Febrero: golpe de Estado, un elefante blanco y el rey (I)

por Víctor Arrogante

 

 

En España, el mes de Febrero es un mes golpista. El 23 de febrero de 1981, hace treinta y nueve años, las fuerzas antidemocráticas, altos mandos de las fuerzas armadas, fieles al «testamento» de Franco, con la ayuda de otros afines al régimen, y quienes querían reconducir la situación política del momento, fortaleciendo al rey y la monarquía, se confabularon y dieron un golpe de Estado. Fracasó, pero tuvo consecuencias políticas; la democracia quedó tocada.

Durante este mes voy a recuperar una serie de artículos publicados en 2013 en varios medios, corregidos y aumentados hoy, y que se incluyeron en mi libro Reflexiones republicanas. Las imágenes y el desarrollo del golpe lo tengo grabado en mi memoria.

El 23 de febrero de 1981, los españoles y la democracia, recuperada tras cuarenta años de dictadura, se enfrentaron a un golpe de Estado. Franco había muerto, su espíritu seguía vivo y el aparato de la dictadura intacto. Los fieles al régimen no podían permitir que se otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos, se desmontara el estado totalitario, y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Además había otros intereses y todo había que reconducirlo.

Después de las elecciones de 1979, que le dio la mayoría al partido inventado por Adolfo Suárez, las políticas llevadas a cabo por sus gobiernos, agravadas por la situación internacional, provocaron una gravísima crisis social, económica y política: la inflación se disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó vertiginosamente. Junto a esto, el terrorismo más cruento. Con cada atentado, la democracia se debilitaba, el Sistema perdía credibilidad y cundió el desencanto. Para muchos, la democracia tan anhelada había dejado de ser la panacea de toda solución; libertad, pero sin tener asegurado el bienestar. Suárez ya no era útil para otros.

Todo estaba planeado para que fuera en el mes de marzo, «los almendros florecen en primavera» era la clave, pero la dimisión de Suárez y la investidura de Calvo Sotelo, lo aceleró todo. En este trance llegó el teniente coronel Tejero Molina, con su tricornio y pistola en mano, tomó el Congreso: «¡Quieto todo el mundo!» y dio la orden de todos al suelo. Para reafirmar su poder, efectuó un disparo al aire, seguido por ráfagas de fuego de los guardias civiles asaltantes. Presentimos lo peor. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados, produciéndose el vacío de poder que pretendían los golpistas. Se acababa de producir el «Supuesto Anticonstitucional Máximo», que permitiría otra acción, para volver a la normalidad democrática, pero con cambios; otro golpe.

Los golpistas pretendían establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. Si nos atenemos a las palabras que Juan Carlos de Borbón al embajador alemán Lothar Lahn, según la nota diplomática remitida a Bonn en marzo de1981 (revista Der Spiegel), los sublevados sólo «habían querido lo mejor para España». Para el Borbón «los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad»; junto con la defensa de la unidad de España, la bandera y la corona, digo yo. Entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo Suárez, por no «tener en cuenta las peticiones de los militares, hasta que estos decidieron actuar por su cuenta». Juan Carlos estuvo al corriente de la trama, antes, durante y después del golpe.

El esperado «elefante blanco», la autoridad «militar por supuesto», que anunció el capitán Muñecas, no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque llegó al Congreso. El plan que el general de división Alfonso Armada Comyn presentó a Tejero, en nombre del rey, no era de recibo para el guardia golpista. Había jugado demasiado fuerte, como para consentir, que en el futuro gobierno de España estuvieran socialistas y comunistas y sin Milans. Quería una junta militar. Tejero se sintió traicionado e impidió que el general asumiera la presidencia del gobierno. El suyo era un golpe duro, de involución. Armada jugó tarde y mal las cartas. No supo imponer la autoridad de sus estrellas. Tejero desmanteló la solución Armada: el golpe blando.

