El temporal arrasó con las banderas

por Javier Polo
por Javier Polo Brazo.

La sucesión de temporales ha hecho desaparecer la mayoría de las banderas que ondeaban en los balcones de nuestras ciudades, permaneciendo solo algunas que milagrosamente resistieron los envites y aquellas otras que se encontraban más a cubierto. En algún momento el tiempo –el meteorológico- recuperará su cordura y, con suerte, lo hará en unas fechas en que la ausencia de banderas la suplan los tonos de la Marcha Real en las salidas procesionales de la inminente Semana Santa.

La sucesión de vendavales se me antoja como metáfora de lo que ocurre en nuestro país. Primero fue Emma, luego Félix, ahora Gisele; pero antes de todas esta vino el temporal de Cataluña –el que hizo ondear banderas por toda la geografía- también con sus nombres: Puigdemont, Junqueras, 155, Jordi Sánchez… sucesión que sigue y sigue… Pero antes de esta serie de fenómenos adversos tuvimos otra serie más alargada en el calendario y con una lista de nombres tendentes al infinito Gürtel, Bárcenas, Arena, Liceo, Urdangarin…

Es cierto que los fenómenos meteorológicos son imprevisibles, ocurren cuando menos se espera y pueden llegar a ser muy devastadores, pero no es menos cierto que si nos hubiésemos tomado en serio las alertas de los científicos sobre el cambio climático podríamos haber evitado alguno de ellos y mitigar los efectos de otros.

Del mismo modo ocurre con los otros “fenómenos”; quien es independentista lo es y no va a cejar en su empeño de construir su propio estado por mucho que se lo impidan; pero si se hubiese atendido a las señales cuando estas empezaron a mostrarse y desde las instituciones se hubiesen explorado todas las opciones se podría haber evitado el choque de trenes o, al menos, la historia se hubiese escrito de otra manera.

Que la corrupción está unida al ser humano desde que el mundo es mundo no es necesario explicarlo. Que la implementación de procesos eficaces, de controles, de vigilancia activa y de sanciones efectivas dificultarían estas prácticas y mitigaría sus perversos efectos tampoco creo que merezca discusión.

Pues nada, que continuando con las metáforas, añoro ese magnífico y nunca bien valorado anticiclón de las Azores. Ese que nos ha mantenido largos periodos de buen tiempo y que de tarde en tarde dejaba pasar alguna borrasca, porque todo es necesario en la vida incluyendo las lluvias purificadoras, que son la fuente de la vida, o los vendavales que reordenan líneas de costas degradadas.

No creo que debamos temerle a los fenómenos adversos, no dejan de ser reajustes de la naturaleza. Sí debemos temer, y mucho, a su persistencia y sobre todo si la causa de esta no es natural sino provocada.

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