“Me importa un comino la gobernabilidad de España”

«Sería un error creer que la izquierda independentista catalana actuará de forma desinteresada como escudera de la izquierda española»

«Participar en la gobernabilidad del Estado es algo que el independentismo catalán de izquierdas hará siempre y cuando le permita avanzar hacia su verdadero objetivo»

«¿Está la izquierda española dispuesta a batallar contra la derecha por una idea distinta de España?

El pasado 7 de enero Pedro Sánchez fue elegido de nuevo presidente del gobierno central por una mayoría simple muy ajustada de 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. Se trata, como ya han resaltado algunos medios, de la mayoría más exigua que jamás haya tenido un presidente desde la restauración de la democracia, lo que sin duda constituye un fiel reflejo de la tensión política que atraviesa al Estado español desde que estallaran a la vez la crisis económica y la crisis territorial alrededor del año 2010.

En una suerte de ironía del destino, han sido dos partidos de izquierdas, republicanos e independentistas (ERC y EH Bildu) los que han deshecho el empate entre los dos bloques en los que parece dividirse la sociedad española, aparentemente imperturbables a pesar del devenir de la historia. Alguien podría pensar que se trata de una reedición de aquel arbitraje que tiempo atrás ejercían el PNV y CiU, pero es algo muy distinto. Esperemos que el espejismo de la investidura no obnubile a una izquierda española que se dispone a formar gobierno.

Por si no fuera suficientemente evidente, y a riesgo de decir lo que es obvio, el Estado español está muy lejos de alcanzar una nueva situación de equilibrio político. Una de las frases pronunciadas por Montse Bassa, diputada de ERC, durante la segunda parte del debate de investidura resume a la perfección este hecho: «me importa un comino la gobernabilidad española».

Algunos se llevaron las manos a la cabeza al oír esas palabras, mientras en la bancada de las derechas sus señorías se regodeaban al ver cómo el PSOE tenía que aguantar semejante chaparrón; sin duda se frotaban las manos ante el inicio de una legislatura con la que esperan hundir a la izquierda. Al fin y al cabo, un grupo de usurpadores de tres al cuarto se han atrevido a desalojarlos del poder mediante un aquelarre de rojos y separatistas (entiéndase la ironía). Nada mejor que dejar un campo yermo detrás de sí antes de obtener el tan ansiado regreso triunfal a la Moncloa. Y ya sabemos que de campos yermos la derecha española sabe un poco (o bastante).

Las palabras de Bassa aquel día, y las de Gabriel Rufián cuarenta ocho horas antes, cuando indicaba que «sin mesa no hay legislatura», son sin duda un aviso a navegantes para el nuevo gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos.

Pero ¿realmente a la izquierda independentista catalana le importa un comino la gobernabilidad de España? Hay que tomar las palabras de Bassa en su justa medida. De hecho, el historial de ERC en cuanto a votaciones en el Congreso de los Diputados se refiere certifica que se puede contar con ella cuando de lo que se trata es de mejorar la vida de la gente sencilla (recientemente, aumento del salario mínimo, mejora y equiparación de los permisos de paternidad y maternidad, recuperación del subsidio a parados mayores de 52 años, etc.). No en balde, a la espera de alcanzar la independencia hay que gestionar el mientras tanto, y como partido de izquierdas es solidario para con las luchas que en cualquier lugar se desarrollen para conseguir que unos pocos no tengan tanto, y unos muchos tengan algo más.

Sin embargo, sería un error creer que la izquierda independentista catalana actuará de forma desinteresada como escudera de la izquierda española frente a una derecha radicalizada que, sin duda, planteará esta legislatura como una guerra política sin cuartel contra “la otra España”. La tarea que los votantes han encomendado a ERC no es la de salvar a España de sus demonios, ni la de restaurar el equilibrio político perdido, sino que es la de trabajar, siempre desde el pacifismo, la democracia y el diálogo, por el derecho a la autodeterminación y la independencia de Catalunya y del resto de territorios con los que esta nación comparte vínculos económicos, lingüísticos y culturales (aunque en estos casos más tarde, por razones sociopolíticas obvias).

El mensaje, por lo tanto, es el que es: participar en la gobernabilidad del Estado es algo que el independentismo catalán de izquierdas hará siempre y cuando le permita avanzar hacia su verdadero objetivo, la independencia. Dicho de otro modo, tener un papel en la gobernabilidad no es un fin en sí mismo, solamente un medio para lograr otro fin mayor. No es personal, son negocios.

Así pues, la tarea que las fuerzas progresistas tienen por delante para asegurar el futuro de su proyecto a corto, medio y largo plazo es titánica, ya que su gobierno estará amenazado desde múltiples frentes. No sólo por una derecha envalentonada que, como ya viene siendo tradición, sigue pensando que tiene el designio divino de regir el destino de los españoles, sino también por aquellos que desde el independentismo catalán apuestan por una estrategia de confrontación política abierta con el Estado.

¿Está dispuesta la izquierda española a abordar una reforma integral del Estado español? ¿Está esa izquierda dispuesta a batallar contra la derecha por una idea distinta de España? Porque junto con las reformas sociales que deben ser abordadas de forma urgente ante la desaceleración económica que parece acercarse y que amenaza a los de siempre (los de abajo), el Estado español debe afrontar una catarsis territorial colectiva que ponga fin a esa idea tan fascista de la “unidad de destino en lo universal”, puesta al día en lo inevitable con la sentencia constitucional sobre la “indisoluble unidad de la Nación española”. Porque de eso va a ir esta legislatura, si tiene algún atisbo de durar más de un año.

Ha llegado la hora de que el Estado español se reinvente bajo la premisa de que su unidad no es algo divino fuera del alcance de los mortales, ni algo que se imponga por la fuerza (ni de las armas, ni tampoco de la ley), sino que debe ser el resultado de una libre elección democrática de sus pueblos, de sus gentes. Eso es lo que, sin demasiadas esperanzas, esperan del nuevo gobierno progresista las dos fuerzas (ERC y EH Bildu) que han asumido contradicciones para darle paso, pero ni por asomo van a esperar para siempre. El margen del que van a disponer el PSOE y Unidas Podemos es escaso, y el reloj ha empezado a correr.


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