No pienses tanto: why so serious?

Eduardo Flores

No pienses tanto. Es algo que me dicen mucho. Y es algo, también, que solemos repartirnos unos a otros continuamente. Quitar hierro a la cuestión. No es mal consejo, ahora que lo repienso, una vez más.

Hoy ha sido un día trágico. Quiso la naturaleza ponerme en un brete. Cuando se es demasiado permeable a las circunstancias ocurren estas cosas. Como ya conocerá el improbable -o no, y de ser así: noticia-, me apasionan los gorriones, por diversos motivos. De igual modo me ocurre con los gatos, esa reflexión hecha carne y pelo del hedonismo: la gran mayoría de patricios romanos transmigraron sus almas en estos animalitos. También llegué a soltar en su día alguna que otra parrafada por aquí sobre cierto gato negro.

Así pues, la naturaleza, que es tan sabia como cabrona, me ha puesto gato negro y gorrión en un mismo episodio marcado por la tragedia. A poco que uno lo piense, la naturaleza es así la mayor parte del tiempo. De ahí cuanto nos aporta como bichos mismos que somos de ella.

Me vino mi gato negro a bufarme su reclamación del rancho donde frecuentemente gestionamos nuestros asuntos. Vaya el improbable a saber por qué, en esta ocasión, el animalito de marras tuvo a bien traerme un presente desde aquel mundo suyo que es tan desconocido para mí: un gorrión cazado, remuerto y hecho una pena de gorrión. Como comprenderán el conflicto estaba servido. Y la más que probable gravedad de mi gesto, comparado con la ininteligible expresión bigotuna de mi gato negro, bien hubiera dado para un fresco posmoderno del mismísimo Goya.

(Aquí una cuñita que me agradecerán si procede: Goya. A la sombra de las luces. Tzvetan Todorov. Galaxia Gutengberg, 2017.)

Me dije que no debía pensarlo tanto. La naturaleza es así. Y yo ya creía más que firmado el pacto con ella. Tomé a la víctima y la llevé hasta una sepultura que consideré apropiada mientras el otro se relamía, negro él en el pelaje como el corazón de Donald Trump.

No pienses tanto es el mantra. Y claro, cómo no pensar pues en esta izquierda de las Españas, que tanto lo piensa todo, hasta los extremos más perniciosos a los que puede conducir el hecho de pensar demasiado. Véase el estropicio de elecciones municipales madrileñas: gracias Pablo, gracias Iñigo, os merecéis un Almeida en todos los vermú domingueros de vuestra vida (guiño guiño).

Sí, yo me ando como mis gorriones y mis gatos y paseo la ciudad que me acoge y trabajo y hasta soy sindicalista por convicción (tal como satanista Santiago Segura en El día de la bestia); las lecturas me acomodan en un plano de la existencia marginal y plácido, la vida es bella y eterna mientras dura; la fresca brisa que sopla atlántica me estropea lo justo las terrazas de mis cafés, donde doy rienda suelta a mis numerosas investigaciones, ya saben. Pero -y qué recurrente locución, tanto como puñetera- luego está el mundo y lo personal, que siempre es político, y desde la política, el daño que nos están haciendo a los que hacemos mundo. ¿No resulta al caso cierta lectura poética del fenómeno #Chernobyl parejo a la iniciativa contra #MadridCentral? Y de ahí pal norte. Esto es, no nos sabemos en el miedo, como debió de ocurrirle al pobre gorrión del cuento. Ni cuando lo sentimos ni cuando lo olvidamos, cosas de pobre (cosas de la izquierda que acude a las urnas).

Como la derecha apenas me merece consideración, por agrupar un ancho espectro de hijos de puta sin alma, me queda la izquierda, que con alma -ideológica al menos, una presuposición-, es tan estúpida como un gorrión que se deja atrapar por un gato negro en lo más llano. Y sí, no pienses tanto, podría entonar a coro el improbable -ofendido incluso, en caso de escorar al rojerío-, a estas alturas del partido.

¿Pero qué es esta absurdez escollera de debatir entre colectivos desfavorecidos para llevarse un tigre al agua que es el faisán que se zampan los de siempre? ¿De verdad es incompatible la teoría de la diversidad (no se pierdan, porque no se pierde nada, La Trampa de la diversidad de Daniel Bernabé, Ediciones Akal, 2018) con la realidad de cada colectivo pisoteado?

Acostumbro a decir -cuando me atrevo, pocas veces- que pobres somos todos aquellos que necesitamos dinero para salir a la calle, aquellos cuyas expectativas de ahorro -en el mejor de los casos- no darían para el retiro al que no se entregan los que podrían porque siempre se puede amasar más miseria moral; pobres, tú y yo, cuyo capital (jeje, disculpen) no hace, ni lo haría en la más remota de las oportunidades que no contemplen Pasapalabra o Euromillón, más capital. Pobres todos, sip, sorry so much, si al caso, mi estimado improbable, creía otra cosa.

Pobres todos, sí, y peor si eres pobre negro, peor si eres pobre homosexual, peor… y, ojocuidao, sorpresa, también peor si pobre y mujer. Manda cojones.

Que la clave esté en la pobreza no anula la discriminación por cuestiones no económicas. Al contrario: subraya con tinta roja sangre la conciencia de clase en sus más diversos aspectos.

Ser pobre (clase trabajadora, sí) es igual a ser feo (entiéndase, plis) para los que no son pobres. Y en esa fealdad, tanto lo LGTBI como el color de la piel, así como el habla y un largo etc. del que todavía no escapa, insisto, ser mujer, son agravantes de fealdad: ‘no son de los nuestros’. Dicen miserables.

A la izquierda de las Españas, no pienses tanto: te puedes convertir en víctima gorrión, y tu victimario, lejos de ser un inocente e instintivo gato negro, es un único dragón de múltiples cabezas: teme al ¡drakarys!

A la izquierda de las Españas pues, no pienses tanto. El desgaste intelectual perjudica al pobre. Por otro lado, todo activismo, cualquiera que sea en justicia, enriquece, planta verdadera batalla a quienes nos subyugan con falsas ideologías y un supremacismo cabrón que no hace sino camuflar el sentido de la corriente por el que corre la monea. Seamos pues, cada cual a su manera, todos, igual de feos: guapos entonces.

Cuando se es guapo guapo de verdad, se le quitan a uno las ganas de pensar.

Será por eso que Pedro Sánchez ya no lo es tanto.

Será por todo esto que en cuanto a gorriones y gatos, entre los Pedros y los Pablos, la izquierda se lo está pensando demasiado. Muy por encima de sus posibilidades.

Albert, why so serious?

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