouvianos) y subvenciones a quienes aporten beneficios externos.

Sucesivas cumbres climáticas y acuerdos internacionales no han conseguido evitar que 2021 marcara un récord histórico en la emisión de CO2 a la atmosfera, destacando críticas como la del premio Nobel de Economía William Nordhaus, que sostiene que las negociaciones internacionales no funcionan, por lo que el mundo necesita un nuevo marco en el que los que contaminan, paguen, siendo preciso un impuesto al carbono. La carta publicada el 17 enero de 2019 en las páginas del diario “The Wall Street Journal” bajo el título “Economists Statement on Carbon Dividends” motiva el establecimiento gradual de un impuesto a las emisiones de carbono y la devolución de la recaudación como “renta climática” a los ciudadanos. La profesora Iona Marinescu, vincula este impuesto al carbono con la Renta Básica Universal.

La fiscalidad medioambiental ha puesto de manifiesto como el principio de “Quien contamina paga” puede llegar a transformarse vía subvenciones en “Quien contamina cobra” o vía exenciones en “Quien paga, contamina”, por lo que parece urgente la adaptación de la Directiva europea de imposición energética al objetivo de la descarbonización y la armonización de impuestos medioambientales en el ámbito europeo, tomando en consideración las implicaciones sociales de la fiscalidad medioambiental.

“Cuando los fenómenos son tan complejos, los pronósticos no pueden señalar nunca un solo camino”.

John Maynard Keynes.

David Eduardo Rogero Picazo es Graduado en Administración y Dirección de Empresas y Derecho. URJC de Madrid.
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