Lesbos: testimonio de un fracaso

ACNUR/Gordon Welters: Una familia siria de Idlib que llegó recientemente a la isla griega de Lesbos se alberga en un huerto de olivos adyacente al centro de recepción de Moria.
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por Luz Modroño Centro Unesco

Oyeron hablar de paz, de Derechos Humanos, de estabilidad… y salieron en su búsqueda. Para ello tuvieron que pagar un elevado precio. Muchas vendieron casa, bienes, ropa… transformados en monedas con las que sufragar el coste de un viaje que se intuía duro. Otras recurrieron a cuanta ayuda pudieron obtener. Todas coinciden en un punto: la facilidad para encontrar a las mafias y emprender ese viaje que se antoja salvador. La guerra, la persecución por cuestiones políticas, sociales o religiosas, la destrucción de sus viviendas y bienes, la mutilación producida por una bomba, la violación de los derechos humanos, el hambre… están detrás de cada una de las personas que un buen día decidieron dejar atrás la tierra en la que nacieron y buscar otro espacio donde vivir sea algo posible.

De Chios a Lesbos, de Lesbos a Samos, de Samos a Kos, de Kos a Atenas… Es el espacio de un país europeo transformado desde 2015 en un lugar de hacinamiento y retención para personas refugiadas y migrantes. La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce el derecho que asiste a toda persona a pedir ayuda a un tercero. Sin embargo, los últimos Tratados, Reglamentos, como el de Berlín con la consiguiente creación del espacio Schengen y Acuerdos, como el de Turquía, tienen como objetivo poner trabas al cumplimiento de tal derecho. El tratado de Turquía y el Reglamento de Dublín han puesto en evidencia tanto el fracaso de una política que centra su objetivo en cerrar fronteras, poniendo vallas de alambre o de agua, como la fragilidad de los derechos humanos a la hora de de otorgarles rango de universalidad. No se trata solo de lentitud burocrática.

Lentamente, apenas sin hacerse notar, ha llegado el invierno. Si las condiciones en los campos son insufribles en época de bonanza, a partir de ahora se tornarán infernales. En las islas, los campos están levantados sobre laderas de montes, la lluvia arrasa la tierra embarrada llenando de fango el escaso espacio libre entre las tiendas. Pero la ocupación de los campos ha triplicado o cuadruplicado la capacidad prevista cuando se construyeron y el espacio de afuera, la jungla, duplica al del interior. En ambos abundan sobremanera las tiendas, el agua terminará empapando la tela y entrando dentro. Es difícil imaginar entonces el espectáculo. Solo la resignación, la pérdida de esperanza, el miedo… pueden explicar que no se produzcan estallidos de violencia extrema.

En Atenas la situación no es mejor. Si bien es cierto que en los campos recién construidos, como el de Corintos, y dado que aún no están ocupados en su totalidad, las condiciones son mejores, en otros, como en el de Malakasa o Patras la jungla no deja de crecer. El espectáculo inhumano de la ciudad de Atenas podría asemejarse al de Madrid, Ceuta, Melilla o cualquier otra ciudad mediterránea llena de personas refugiadas si no fuera porque aquí tanto las condiciones como el número son muy superiores. No existe en Atenas albergue alguno en el que pasar la noche, comer un plato de sopa caliente o darse una ducha. Todo depende de la capacidad de trabajo y de los recursos de las organizaciones. La plaza Victoria lleva años convertida en lugar de residencia habitual para muchas de las personas refugiadas que no tienen otro lugar a donde ir. Es fácil ver allí a mujeres recién paridas con su bebé pegado a un pecho.

El día amanece frío. Ante la puerta llega una mujer pidiendo socorro y un hueco donde situarse con su hija recién nacida. Pero no hay sitio. La lista de espera es larga, tanto como la desesperación reflejada en los ojos de una madre que, con voz apagada pide ese hueco que se le niega. Finalmente, y como último recurso, pide que, al menos, se queden con su pequeña criatura envuelta en trapos. Ella irá a darle de mamar. Tampoco puede ser. Resignada, vuelve sobre sus pasos. No quedan lágrimas en sus ojos, pero sí en los de una voluntaria que entra vencida de horror e impotencia. Carlos, el coordinador de este espacio creado para mujeres cuenta dos nuevos casos acontecidos ayer. Uno, el de una madre con cesárea de diez días que vive vagando por la ciudad y duerme en el suelo cuando la plaza queda vacía de transeúntes. Pero en Elna no queda un hueco. Carlos llamará insistente a las puertas de otras organizaciones hasta que, por fin, consigue encontrar un espacio. Otras muchas se dedicarán a la prostitución. Encerradas en burdeles, huyen del hambre. La céntrica calle Filips, en el corazón de la ciudad, es un conglomerado de burdeles que se anuncian pintados de color rosa pastel con sendos farolillos de luz blanca flanqueando la entrada. Es la cotidianeidad de una ciudad sumida en la impotencia y la indiferencia, es la imagen de un fracaso. A primera hora de la mañana o a última de la tarde, las calles de esta ciudad que antaño fue cuna de diálogo y sabiduría se llenan de gentes desesperadas.

