‘Ninguna “cultura” prevalece sobre los derechos humanos’, por Rafael Simancas

Adela Cortina Orts (Valencia, 1947) es una filósofa española, ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, catedrática de Ética de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación Étnor, Ética de los Negocios y las Organizaciones
por Rafael Simancas

Lunes, 20 de septiembre de 2021. Nada hay tan antiguo en la filosofía moral como la dialéctica entre universalistas y relativistas. Siempre ha habido defensores de una moralidad objetivable, universal y de legítima imposición. Y siempre se ha escuchado a quienes esgrimen que, en realidad, cada valor moral resulta válido para un lugar y una circunstancia concreta, pudiendo ser diferente e igualmente legítimo para otro sitio y otro tiempo.

Esta controversia ha reverdecido con ocasión de la victoria de los talibanes en la guerra de Afganistán y la consecuente imposición de sus normas y reglas de convivencia, inspiradas, según ellos mismos, en una interpretación rigurosa del Corán. Los universalistas han denunciado, por ejemplo, el maltrato y discriminación de la mujer y de los homosexuales allí. Los relativistas reclaman respeto por la “cultura autóctona” y rechazan la importación obligatoria de la “cultura occidental”.

Es evidente que no se pueden imponer creencias, convicciones, experiencias, costumbres o formas de vida con carácter general a cualquier sociedad, por interesantes y válidas que resulten a sus creyentes y practicantes. No se debe siquiera demandar que cualquier nación o “cultura” renuncie, sin más, a su identidad y asuma identidades ajenas.

Es censurable, incluso, el discurso de quienes, como hizo recientemente el expresidente Aznar, reclaman “claridad moral a Occidente”, interpretando como tal la implantación universal de los valores religiosos del cristianismo e, incluso, de la ideología neoliberal que sacraliza el mercado y su famosa “mano invisible” en la organización del espacio público.

Ahora bien, existen unos principios morales indeclinablemente vinculados a la integridad y la dignidad del ser humano. Estos principios morales objetivos sí merecen el carácter de universales y sí pueden y deben ser de cumplimiento obligado y exigible en cualquier lugar y circunstancia, sin relativismo alguno. Son los principios expresados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Se trata del derecho a la vida, a la libertad, al trato igualitario, a la no discriminación por razón de sexo, raza, orientación sexual, ideología o religión. No hay “cultura”, tradición, costumbre o carácter nacional que legitime o justifique la vulneración de los derechos humanos.

Adela Cortina plantea a este respecto una distinción entre la ética de mínimos y la ética de máximos. La primera asegura una sociedad justa. La segunda busca la felicidad de sus practicantes. La ética de mínimos es de obligado cumplimiento, porque afecta a los derechos propios y ajenos. La ética de máximos es relativa, por cuanto somos diversos en nuestro concepto y nuestro camino hacia el mayor bienestar personal.

Por tanto, no se puede discriminar a la mujer o perseguir al homosexual al amparo de “nuestra cultura”, “nuestra religión” o “nuestra nacionalidad”. Es moralmente ilegítimo y censurable discriminar a las mujeres, aquí y en Afganistán, por igual. Es éticamente ilegítimo y condenable discriminar a los homosexuales, aquí y en Rusia, por igual.

De hecho, la garantía de los derechos humanos en todo el mundo, en cada país, bajo cada religión o ideología, debiera constituir una de las batallas más relevantes y prioritarias para cualquier activista en defensa del progreso político, social y cívico.

La prevalencia de los derechos humanos ha de defenderse allende nuestras fronteras y también en el ámbito doméstico. Porque negar la violencia de género, cuando cada pocos días se mata a una mujer por ser mujer, es una vulneración de los principios éticos más elementales. Como lo es también la mercantilización del cuerpo de las mujeres que llamamos prostitución, al menos a juicio de quien esto escribe.

También se vulneran los derechos humanos cuando se niegan los delitos de odio hacia los homosexuales, o cuando se promueve la censura parental en los colegios a la hora de educar en valores de respeto a la diversidad.  O cuando se señala a los menores inmigrantes como presuntos criminales por razón de su raza o procedencia…

La diversidad de opiniones enriquece el debate social y favorece la convivencia democrática. El relativismo moral absoluto, no. Hay principios morales universales, más allá de cualquier diversidad política, ideológica y cultural. Se llaman derechos humanos, y hay que defenderlos en todo lugar, en todo tiempo y a toda costa.


Rafael Simancas es Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes y Asuntos Constitucionales.

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