Legalidad intermitente

por Francisco Palacios Chaves

 

Jueves, 10 de febrero de 2022. Hay dos asuntos en los que Andalucía es de vital importancia para el Estado. Una de ellas es la de ser la playa y el puerto de los madrileños, el chiringuito y la casita al borde del mar de los que pueden permitirse tener más de una vivienda, el patio de juegos de los que viven en la ciudad a la que todos, se supone, quieren ir, pero en la que nadie quiere quedarse cuando aprieta el calor o el almanaque construye un puente que aprovechan como unas mini vacaciones.

Otro asunto en el que nuestra tierra es básica para el Estado es la de ser su basurero. Si hay que enterrar residuos atómicos, no hay problema. Ahí está El Cabril, en la provincia de Córdoba, donde se almacenan los residuos que llegan de las centrales nucleares, la industria y los hospitales. Si hablamos de otro tipo de basura, tampoco hay ningún tipo de duda de donde colocarlos. Nerva es el lugar elegido, en la provincia de Huelva.

No es rara la ocasión en la que se producen peligrosos incendios, nubes de polvo y malos olores, aparte de filtraciones al cercano rio Tinto. Se almacenan productos tan peligrosos como aceites minerales de mecanizado, los cuales contienen halógenos, una sustancia peligrosa por contener antimonio, berilio, cadmio, plomo, selenio o teluro. Vamos, lo que cualquiera quisiera tener cerquita de su casa.

Nerva es un vertedero que está cercano de su límite. Pese a ello, no hace más que unos días llegaron 12000 toneladas procedentes de Montenegro. Sí, de Montenegro. Este traslado forma parte de un mega traslado de un total de 110000 toneladas de ecotóxicos, provenientes del desmantelamiento de un astillero, en el cual, después de librarse de sus excrementos y regalárnoslos, una empresa de Dubai va a construir un puerto de lujo para superyates. Es decir, Europa se libra de sus peores y más repugnantes excreciones, dejándolas en nuestra tierra, para luego generar inversiones que repercutirán en su economía.

Mientras tanto, las administraciones andaluza y española se acogen a la existencia de contratos, sentencias y demás excusas legales para permitir que nosotros nos comamos lo que otros quieren a un buen montón de kilómetros de sus casas, sin importarles que en Nerva las casas están radicadas a escasos metros de dicho vertedero. Cuando quieren, bien que se ponen de acuerdo y encuentran puntos en común.

Curiosamente, ese amor a la legalidad tiene un carácter intermitente, cuando no subjetivo. A unos kilómetros de distancia, se expolia el agua de Doñana. Y se va a indultar a quienes hacen un uso abusivo de los acuíferos que ya definió la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir como “sobreexplotados”, una situación que está generando el malestar en Bruselas, el Parlamento Europeo y la Unesco, que concedió a Doñana la condición de Patrimonio de la Humanidad. Aquí la legislación no es tan importante, es relativa y se puede adaptar a gusto del mercado, que es al final quien manda, quiera usted o no.

No importan, al fin y a la postre, la legalidad o la lógica. Lo único que realmente es trascendente es el uso y abuso por parte de poderes comandados y manejados desde fuera de los límites de nuestra Comunidad, la utilización torticera de las leyes y del mandato que les dieron los ciudadanos en las urnas, que no es otro que el de proporcionarnos las mayores cotas de bienestar. Dudo mucho que las basuras, sean atómicas o no, nos aporten confort o comodidad. Sospecho que el expolio de nuestras reservas naturales nos traigan algo que podamos considerar como medianamente positivo.

Ni Huelva ni Andalucía deben seguir siendo la cloaca de Europa ni permitir que tras 12 años una ciudad entera siga durmiendo al borde de 120.000 toneladas de fosfoyesos, a pesar de la existencia una sentencia judicial que dice nítidamente que la empresa es responsable de recuperar la zona y ala que se hace caso omiso.

No nos merecemos este trato. Ninguno de nosotros, de nuestros pueblos o ciudades. Ya llegó la hora de dejar de acoger la basura de los demás. Ya es el momento de limpiar y sanear todo aquello que no nos trae más que peligro, enfermedad, penuria y pobreza. Empezando por algunas instituciones, que necesitan un buen baldeo para que vuelvan a oler a limpio.

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