¡Españoles, Franco ha vuelto!

Franco ha muerto, aunque algunos han conseguido que su ideología vuelva, si alguna vez se fue. Franco murió aquel 20 de Noviembre de 1975 en una cama de hospital, pero con los acontecimientos de los últimos tiempos parece que ha resucitado, entre la exhumación del Valle de los Caídos a la inhumación en la Almudena (que yo prefiero que sea ahumado) cerca de la Plaza de Oriente en donde tantas veces fue aclamado por la derecha reaccionaria. Otra fecha histórica es la del 22 de Noviembre, cuando Juan Carlos de Borbón, asumió la jefatura del Estado.

El 20 de Noviembre en la historia de España nos ha dado acontecimientos que han marcado época y la muerte o nacimiento de personajes. En 1962, en Cuba, termina la Crisis de los misiles, cuando el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy (que había nacido un 20N de 1925), se comprometió a no invadir a la nación caribeña, y la Unión Soviética accede a retirar sus misiles nucleares de la isla. En España, en 1936, en la prisión de Alicante, José Antonio Primo de Rivera fue fusilado, por el veredicto de un tribunal popular. Ese mismo día, a Buenaventura Durruti, una bala de firma desconocida le alcanzó en el pecho en la Ciudad Universitaria de Madrid. No quiero olvidar las Elecciones Generales que se celebraron en 2011, ganándolas por mayoría absoluta por el Partido Popular con Rajoy, mientras el PSOE sufría la mayor derrota electoral de su historia.

Esta semana se cumplen cuarenta y tres años de la muerte del dictador y la proclamación (que no coronación) de Juan Carlos de Borbón como rey de España. Franco impuso un régimen continuador del Movimiento Nacional: una «monarquía del Movimiento», decían. El tránsito a la democracia culminó en 1978 con la Constitución y como forma política del Estado la monarquía parlamentaria. El rey ni juró, ni prometió la Constitución. Solo la sancionó. Su poder era previo y franquista.

Misas y homenajes a Franco y a Primo de Rivera se vienen celebrando ante la inacción del Gobierno. En un Estado democrático y de Derecho, es inadmisible que no se persiga la apología del fascismo franquista que tanto sufrimiento causó durante cuarenta años. Hay que penalizar el enaltecimiento del franquismo, como se hace con el enaltecimiento del terrorismo. Una verdadera democracia no permitiría que se celebrara con total impunidad y de manera desafiante un desfile fascista exaltando a un dictador y genocida. Permitiéndolo, se ofende a los demócratas, a la memoria histórica de las víctimas, y a la dignidad de los familiares de los miles de asesinados por defender la libertad y la democracia. Este 20N se presenta más polémico que otros años. Parece como si Franco hubiera resucitado.

Franco estableció las bases para el futuro monárquico de España en 1947, con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que declaraba a España Reino y otorgaba al Jefe del Estado la facultad de proponer a las Cortes la persona que lo sucedería a título de rey. A Franco le hubiera gustado ser rey de España, por la gracia de dios, y usurpó prerrogativas reales, concedió títulos nobiliarios bajo palio y con guardia mora. Vivió como un rey, con el boato y protocolo franquista. España era una democracia orgánica sin democracia, y un reino sin rey.

«Españoles: Franco ha muerto», decía Arias Navarro roto en lágrimas. «El hombre de excepción que ante dios y ante la historia asumió la inmensa responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida». Aquel hombre, unos meses antes, había firmado las últimas cinco penas de muerte de la dictadura. Murió matando. Del dolor y la tristeza del carnicero de Málaga, a la esperanza ante el futuro. Hasta en la muerte: «No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta».

Juan Carlos juró fidelidad a los principios del Movimiento, acepta ser sucesor de Franco a título de rey, «recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad política surgida del 18 de julio». Heredaba un régimen surgido por un golpe de Estado y una guerra fraticida. Aseguraba para él y los suyos una corona que hoy ostenta su hijo; y el régimen garantizaba el franquismo sin Franco. Juan Carlos fue nombrado sucesor del dictador. Franco delegó en él por motivos de salud en dos ocasiones la jefatura del Estado, por lo que el rey ejerció de dictador suplente en dos ocasiones antes que rey. En la última suplencia, entregó el Sahara a su hermano el rey Hassan de Marruecos, tras la presión ejercida con la Marcha Verde, Estados Unidos y Francia, traicionando al pueblo saharaui. España salía de la noche oscura de la dictadura y entraba en el sendero de la democracia, no sin sobresaltos e incertidumbre, ruido de sables y golpes de Estado.

