La identidad sexual: de lo asignado a lo autopercibido

por José Luis Pedreira Massa

 

Jueves, 13 de octubre de 2022La realidad socio-política trae a primer plano el debate de la transexualidad, en muchas ocasiones las opiniones están muy lastradas por ideas a priori, por ello es preciso serenar el debate con aportaciones científicas.

Un primer paso consiste en diferenciar orientación sexual de la identidad sexual. La orientación sexual nos remite a quién se ama y con quién se hace el amor, mientras la identidad sexual sitúa al sujeto en lo que es y le define. El diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define identidad: Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.

La identidad personal se constituye por el conjunto de características propias de una persona que le permite reconocerse como un individuo diferente a los demás. Identidad, subjetiva y diferencia del otro van en un mismo paquete y permite declarar: “yo soy”. La obtención de la identidad se inicia en la infancia, continúa durante la adolescencia y se consolida en la adultez, la identidad personal se construye a lo largo de todo el desarrollo del sujeto, a la percepción del “yo soy”, se va adicionando el conjunto de los roles sociales que va asumiendo y desempeñando configurando al sujeto definitivamente.

La identidad personal tiene una serie de características más estables, como son: Constancia (conjunto de rasgos que pueden apreciarse de la misma manera a lo largo del tiempo). Coherencia (posibilidad de predecir algunos de sus rasgos, reacciones y respuestas ante determinadas condiciones). Adaptabilidad  (cambios que acontecen a lo largo del tiempo, influencia de experiencias vitales que suprimen o implantan ciertas conductas). Carácter socio-cultural (la identidad se da en contraposición a los demás, ya que está definida en base a las semejanzas o diferencias respecto de quienes comparten con nosotros una comunidad y una cultura).

En mi opinión, la identidad individual aporta el estilo y la identidad colectiva aporta las reglas del terreno de juego, el puente para comprenderlo son el tipo y funcionamiento de los procesos vinculares que se desarrollan.

La Identidad de género y la perspectiva de género pretende que la sociedad sea consciente que los roles que se asignan al hombre y a la mujer, a raíz de su diferencia sexual y que son considerados “naturales”, sean asumidos, en realidad, como meras conceptualizaciones socioculturales con raíces profundas en la sociedad contemporánea. Los roles de género son construcciones culturales de los roles sociales que una determinada sociedad le atribuye a los hombres y mujeres de forma diferenciada, en un cierto momento histórico.

En palabras de Marta Lamas: “Si bien las diferencias sexuales son la base sobre la cual se asienta una determinada distribución de papeles sociales, esta asignación no se desprende “naturalmente” de la biología, sino que es un hecho social”.

La sexualidad es una parte integrante fundamental de la identidad humana. Se busca una posición, un posicionamiento personal y social frente al hecho de la sexualidad. El primer paso, consiste en reconocer que los derechos “trans” u “homo” no son derechos sectoriales, sino que son derechos humanos.

Los determinantes sexuales vienen definidos por lo somático del hecho genético y hormonal, lo social de la asignación de roles, lo educativo en base a los contenidos pedagógicos que se trasmiten y el proceso de desarrollo subjetivo de la persona que primero se identifica y luego construye su sexualidad, no solo en la práctica sexual, sino en la orientación del “yo amo” y la identidad sexual del “yo soy”. La educación sexual integral y con contenidos afectivo-sexuales, incluye también la aceptación y respeto a la sexualidad propia y la del otro, lo que integra un valor ético de primera magnitud.

El determinante biológico es necesario, pero no es suficiente para explicar el sentimiento profundo de la identidad individual personal. La biología enseña que existen personas genéticamente masculinas, fórmula 46-XY, pero su fenotipo natural externo es femenino, los receptores celulares no reconocen a los andrógenos, como si tuviera “bloqueadores naturales”, es el Síndrome de Morris. Con genotipos femeninos 46-XX y no han desarrollado en la etapa fetal ni el útero, ni la vagina, es el Síndrome de Mayer, Rokitansky, Küster, Hauser. A ésto debe añadirse todo el complejo mundo de los estados intersexuales en los que el determinismo genético colisiona con el aspecto físico y con una imprecisa delimitación a la hora de su categorización.

Definir el hecho sexual con lo binario de masculino y femenino por el determinante meramente biológico, puede ser insuficiente, así surge el sexo fluido o no binario, una alternativa minoritaria, pero no por ello inexistente.

Si alguien se identifica, se percibe y vive con una identidad femenina, de mujer y como tal se presenta, ese sujeto es una mujer en toda su dimensión independientemente de lo que se exprese en el registro o en el DNI. Si desea que su nombre sea X, ese es el nombre que le denomina ante la sociedad en el seno del género que ella desea. El sexo será el predeterminado y asignado en la inscripción registral en base a las características morfológicas de sus órganos sexuales externos, pero su rol social y su pertenencia grupal pasa a ser aquel con el que se identifica y que se incluye en su identidad personal. Pasa a trasmitir el “yo soy” con la potencia y determinación del “yo soy”, definiendo su género percibido, su identidad personal de cara al hecho sexual en el marco social.