La situación del campo de Moria, en Lesbos, ha alcanzado cotas de escándalo internacional. Ante ello, los nuevos planes del Gobierno actual contemplan tres medidas complementarias. Por un lado, el objetivo es aligerar Lesbos creando un campo más pequeño y alejado de cualquier núcleo de población en el que encerrar a unas 5.000 personas consideradas por el gobierno – probablemente sin otro criterio que el lugar de procedencia- no dignas de asilo. El nuevo campo es denominado “Campo de internamiento y deportación”. Por otro, se pretende crear un nuevo campo al que llevar a los menores no acompañados, actualmente dentro de un espacio protegido en el campo de Moria. Tras estas medidas se rehabilitaría el espacio interior, lavando así la cara de un campo convertido en campo de concentración donde hoy se hacinan más de 17.000 personas.

Foto: Luz Modroño

Junto a estas medidas se endurecerá la represión contra los que ayuden a las nuevas oleadas que llegan cada noche. Ayudar, aunque sea con una manta, ropa seca que sustituya a la empapada por el agua del mar, dar un té caliente o hacer una cura de urgencia será considerado tráfico de personas y juzgado como tal. Quienes, a pesar de todas las medidas disuasorias puestas en marcha, lleguen, serán encerrados en otros tantos campos-prisión de los que no podrán salir. Incomunicados, aislados hasta que la primera orden de deportación llegue. El Tratado de Berlín recoge el derecho a tres recursos tras la primera denegación de asilo. Pero hace meses que este derecho no se aplica. Intención del nuevo gobierno es, igualmente, continuar acelerando las deportaciones. Y, en cualquier caso, impedir que las personas en busca de refugio convivan con la ciudadanía griega. Hoy, las organizaciones de ayuda humanitaria y solidaridad son un pequeño bálsamo para estos miles de personas que no van a dejar de llegar, como evidencian los datos que noche tras noche se registran. En estos días, el número de personas que llegan, que con el buen tiempo rondaba las ochocientas, ha disminuido a poco más de seiscientas. Prueba evidente de que ni el mal tiempo ni el consiguiente aumento del riesgo de naufragio son medidas disuasorias. No es posible poner puertas al deseo y la necesidad de buscar un lugar en el que vivir en paz.

La nueva comisaria europea para la migración, Ursula von der Leyen, tiene una larga y difícil tarea por delante si quiere dar soluciones reales y efectivas a este inmenso problema que llena de vergüenza a todo un continente. Frente al cierre de fronteras debería llegarse a un acuerdo de reparto y acogida dignos. Frente a las deportaciones masivas y las amenazas debería garantizarse la estabilidad del espacio Schengen de libre circulación de personas. Es necesario acelerar las tramitaciones de asilo -actualmente, el tiempo de demora puede llegar hasta los dos o tres años- y, sobre todo, trabajar con mucho más ahínco en la construcción de la paz, en la creación de un mundo más justo, en la transformación de las bases sociales, políticas y económicas que son la causa última de la huida de tantas personas.

Luz Modroño

Resultado de imagen de luz modroñoLuz Modroño es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace) se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.

Actualmente en Grecia, recorre los campos de refugiados de este país, llevando ayuda humanitaria y conviviendo con los y las desheredadas de la tierra, con los huidos de la guerra, del hambre o la enfermedad. Con las perseguidas. En definitiva, con las víctimas de esta pequeña parte de la humanidad que conformamos el mundo occidental y que sobrevive a base de machacar al resto. Grecia es hoy un polvorín que puede estallar en cualquier momento. Las tensiones provocadas por la exclusión de los que se comprometió a acoger y las medidas puestas en marcha para ello están incrementando las tensiones derivadas de la ocupación tres o cuatro veces más de unos campos en los que el hacinamiento y todos los problemas derivados de ello están provocando.


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