Malos recuerdos tengo de la época y peores en la memoria histórica familiar. Franco fusiló a mis abuelos en Toledo, después de la liberación del Alcázar en 1936. Hoy me acuerdo de él, de sus muertos y de los míos. Vivían en Toledo, en el Callejón de los Niños Hermosos, en la judería toledana, de donde sacaron a mis abuelos para nunca volver. Veo la cara perpleja y asustada de mi abuela Antonia Arrogante y las caras descompuestas por el odio de los sacadores. Oigo el sonido seco de las descargas de los fusiles, junto al paredón a la vera del Tajo, y el taac taac de los tiros de gracia.

La monarquía, por su naturaleza, es antidemocrática; atenta contra la igualdad de oportunidades y al principio constitucional de igualdad ante la ley. Es un órgano del Estado, sobre el que el propio Estado no tiene ningún tipo de control: ni político, ni económico, ni de ninguna naturaleza. Las Cortes que representan a la soberanía nacional, no tienen competencia alguna sobre la gestión de la Casa Real. La persona del rey es inviolable constitucionalmente, lo que le sitúa por encima de la Ley. La corona es un órgano opaco, poco transparente, que no da cuentas a nadie, sobre nada y de todo. Es tiempo de pensar en el cambio, por cuestión de salud democrática.

Pocos datos sociológicos hay sobre lo que opina la ciudadanía de la monarquía; los que hay dicen que la valoración de la monarquía sigue bajo mínimos y que los votantes de todos los partidos suspenden a la institución, a la que ponen una nota media de 3,8. Según la serie histórica del CIS, interrumpida en marzo de 2015, hubo momentos en que la institución fue valorada incluso peor que ahora. Por edades, todos la suspenden, aunque los mayores son más benevolentes con ella que las personas jóvenes y de mediana edad. Por comunidades autónomas, aunque el suspenso es general, existen grandes diferencias entre unas y otras, destacando el País Vasco por el lado negativo y Canarias y el centro peninsular por el menos malo.

Previamente a la promulgación de la Constitución se había celebrado el referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política (15 de diciembre de 1976). Contó con el apoyo del 94,17% de los votantes, y una participación del 77,72%, sobre un censo de 22.644.290. En el tuto revoluto, con la introducción del término «Rey», se aseguró la permanencia de la institución. No se consolidará la monarquía, mientras no haya un referéndum sobre el modelo de Estado.

En la Transición se estableció la monarquía parlamentaria como modelo político del Estado. Todo fue posible por el acuerdo tácito de pasar página; por miedo y por el ansia y anhelo de libertad. La Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una operación de blanqueo e hipnotismo ejemplar: «o te comes la manzana con gusano o no hay manzana», dice el profesor Vicenç Navarro. En una entrevista al expresidente Adolfo Suárez en 1995, confesó que «no sometió a referéndum la monarquía porque las encuestas le dijeron que perdería«. Por lo que incluyó la palabra rey y monarquía en la Ley de la Reforma Política de 1977 para no tener que hacer la consulta.

La deriva hacia la extrema derecha que han experimentando Ciudadanos y el Partido Popular, se refleja en el nerviosismo que están demostrando, incluido el PSOE, por las consultas no vinculantes y las declaraciones de non grata a la persona del rey. El próximo 2 de diciembre se realizará una consulta popular, en la que la ciudadanía podrá expresar su opinión sobre la forma de estado que desea: Monarquía o República, cuestión que no fue sometida a votación en 1978. A este movimiento hay que sumar el de las diferentes consultas convocadas en distintas universidades españolas. Con estas acciones se quiere reivindicar el irrenunciable derecho ciudadano a decidir sobre las cuestiones políticas y sociales que afectan y determinan el bienestar y la calidad de vida.

En estos tiempos hay que reconocer al Grupo Socialista que haya registrado una moción de condena del franquismo para su debate en el Pleno del Senado el día 20 de noviembre, para que la Cámara pueda expresar el rechazo a esa etapa en el año en que se conmemora el 40 aniversario de la Constitución. «Difícilmente se puede ser constitucionalista sin condenar el franquismo» (portavoz socialista, Ander Gil).

Han pasado cuarenta y tres años de aquella esperanza contenida. Una vida de compromiso permanente. Ante una realidad política y social diferente, ha de ser diferente la respuesta. Lo que no se hizo entonces, habrá que hacerlo hoy. Hay que abrir un nuevo proceso constituyente. Por cierto un 20N de 1957 murió mi padre.


Víctor Arrogante, colaborador habitual de La Mar de Onuba, es profesor jubilado, ex sindicalista y comentarista político. Autor de Reflexiones Republicanas, libro en el que recoge sus artículos en diferentes medios de comunicación. 

En Twitter @caval100

 

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