En mi práctica profesional he tenido la oportunidad de estudiar 105 casos de transexualidad en la infancia y la adolescencia, puedo afirmar que las chicas “trans” eran mujeres en su total dimensión y contenido. Incluida la forma y manera de ubicarse en el sentimiento social de pelear por la determinación y el papel de las mujeres en la sociedad, con planteamientos nítidamente feministas.

Quien se identifica y se siente como mujer, se viste como mujer, cambia su identidad registral a mujer, cambia su nombre a un nombre de mujer, habla y vive como mujer, se identifica con las luchas de las mujeres como parte integrante de ellas, al menos le hemos de reconocer su rol femenino. Si tiene este determinante social y este sentido de pertenencia al colectivo social femenino, ha pasado sinsabores mil y sufrimientos personales y sociales para ser quien es, hemos de admitirle que es una mujer en su fuero interno y no debiera representar ningún desdoro para el conjunto de las mujeres.

Una persona que ha realizado tantos tránsitos (tránsito personal, tránsito familiar, tránsito social, tránsito profesional, tránsito judicial) y de forma harto dificultosa es porque posee una fuerte identidad en esa dirección y que su sentimiento va más allá de sus propios determinantes biológicos y socio-educativos iniciales. Ha de ser muy valiente para romper tantas ataduras y poder mostrarse tal cual se siente.

Norman Fisk en el año 1973, define la disforia de género y constituye la Sociedad para el estudio científico de la disforia de género, lo hace tomando miméticamente la terminología sin revisar la psicopatología. Así que “disforia de género” lo consideraba como malestar en el género asignado. Unos años después este autor sugiere que “los médicos superen sus prejuicios morales al respecto”. A principios del presente siglo, reconsidera sus planteamientos y modifica el nombre de su sociedad hacia Sociedad Internacional para el estudio científico de la transexualidad.
 
La American Psychiatric Association, en su quinta revisión del DSM persiste en la denominación de “Disforia de Género” incluyéndolo en el eje I de trastornos mentales, todo ello a pesar de múltiples pronunciamientos de grupos de profesionales que solicitaban que lo excluyesen con criterios científicos publicados en revistas científicas de relieve, como fue el grupo de Nancy H. Bartlett; Paul L. Vasey &, William M. Bukowski que lo publican en el año 2000 en Journal American  Academy of Child and Adolescent Psychiatry. No obstante a la hora de configurar los criterios lo hacen en base a características llenas de imprecisión y dominadas por términos del tipo de “marcada incongruencia”, “intenso deseo” o “fuerte convicción”, lo que quiere decir que deja al marco subjetivo del profesional que evalúa la consideración en tal sentido del criterio en cuestión.
 
Ya en 1999 Cohen-Kettenis & Gooren, nos decían que las personas que acuden a las Unidades de Identidad de Género no presentan un mayor índice de patología psiquiátrica grave que la población general. Se completa con un estudio de Bower en 2001, quien concluye diciendo que el criterio diagnóstico que alude a dificultades de funcionamiento personal y social tampoco está presente en todas las personas que acuden a las citadas unidades. Un año antes aparecía un trabajo de Haraldsen & Dahl que concluía de forma rotunda que: la transexualidad ha sido considerada una expresión de sintomatología severa, pero sin evidencia empírica suficiente.
 
En épocas más recientes, el grupo de la Profra, Olson publica dos interesantísimos artículos (uno en la revista Pediatric y el segundo en The American Journal of Child and Adolescent Psychiatry) donde expresa de forma taxativa: Los niños transgénero que han tenido un soporte adecuado para su transición de género a lo largo del proceso de desarrollo, no presentan más signos de ansiedad o depresión que la población de su entorno, salvo quizá una mínima elevación de la respuesta ansiosa como expresión reactiva a la presión social. Esta prestigiosa profesional asegura que “La identidad transexual es una variante normal de la identidad sexual humana, con el apoyo familiar y educativo adecuados, los niños y niñas trangénero se desarrollan felices y saludables”. En ese mismo artículo asegura que ha analizado los tres trabajos más importantes sobre el “arrepentimiento” de niños y niñas trans, esta profesora señala que lo que ocurrió es que no habían sido correctamente evaluados estos casos.

La OMS está a punto de publicar la nueva revisión de los trastornos mentales, la CIE-11. En esta revisión, tras la definición del grupo redactor y las consultas contrastadas con los profesionales de campo, desaparece la transexualidad de los trastornos mentales y aparece en una codificación especial, denominada “códigos Z” que son un conjunto de acontecimiento acompañantes a situaciones que tienen que ver con la salud de las personas, pero que NO son diagnósticos médicos.
 
