Éric Zemmour: las ideas de este polemista francés de extrema derecha no son nuevas

por Alain Policar

 

Martes, 19 de octubre de 2021. Éric Zemmour se ha convertido en un nombre conocido en Francia. Gracias a sus repetidas apariciones en los informativos de la televisión francesa, incluido el canal conservador CNews (al que a menudo se hace referencia como la versión francesa de Fox News), se da por sentado que Zemmour está considerando la posibilidad de presentarse a las elecciones presidenciales de 2022.

En una encuesta reciente se pronosticaba que llegaría a la segunda vuelta de las elecciones junto al actual presidente, Emmanuel Macron, superando a la posible rival de Zemmour en la extrema derecha, Marine Le Pen.

Zemmour ha sido condenado en dos ocasiones por los tribunales franceses por incitación al odio racial. Promueve abiertamente la teoría del “gran reemplazo”, una creencia racista, popular en la extrema derecha de Europa, Estados Unidos y el Reino Unido, según la cual los blancos serán pronto “reemplazados” por inmigrantes no blancos y no europeos.

Quiere hacernos creer que la grandeza de Francia se basa en su misión civilizadora de educar a razas inferiores mediante su colonización. Esta posición hace oídos sordos a los horrores del racismo colonial, considerándolos un precio necesario para ofrecer a los nativos su ilustración moral.

Asimilación y separatismo

Para Zemmour, la vida y los valores franceses están amenazados por el islam. En sus numerosas apariciones en televisión y en sus libros, sostiene que Francia está contaminada por lo que él llama “separatismo”.

“Separatismo” es un término muy usado en Francia. En su día se utilizó para describir las luchas anticoloniales, en particular las de Argelia, ha sido la acusación habitual lanzada contra el pueblo judío desde la Antigüedad y constituye la base de gran parte del antisemitismo moderno. Pero también es parte de la política del actual Gobierno erradicar el “separatismo” mediante una nueva ley que promueve el “respeto a los principios de la República”.

Zemmour es también un ardiente partidario de la asimilación de los inmigrantes en Francia. Su apoyo a la asimilación no debería sorprender, sobre todo si recordamos que esta palabra se utilizó en su día para justificar la política basada en la raza evidente en los privilegios de los que gozaban los colonos franceses, que los convertían en una cuasiaristocracia, una raza aparte.

De hecho, el historiador estadounidense Tyler Stovall observó que los colonos eran más proclives a llamarse “blancos” o “europeos” que franceses. Escribe:

“Fue en las colonias donde la comprensión de la idea nacional francesa se confundió por primera vez con la idea racial de la blancura”.

Sin embargo, defender el asimilacionismo en opinión de Zemmour implicaría también la no asimilación de ciertos grupos. Por ejemplo, argumenta regularmente que el islam no es compatible con la República, lo contrario de la política asimilacionista.

Esta idea también está enraizada: hay que recordar que para obtener la ciudadanía francesa en 1958, las mujeres musulmanas argelinas debían quitarse el pañuelo. ¿Qué mejor manera de ilustrar que había que dejar de ser una mujer musulmana para convertirse en una francesa?

Falso universalismo

Las declaraciones de Zemmour pueden ser incendiarias, pero a través de ellas podemos ver que la vieja idea de una nación francesa definida en términos raciales ha tenido una influencia duradera en el debate contemporáneo.

Una de esas ideas es la del “universalismo”, que sostiene que la característica nacional de ser francés sustituye a cualquier otra identidad que pueda tener el individuo. Pero si se pide a los inmigrantes que se acojan a las tradiciones francesas basándose en la suposición de que dichas tradiciones son intrínsecamente universales, el universalismo no se convierte en una forma de humanismo que abraza la diversidad, sino en un símbolo nacionalista.

Así es como Achille Mbembe describió el concepto en un artículo de 2005:

“Tras haber defendido durante mucho tiempo el ‘modelo republicano’ como el vehículo perfecto para la inclusión y la emergencia de la individualidad, hemos acabado por convertir la República en una institución imaginaria, y hemos subestimado su capacidad original de brutalidad, discriminación y exclusión”.

Un juicio duro, quizás, pero la historia de Francia (mucho antes de la instauración de la República) atestigua esta dimensión racializada. Cuando se utiliza la identidad nacional como faro de la causa republicana, el universalismo se trastoca gravemente hasta el punto de perder toda sustancia.

Se podría incluso plantear la hipótesis de que detrás de este falso universalismo se esconde un odio a lo universal, ejemplificado en la famosa cita de Joseph de Maistre en sus Consideraciones sobre Francia (1796):

“A lo largo de mi vida he visto franceses, italianos, rusos, etc. Incluso sé, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa. Pero en cuanto al hombre, declaro que nunca me lo he encontrado”.

De la misma manera, Zemmour nos presenta un mundo fragmentado que ofende su propia obsesión por la pureza: su odio simultáneo a la mezcla y el miedo a la igualdad.

Hace tres años, un colega y yo escribimos un artículo sobre el lugar que ocupa Zemmour en la escena pública de Francia y sobre cómo deberíamos resistirnos a su relato empobrecido y en blanco y negro. A la luz de su reciente ascenso, debemos seguir haciéndolo. Puede que aún estemos a tiempo de cambiar las cosas.

Alain Policar, Chercheur associé en science politique (Cevipof), Sciences Po 

Este artículo fue publicado originalmente en francés

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