La permisividad con el franquismo

Valle de los caídos

Si aquí hablamos de la permisividad con el franquismo es porque, principalmente, quienes deberían encargarse de su control y desaparición son quienes los permiten.

por Pablo Sánchez

 

Lunes, 8 de noviembre de 2021. Los más jóvenes —y no tan jóvenes— no hemos llegado a vivir bajo el mandato del dictador, aunque sí bajo el régimen que deja una vez fallece postrado en su cama y rodeado de sus seres queridos mientras miles de españoles tienen a padres y abuelos repartidos en cunetas por toda España. No obstante, son numerosos los elementos que todavía recuerdan a un pasado que muchos han sufrido en sus propias carnes y que parece que seguirán entre nosotros durante unos cuantos años más por el miedo a las represalias que pudiera haber por hacer frente a un fascismo que todavía inunda calles e instituciones.

La última época del dictador, además de haber disminuido la represión practicada en las etapas iniciales de la dictadura, trató también de alargar hasta más allá de su muerte todos esos mecanismos represivos y de control ejercidos durante los años más oscuros de España que castigaban hasta con la muerte cualquier atisbo de lucha y libertad. Dichos mecanismos e instrumentos, de los que entonces la dictadura se valía, siguen presentes en las instituciones y cualquier elemento estatal que pueda utilizar y que sirva para frenar la disidencia de la represión ejercida por el capital le es válido. De hecho, la transición es el mejor ejemplo de cómo la puesta en marcha del conjunto de engranajes que tenían como objeto continuar con el régimen represivo a través de una adaptación gradual que se viera con buenos ojos por el resto del mundo, a día de hoy, se utilizan las herramientas que el propio sistema proporciona y provoca que todavía no nos hayamos desecho de esas armas legítimas que entran dentro de lo permitido porque fue la propia transición y las instituciones envueltas en el proceso las que orquestaron un cambio de apariencia, pero no de esencia. Una transición que aprieta, pero ni mucho menos ahoga al franquismo ni a sus vasallos.

Franquistas en calles e instituciones

La existencia de órganos que hoy en día pasan por democráticos son otra muestra de lo que hasta aquí venimos comentando: la permisividad con el franquismo es tan amplia por haber influido directamente en los procesos que supuestamente debían dejar atrás su ideología. Las antiguamente denominadas Cortes Franquistas o una Audiencia Nacional que antes era el Tribunal de Orden Público encargado de juzgar crímenes de carácter político que atentaran contra su represión siguen desempeñando unas funciones que, aunque muy distintas a las de entonces, siguen recordando por sus elementos más reaccionarios a un régimen que no acaba de desaparecer.

Si aquí hablamos de la permisividad con el franquismo es porque, principalmente, quienes deberían encargarse de su control y desaparición son quienes los permiten. Un poder ejecutivo y legislativo que deberían poner barreras a aquellos que pretenden repetir un pasado que asesina y deja en cunetas a quien piensa de forma distinta. Estos los podemos encontrar tanto en las calles como en las instituciones. Hay quien se tapa más, especialmente cuando llegan a diputados, pero otros, organizados en colectivos repartidos por toda España, van con la mano en alto de forma continua como si de pedir taxis se tratase mientras hablan de dar palizas a niños que vienen a España o a personas con una orientación sexual distinta a la suya. Pero estos discursos de odio no son anecdóticos, tristemente. Los encontramos en redes sociales, parlamentos y cualquier rincón al que el gobierno permite llegar por su inacción. Una permisividad que cada vez se extiende y crece conforme la situación económica del país empeora. Algo que ya conocemos de antes.

Además de todo ello, los homenajes permitidos por ayuntamientos y gobiernos regionales a los que se acusa de censuradores si pretenden detener manifestaciones, misas y demás actos con proclamas fascistas. El monopolio de la fuerza dirigido, por casualidad, únicamente contra manifestaciones que hablan de la represión del Estado y el sistema en el que se desarrolla. Porque las tibiezas del presente ejecutivo sirven para decir que hacen lo que la izquierda reclama, cuando en realidad apenas alteran la raíz del problema que muta continuamente si no se aplaca de forma definitiva.

La responsabilidad de la permisividad que se tiene con el franquismo

La responsabilidad que tienen estos órganos estatales en las agresiones que desde incluso el parlamento se dan es absoluta. Parece mentira que no hayamos aprendido que la única forma de luchar contra semejantes monstruos es en las calles. Hay quien todavía cree que es posible con actores políticos que realmente hagan algo por ello mientras defienden democracia —y el marco capitalista y neoliberal en el que se desarrolla— como sistema político capaz de acabar con algo semejante. Por el contrario, quienes no vemos una solución factible al problema a través del presente sistema, apelamos a una organización que aglutine a una clase continuamente oprimida.

Sin una izquierda que se vea representada en las instituciones o tenga un actor político que pueda guiarla, la orfandad que muchos sentimos en este aspecto es, también, lo que provoca una respuesta débil frente a quienes avanzan sin cesar con la intención de arrebatarnos nuestras libertades.

Pablo Sánchez es politólogo. Cofundador y coordinador de equipo de The Health Impact.

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