La propia OMS ha realizado una investigación multicéntrica internacional en México, Brasil, Francia, India, Líbano y Sudáfrica. Solamente se ha publicado el resultado de la muestra de México y ha aparecido en una de las revistas más relevantes del panorama médico, en The Lancet el día 26 de julio de 2016, en esta publicación se dice textualmente: “la afectación psiquiátricas en población transexual es producto de la violencia y discriminación que sufren y no, como se clasifica hasta ahora, como producto de su transexualidad”. Es tan contundente este resultado que el propio Presidente de la Asociación Mexicana de Psiquiatría, el Prof. Eduardo Madrigal, ha declarado: “Si no es una enfermedad ahora, resulta que nunca lo fue, que quede claro, no es que antes fuera una enfermedad y ahora ya no”.

Al no ser una enfermedad no hay que diagnosticar nada, sino que hay que evaluar de forma correcta a la persona en su conjunto, aquí desarrollamos la perspectiva profesional en el campo de la salud, la inscripción registral nueva tiene otra perspectiva que se encuentra más ligada a la autodeterminación, pero se encuentra en otro nivel de análisis para este artículo. Evaluar no es diagnosticar. Evaluar consiste en escuchar el discurso concreto y extraer los datos para discernir la coherencia de los contenidos, saber determinar la consistencia del discurso, señalando la fiabilidad de lo que trasmite y pudiendo identificar la influenciabilidad del sujeto, es decir evaluar consiste en ver el valor del discurso del sujeto como de él mismo y que no es una impostura externa. Para evaluar no se necesitan escalas, porque estos parámetros no son medibles en términos de nivel de normalidad o separación de la normalidad, sino que son valores evaluables en la interacción con profesionales entrenados en este tipo de técnicas y con mentes flexibles en la forma y rigurosas en el contenido.

Esta evaluación del derecho a ser del sujeto por profesionales formados excluye el autodiagnóstico. El autodiagnóstico acontece porque el sujeto trata de evitar ser patologizado desde una premisa falseada: debe diagnosticarse si existe el concepto de “disforia de género”. Eso es lo que patologiza: el punto de referencia, el punto de partida.

Tras evaluar, los profesionales de la salud realizan una prescripción. En ocasiones se prescriben normas sobre estilos de vida y en otras un tratamiento medicamentoso. Hay una contradicción en el caso de la transexualidad: la transexualidad no es una enfermedad, pero en muchos casos se precisa de principios activos farmacológicos que deben ser prescritos por un facultativo, según precepto legal. Prescribir un tratamiento farmacológico no implica que siempre que se haga sea por el padecimiento de una enfermedad, muchas veces se prescriben tratamientos de forma preventiva, éste es el caso. Los bloqueadores es un tratamiento que se prescribe por parte de profesionales a personas determinadas que cumplen unos determinados criterios y que tienen un efecto preventivo, con el fin de adecuar los rasgos corporales y signos sexuales secundarios al sexo sentido por el sujeto, evitando las consecuencias de mal estar personal ante el desarrollo de esos signos sexuales secundarios que se corresponden al sexo asignado. Es importante señalar que no todas las personas transexuales llevan el mismo proceso de evolución ni siquiera tienen los mismos tratamientos ni en forma ni en contenido, esa es otra característica a tener en cuenta.

El endocrinólogo y andrólogo holandés Louis Gooren, ha analizado la eficacia de las intervenciones psicoterapéuticas para “curar” a las personas transexuaales, asegura que las psicoterapias en la transexualidad solo hacen reconciliar la identidad de género con su propio cuerpo y, en todo caso, ayudar a conseguir el camino para que el cuerpo acompañe a su contenido mental y, en todo caso, la psicoterapia puede ayudar a las personas transexuales en el aprendizaje de los mecanismos psicológicos para encarar estas dificultades, aunque esencialmente no resuelve la insatisfacción entre el cuerpo físico y su identidad de género.

Según la American Medical Association (AMA), la identidad de género tiene un complejo mecanismo psicológico, que no se puede tartar porque no tiene cura, al no ser una enfermedad. La AMA asegura que estos conceptos deben ser tenidos en cuenta, porque supone una ofensa ética para el profesional que en su práctica ofreciese “cura” para la la identidad de género o para la orientación sexual (AMA Journal of Ethics, August 2010, Volume 12, Number 8: 645-649; Resolutions that have the potential to impact the lives of LGBT people across the country. June 11, 2014).

Por todas estas razones es muy importante señalar que no existe una transexualidad, sino muchas y variadas transexualidades; no existe un único modelo de tránsito, sino que existen varios tránsitos y diversos tipos de tránsitos. Se precisa empatía, mente receptiva y en los profesionales una recomposición de eliminar la transfobia cultural y la transfobia profesional. Éticamente tiene una salida: si un profesional recibe uno de estos casos y percibiera que le es difícil de aceptar este tipo de personas, entonces debiera remitir a esta persona a otro profesional que pudiera dar una respuesta más ajustada a la demanda.

No debieran darse respuestas simples para realidades complejas. Estaría bien estudiar caso a caso y por parte de un equipo multiprofesional. Queda mucho por hacer.

El Dr. José Luis Pedreira Massa, Don Galimatías en La Mar de Onuba, es Vocal del Consejo Asesor de Sanidad y Servicios Sociales del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Psiquiatra y psicoterapeuta de infancia y adolescencia. Prof. de Psicopatología, Grado de Criminología (UNED).

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