‘Presunsión de inocencia’, por Eduardo Flores

por Eduardo Flores

Jueves, 4 de abril de 2024. A veces se hace difícil entender cómo el bicho humano se sostiene sobre el planeta danzando al filo de la paradoja que resulta de encontrar sus mayores defectos en las que deberían ser las mayores virtudes.

También a mí se me hizo raro hace cosa de un mes que Jorge, uno de los camareros del bar de debajo de casa ni siquiera me mirase a la cara cuando vino a atenderme a mi mesa. Un mal día lo tiene cualquiera, me dije. Al cabo volvió de mala gana y con una cerveza con más de cinco dedos de espuma. Me dio por pensar que algo olía a podrido en Dinamarca.

Cuando en tono de broma hablé a Jorge sobre lo excesivo de aquello respondió con educación, sí, pero también con una mirada algo altanera de ojos color reproche que me desconcertaron aún más. Un mal día lo tiene cualquiera y para Jorge cualquiera debía ser yo, pensé.

Eso fue un jueves. El sábado siguiente bajé de casa hacia el mediodía para tomarme una cerveza bajo el sol de una primavera en estreno. Al pasar por delante del bar Jorge parecía esperar en la puerta con los brazos cruzados. Pasé de largo. Los gorriones saltaban felices en lo ancho de la acera y yo sentía los ojos del camarero clavados en la nuca, siguiendo vigilante mis pasos. Decidí tomarme la cerveza en la hamburguesería que se encuentra algo más arriba de mi calle, también apeadero de confianza. Pedí risueño mi dosis, pero allí también Luisa, una de las dueñas, me atendió distante, sin mirarme a la cara y sin voz para responder a un buenos días bienintencionado.

Me senté en la terraza con mi tercio sudoroso. Algo pasaba en mi calle y a sus camareros.

Pepe, un vecino que suele venirse a la charla si me encuentra sentado en alguno de los habituales, al verme allí giró la cabeza para evitar cruzar su mirada con la mía y se sentó en otra mesa sin abrir el pico. Me eché al pecho un trago bien largo. Empezaba a creer en aquello de las psico esferas. La cerveza se me hizo lo suficientemente amarga como para no querer tomar otra.

Me fui al badulaque a comprar el pan. Que es lo mejor que se puede hacer cuando hace sol y la cerveza está demasiado amarga. O no, pero entendía que podía ser una alternativa. Así que entré en el veinticuatro horas y pedí una oferta de andaluzas. La chica tras el mostrador, con la que nunca he intercambiado más de dos palabras, levantó la cabeza de sus quehaceres, me miró un segundo con un claro gesto de aversión o asco o las dos cosas a la vez y decidió no atenderme. Han leído bien. Esperé un tiempo prudencial para insistir en mi demanda y volví a no tener respuesta. En mi mundo no se discute con alguien que trabaja al otro lado del mostrador de un veinticuatro horas. Así que me fui y, al salir por la puerta, juré haber escuchado, como en eco, un “fuera de aquí, tío guarro”. Que quise entender que no podía referirse a mí, pero claro, entre que cualquiera puede tener un mal día y que la psico esfera parecía estar nada más que regular, pues como que no terminaba de fiarme.

Ya en la calle sonó el teléfono y era mi hijo mayor. Que si me había pasado algo con la vecina de abajo. ¿A mí? ¡Nada! ¿Por qué? La vecina de abajo es viuda, ya mayor, pero no tanto como para llevar estropeada la brújula. Según le dijo a mi hijo yo no podía hacer “ese tipo de cosas, que estaba muy feo”. Era tal el asombro que de haber llevado una bolsa de pan se me habría caído al suelo, parado como me encontraba en la calle, el teléfono apretado contra una oreja húmeda de sudor.

Ha pasado un mes y todo ha empeorado más si cabe: que si me he acostado con la esposa del vecino del tercero, que pateé al perro de no sé quién, que debo dinero en el estanco. Son cosas que se dicen. Y ahora me veo bicheando en Idealista, juzgado por lo que sea y condenado a cambiarme de barrio.

Eduardo Flores, colaborador habitual de La Mar de Onuba, nació en la batalla de Troya. Es sindicalista y escritor. En su haber cuentan los títulos Una ciudad en la que nunca llueve (Ediciones Mayi, 2013), Villa en Fort-Liberté (Editorial DALYA, 2017) y Lejos y nunca (Editorial DALYA, 2018).

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