Quo vadis, Europa?

por Luz Modroño

Miércoles, 10 de marzo de 2024. ¿Qué esconde la Unión Europea tras el nuevo Pacto de Migración y Asilo?

El derecho a migrar y pedir amparo en cualquier situación que ponga en peligro la vida humana es un derecho fundamental y una condición imprescindible para la supervivencia.

En estos días se firmará en Bruselas un nuevo acuerdo (Pacto Europeo de Migración y Asilo, en adelante PEMA) que supone la culminación de un proceso iniciado en el año 2016 con la mal llamada “crisis de los refugiados”. En aquellos años, Grecia y Turquía recibieron una ingente cantidad de dinero para habilitar campos de refugiados y evitar que los miles de personas que huían del hambre, la persecución o las guerras provocadas en Siria, Afganistán, Palestina… cruzaran las fronteras europeas. Desde entonces se fueron poniendo en prácticas medidas antihumanas que hoy están a punto de materializarse legalmente. De la acogida a las personas demandantes de auxilio y protección se pasó al bloqueo de las fronteras de los países europeos para o bien cerrar sus puertas, impidiendo la entrada, o bien expulsarlas si conseguían llegar a franquearlas. Sobre esos dos objetivos pivotan las leyes que, presumiblemente, la UE, ajena definitivamente al respeto a sus propios tratados sobre Derechos Humanos, está a punto de firmar con el Pacto de Migración y Asilo. Fraternidad de los países de la Unión para consigo mismos, no para con quien llama a sus puertas si lo que pide es protección y solidaridad.

En la última década del siglo pasado se creaba el espacio Schengen como un gran espacio abierto a la libre circulación para todas aquellas personas que estuvieran dentro del mismo. Con el PEMA, este espacio se bloquea, creándose nuevas fronteras exteriores que servirán para impedir la entrada de refugiados.

Se crea un sistema de información (SIS) que almacenará datos biométricos sobre cualquier persona desde los seis años de edad -con lo que saltan hechos añicos los derechos de la infancia recogidos en la Declaración Universal de los Derechos del Niño- y que serán compartidos policial, judicial y migratoriamente. Por otro lado, la policía de cualquier país del espacio Schengen y suscriptor del Pacto podrá perseguir a cualquier persona en territorios fuera del propio ejerciendo controles transfronterizos. El SIS refuerza y asegura policial y judicialmente las fronteras europeas. El registro de datos que podrá hacerse desde los seis años de edad supondrá un exhaustivo control de la personas en cualquier lugar donde estas se hallen, pues serán datos compartidos por todos los países firmantes del Pacto. Para blindar las fronteras europeas Interiores se crean nuevas fronteras exteriores, dotándolas de presupuestos que garanticen su colaboración. Si estos terceros países colaboradores son o no respetuosos con los DDHH, si son dictaduras o no, es algo que carece de importancia.

Como ejemplo, los recientes viajes realizados por el actual presidente del gobierno español a Mauritania y Marruecos pueden no estar muy lejos de estos acuerdos, o la concesión de ayuda a Egipto a fin de que se convierta en una frontera exterior para los refugiados palestinos.

Recordemos que la población Palestina tiene estatuto de refugiado, por lo que hay que evitar que entren impidiendo que salgan. El destino que puedan correr – más del 50% menores de edad- tampoco tiene mayor importancia para una Europa blindada que ha renunciado a ser solidaria fuera de si misma. Porque no se establecen mecanismos de control o inspección del destino del dinero concedido. En julio, la Comisión Europea firmó un tratado semejante con Túnez, que en septiembre impedía la entrada de inspectores o eurodiputados.

Antaño, esos presupuestos otorgados hoy a terceros países con el único objetivo de ser barreras separadoras entre los países ricos europeos y los pobres eran destinados a la cooperación del desarrollo ¿Qué ha ocurrido en esta travesía para que hoy sobre el tablero se contemple el triunfo de las tesis y modos de hacer de la Europa más reaccionaria? ¿Cómo es posible que, caminando hacia la segunda mitad del siglo XXI, los valores que en su día movieron corazones, ideales y solidaridad hayan sido sustituidos de manera tan vergonzosa y desleal hacia la humanidad? Para mayor vergüenza y cinismo, las negociaciones no llegan al Parlamento ni son sometidas a firma oficial alguna. Todo se hace entre bambalinas, sin tratado alguno que respalde jurídicamente el acuerdo, sin control de ningún tipo, sin conocimiento público alguno sobre su alcance, objetivos o costes. Basta con la firma por ambas partes. Como moderno Pilatos, la UE se lava las manos delegando en la Comisión Europea todos estos mecanismos.

Mecanismos que provocarán aún más dolor y muerte y vestirán a Europa de infamia y deshonor, dejando claro que la Europa que presumía de ser paladín de la defensa de la universalidad de los DDHH es hoy una Europa mercantilizada, con ojos solo para su propio desarrollo y riqueza, que ha olvidado los principios de justicia, solidaridad, fraternidad, igualdad y libertad. Una Europa que convierte a los seres humanos nacidos fuera de sus fronteras en mercancías, mano de obra barata, útil solo cuando puede ser necesaria, explotada y expulsada cuando deja de serlo. Que seleccionará a quienes pueden entrar y quienes no en función de sus únicos y espurios intereses, que cerrará la puertas a quienes no entren en el catálogo de ‘necesarios’ o expulsará a aquellos que dejen de serlo.

¿Quo vadis, Europa? ¿Dónde vas, dónde quieres llegar?

Luz Modroño, colaboradora de La Mar de Onuba, es doctora en Psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid, y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace), se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.

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