Mala-Mente

Ilustración: Isabel Chiara

«Las grandes y mortíferas epidemias han desaparecido: todas han sido reemplazadas por una sola, la proliferación de seres humanos» (Jean Baudrillard).

por Richard Villalón

 

Hay gente parecida a las avispas, pican haciendo ruido, aparentemente alegres, su zumbido empuja al miedo constante. Acabé cansada de quedarme quieta sabiéndome su próxima víctima. Me gustaba leer, dejarme guiar por instintos ciegos, era “rara” decían. Una noche me soñé en la Torre Eiffel, llevándome a decidir, cuando dejar mi país. Quedaba mejor en la memoria para dibujarlo distinto, su realidad era igual a insectos atacando, dispuestos a dejarte sus irritantes gránulos bajo la piel, el ardor constante e inevitable de la resignación. Eso animó mi viaje, subirme al avión, palpitar como reloj dañado en cualquier aeropuerto obligada por la ruta. Irse es otra manera de morir.

El tiempo tatuó círculos concéntricos en los troncos de mis árboles, llenando de testimonios la aventura trágica de algo simple: Ejercer la voluntad propia.

Caminé lenta al lado del  Sena embriagador, absenta pura invadiendo el vaho del amanecer. Junto al Danubio, sus hombres azules con pantorrillas de gladiador vencidos por guerras feroces. Del Río Rin, con el reojo mudo del holocausto y estrellas de David incineradas sobre el pecho inmediato, bajo la gula de la siniestralidad. Río Danubio reflejando a Sissí anoréxica perdida, buscando desesperada el elixir de la eterna niñez. Támesis, Tajo, Manzanares… Ríos donde la risa se congela en papeles migratorios, despensas vacías, cartas de expulsión dispuestas con sus filos voraces a cortar las venas por donde transita anhelante la libertad. La libertad es dormir sin pensar, comprar sin medir, amar sin mentir.

Aluciné errada dentro del cuartito de capullo oscuro donde soñaba navegar el río más largo de Europa: El Volga. Sobrevolé sobre mi dron delirante. Transformada en imagen religiosa, santa por cuatro costados, ángulos plateados reflejando velas tintineantes,Virgen procesionada por las empedradas calles de esos pueblitos con cordilleras vigilantes, bordeadas por la negrura de perniciosos cóndores, bajo disparos traidores, defensores de una ley desequilibrada, su mirada de puma averiguando recompensar el fatal idilio entre lo bueno y lo malo.Un clic destrozaba mis extraños rituales, era la silueta de una copa llena, dispuesta a ser bebida por las fauces de una realidad alquilada. Vivir lejos del país es una opereta trágica en el teatro vacío de la nostalgia.

La inhumana belleza de mis abuelos asomaba en catarata por cada poro, salían murmullos de los ríos torrentosos desde mi infancia profunda, rutilante olor a canela, refulgentes verdosas campanas de iglesias perdidas en la puna, aromas alumbrados por lunas exageradas, galaxias vistas con sus puertos infinitos y navajas llenas del extinto sol vertiginoso.

Aprendí a ser un monumento animado en estas plazas europeas. Los hombres salivaban sobre mis pasos, la sequedad producida por la vergüenza me puso como florcita expuesta al aire frio.Entendí la soledad y su perro eternamente fiel. Calificaban mi presencia dándole invisibilidad políticamente correcta, indiferencia extrema. Era la sombra huérfana de sombra esperando el autobús o el metro. Nadie podría contar las líneas desencantadas de los viajes concretos,moviéndome sin avanzar, sus estaciones, el neón opaco donde reflejada frente al vidrio de bajada, esperando arduamente la invitación de alguien a inventar la noche, fumarnos una canción desconocida, faltarnos el estúpido respeto hasta el siguiente desayuno.

La verdad, quise pronunciar amor en distintos idiomas. Era una gata preparando mi cuerpo,convirtiéndolo en sofisticada trampa, esperando la sorpresa de un ratón estudiante o un lobo casado, contento padre prematuro de mellizos. Los hombres pasaban como quien transita frente a los buzones, llevando la tristeza en forma de manzana de Adán, justo detrás de la corbata. Hubo quien se me acercó proponiéndome robar en un supermercado…Necesitábamos saciar la avidez de figuración, quitarnos de estas estériles veredas llenas de miradas esquivas, de esas cocinas lavando platos y carmín ajeno, haciendo la pantomima de cocinar comidas típicas los días libres, cuyo ingrediente principal era la carne deshuesada del hambre.

