La historia de Peribáñez y el Comendador de Ocaña es la del villano que se enfrenta al poderoso, que no cede ante el abuso de poder; algo impensable para la sociedad de la época. Un personaje habitual en los dramas del Siglo de Oro, protagonista de uno de los géneros más populares de su tiempo: el drama de honor, concretado también como el drama “de comendadores”. El contexto rural el labrador voluntarioso debe traspasar sus límites sociales para detener al representante del poder que, desmedido, amenaza su valor más preciado: el honor.
Peribáñez defiende algo que se nos antoja muy moderno pero que pertenece al ser humano como un valor universal: la dignidad personal.
En esta obra Lope aúna las cualidades que definen y aportan valor a su producción dramática como la ruptura de las leyes aristotélicas, un concepto del teatro como arte para entretener al espectador y una carpintería teatral que crearía escuela más allá de su tiempo.
Una obra escrita en plenitud de facultades, cuando el poeta ya domina y realza su propio sistema de escritura.
Durante la boda de Peribáñez y Casilda, el Comendador de Ocaña sufre un accidente en un lance de la fiesta de los toros. Al recobrar el sentido se encuentra con la labradora y queda enamorado de inmediato. Al poco tiempo su pasión se vuelve obsesiva y decide conquistarla a cualquier precio. Para ello debe tratar de burlar al marido, al que desprecia por ser un villano. Comienza tratando de engañar al labrador otorgándole honras, entregándole obsequios y finalmente enviándolo lejos del pueblo para poder aprovechar sus ausencias e intentar ganarse la confianza de Casilda, pero la recién casada no atiende a sus demandas. En una de estas ausencias, Peribáñez, que sospecha la traición y teme por su honor, regresa y se encuentra al Comendador dentro de su casa. En vez de arredrarse y ceder se enfrentará al el poderoso provocando un sangriento final de difícil resolución.
También llamado Monstruo de la Naturaleza —como escribió Cervantes— sus obras dramáticas se cuentan por centenares, a lo que hay que añadir su producción poética y en prosa, que le convierten en uno de los autores más prolíficos de la historia universal.
Con una vida tan intensa y agitada como los argumentos de sus comedias, Lope se forma en la Compañía de Jesús y en la Universidad de Alcalá de Henares, aunque no consigue ningún título. Tras un paréntesis alistado en la marina, vuelve a los estudios, compaginando su actividad literaria con trabajos de secretario para diferentes nobles. Después su vida se debate entre amoríos, problemas con la justicia, rivalidad con otros poetas, vuelta a la carrera militar, estancias en diferentes ciudades, ediciones y representaciones de sus obras y el sacerdocio.
Tras años reinando en los escenarios de toda España, su Arte Nuevo de hacer comedias será continuado por un buen número de dramaturgos entre los que destacaron Tirso de Molina y Calderón de la Barca. El anciano poeta contempló su relevo de los tablados con nostalgia e impotencia, y escribió en su senectud algunas de sus mejores composiciones.
Sus obras, siempre alrededor de cuestiones relacionadas con la pasión amorosa y el honor, adquieren una relevancia importante según el género al que pertenezcan. Pero es sin duda el amor el motor principal y el centro de su dramaturgia; una pasión inmediata y voraz de la que es imposible escapar.
Se le atribuyen unos 3000 sonetos, tres novelas, cuatro novelas cortas, nueve epopeyas, tres poemas didácticos y más de cuatrocientas comedias —el número varía según los autores de manera sustancial— de las que seguimos representando un buen número.
Sus obras más conocidas y representadas son: Fuenteovejuna, Las bizarrías de Belisa, Los locos de Valencia, La dama boba, El acero de Madrid, El perro del hortelano, El villano en su rincón, El castigo sin venganza, La discreta enamorada, El anzuelo de Fenisa, La noche toledana o La viuda valenciana. Sin olvidarnos de la que nos ocupa en esta ocasión, una de sus obras más conocidas: Peribáñez y el Comendador de Ocaña.
REPARTO | Peribañez: Rafael Ortíz Casilda: Isabel Rodes Comendador: Alberto Gómez Taboada Inés: Elena Rayos Luján: José Ramón Iglesias Leonardo: Francisco Rojas Padre Antón: Jesús Calvo Bartolo: Manuel Pico Pintor: Daniel Santos |
EQUIPO ARTÍSTICO | Asesor de movimiento: José Luis Massó Música y canciones: Eduardo Vasco Iluminación: Miguel Ángel Camacho Vestuario: Lorenzo Caprile Escenografía y atrezo: Carolina González Versión: Yolanda Pallín Dirección: Eduardo Vasco Distribución: Emilia Yagüe Producciones |
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