El rey, con cara descompuesta, apareció en televisión, después de haber dado la orden de interrumpir la operación, con el apoyo de los capitanes generales a sus órdenes, anunciando la continuidad democrática. Todo fue una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el prestigio de España y consolidar la democracia y es ahí donde jugaba Armada y el CESID. Fue una aventura peligrosa y un juego sucio para la joven democracia, pero eficaz para lo que se pretendía: la figura del rey se consolidó, los partidos reconvinieron sus políticas, el pueblo apoyó la democracia, sometidos al miedo a la involución. El desarrollo del estado autonómico, que supuestamente hacía peligrar la unidad de España, se paralizó durante unos años y la situación se recondujo. La conducta del rey antes del golpe «no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades» (Javier Cercas en Anatomía de un instante).

Estados Unidos había seguido con mucha atención el proceso de la Transición a la democracia. La entrada de España en la OTAN, formaba parte de la estrategia de defensa del sur de Europa y el Mediterráneo. Unos días antes, fui testigo de la presencia americana en suelo español. Paseando por el barrio chino de Valencia, marineros estadounidenses llenaban los garitos, bajo la mirada de su «MP». Barcos de la VI Flota estaban atracados en el puerto. Tanto EEUU como el Vaticano eran prioridades en la política exterior española, por lo que la Iglesia también tenía que conocer la ejecución del golpe. Tibias y tardías fueron las reacciones de ambas instituciones. El día 23 de febrero, las bases militares americanas y los servicios de inteligencia, estaban en alerta por los acontecimientos que iban a ocurrir ese día.

Fue un golpe de Estado en toda regla: perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar. Fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder para reconducir la situación política «a la deriva». Varias conspiraciones y varios golpes coincidieron en el tiempo. El CESID recondujo las acciones, algunas inducidas, para llevar a Armada a la presidencia del Gobierno. Algunos partidos políticos en la oposición de entonces también tuvieron su papel. Armada había sido el hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas, que estuvo en todo momento a las órdenes del rey. El rey, dice la periodista Pilar Urbano, no nos salvó del golpe; «el rey nos salvó in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha«, que el había alentado.

Se hizo todo en nombre del rey, aunque insistió «¡A mi dádmelo hecho!» (El Rey y su secreto, de Jesús Palacios). Estaba previsto que a la llegada de Armada, varios diputados lo avalaran, entre ellos Fraga, Sánchez Terán, Herrero de Miñón, Enrique Múgica, Peces Barba y José Luis Álvarez. En la historia de España, la monarquía siempre se ha restaurado o instaurado mediante golpes de Estado; la actual, por el de Franco. El 23-F, sin triunfar, consiguió lo que se pretendía. Cayo Lara, líder de IU, pidió en 2014 que se desclasificarann todos los documentos del 23-F y a la Casa Real «que desmienta, si se puede, con explicaciones claras y concretas, el papel del rey en el golpe»; sin resultado.

El 23-F fue un episodio vergonzante en la historia de España, que se cerró con rapidez, sin investigar y con desaparición de pruebas. Quienes participaron, ocultaron y desvirtuaron la realidad; quienes algo conocían lo taparon por su seguridad y lealtades mal entendidas. Demasiadas instituciones y representantes públicos estuvieron implicados de espaldas al pueblo. La semana próxima hablaremos del juicio de Campamento.


Víctor Arrogante, colaborador habitual de LaMardeOnuba,es, profesor retirado, ex sindicalista y veterano activista por las causas de la libertades y los Derechos Humanos. Crítico analista del presente y pasado reciente, en sus columnas vuelca su visión de republicano convencido. Sus primeros artículos en la primera etapa de Diario Progresista (recogidos en el libro Reflexiones Republicanas) le hicieron destacarse como columnista de referencia para los lectores de izquierda, y hoy sus columnas pueden leerse cada semana en 14 destacados medios digitales, como Nueva Tribuna, El Plural, Cuarto Poder, Confidencial Andaluz, o La Mar de Onuba.

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