Europa era un rio llevándome sonámbula de país en país. Extrañaba mi luminiscencia de mar, era una torpe llamarada frente al vendaval ruidoso. Ciega de mi propia belleza – gran angular postal- preguntaba enronquecida cuando el desarraigo no dejaba de maullar, por vecinas extraviadas de mi cariño, sus bolsas del mercado, sus zapatillas rotas, sus maridos oscuros como el hollín bajo las lluvias. Era forzoso seguir atravesando muros, estudiar, ser licenciada, doctora de un oficio cazador de palabras antiguas, antídotos contra el callar.

Nunca fui puta en Europa. No estuve tras ninguna vitrina en Ámsterdam. En los Campos Elíseos tampoco subí a una furgoneta con árabes levantando de un empujón los presagios de mi sangre adormecida por la rutina de no ser nadie, retozando entre estos palacios fallecidos, atestiguando grandezas dudosas. Tampoco caminé por las calles del Oktoberfest llena de cerveza, desnudando vergüenzas, comparando sudores agrios. Mi viaje tenía papeles revisados en las estaciones, terminales aéreas blindadas, ferris saturados de familias con magrebíes ojos oscuros. Marsella era la orilla donde reinaban contenedores, incluso las gaviotas pasaban de mí. Negaron mi posibilidad de ser alguien presente en Europa, nadie perdió una oreja, ni fue disparado por defenderme. La película era la universidad, era escuchar el ruido de mariposas emitido por las bocanadas del humo de mis compañeros, alejados de mi risa constante, relampagueando en el patio mojado de la facultad. ¡Sola como dicen, duerme la una! Viviendo dentro de una cápsula. Nadie claramente insultó, ninguno se atrevió a preguntarme el nombre,posaban pasando para ser mirados. Los profesores me suponían una enloquecida princesa inca andina, probando espejos lejanos, un ave escapada, horrorizada ante la creencia que volar era una enfermedad espantosa.

Por esas razones busqué este terrible sortilegio. El miedo da como hijo al odio. Nuestra pequeñez se escuda detrás de malos remedios convirtiéndonos en nuestro verdugo. He recurrido a las cenizas del incienso, los frutos fuera de tiempo, a los derrames de la leche, a los tenedores doblados, a las balas estrelladas en los pechos de los ocultos fusilados. Mi venganza apareció vestida de pandemia. Las gentes tuvieron que encerrarse en sus casas, sellar iglesias, dejar juzgados, abandonar muertos al aire libre, enterrarlos con los únicos rezos producidos por las moscas asombradas.

Logré cambiar cursos escolares, para descubrir padres descubriendolo que faltaba reconocer dentro de sus propios hijos. Las aduanas quedaron vacías de seres aterrados ante la exigencia de papeles, sentir que el viaje comienza y acaba en ninguna parte. Era primordial ver temblar de miedo, en sus solidas camas, a los propios Reyes, enterándose de los índices de mortalidad y la curva no se aplanaba diciendo: “Si no quieren pan, dadles galletas”… Percibir gobiernos sacudiendo alfombras asfixiados con su mierda escondida tras muchos siglos. Ver al Papa oficiando Misa en el ombligo del silencio, reportando sudores, calenturas, voz seca, sabiéndose miembro del grupo de riesgo.Vi madres detestando yernos con telúrica fuerza, como hijos desobedeciendo sórdidas reglas y nueras demostrando garras contenidas. Mi maldición fue conseguir las exactas llaves de las cerraduras, reconocer la estatura vital de un enano frente a la pisada del gigante inútil. Reconociendo verdaderos ladrones, las ilegalidades recaen sobre los insospechados. Ese ha sido el indeseado premio en este tiempo iluminado por la tristeza de una pantalla.

La esclavitud genera demonios,si no se sufre en carne propia, parece nada. El simulacro en que se había convertido mi vida me llevó a ser el epicentro de un lugar hosco y tergiversado. Desear  justicia desde el dolor, activó la extraña mecánica de la venganza. En este hospital de campaña soy un número en un dedo del pie. Dejo el mundo desarreglado por mis fobias. Nunca imaginé acabar rumbo a una fosa común, víctima de una peste provocada por mí.

Sabiéndome culpable ¡Me niego a pedir perdón!


Richard Villalon©®

 

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