Monarcas y súbditos

La muerte de Isabel II ha desencadenado un cataclismo mediático acompañado de folklore, expectación, y polémica. Mucha polémica.

 

por Pedro Iniesta Ruiz

 

La muerte de Isabel II ha desencadenado un cataclismo mediático acompañado de folklore, expectación, y polémica. Mucha polémica.

En España, como en Reino Unido, se ha validado durante años el régimen monárquico por asimilación a la figura que lo representaba. ¿Recordamos cómo se declaraba la gente en nuestro país? Sí, «juancarlista».

Pero claro, cuando el modelo de Estado se reduce a una persona, la institución encarna lo que encarna su rey. En el caso de Juan Carlos corrupción, comisiones ilegales, pagos millonarios a sus amantes, cacerías de lujo mientras los españoles luchábamos por sobrevivir a la crisis, y toda una red de intereses bastardos que se han tapado durante años por el bien, nos dicen, de la institución.

Por su parte, los ingleses debaten ahora sobre si Carlos III debiera haber abdicado, como si la monarquía fuera un sujeto democrático o como si la opinión de la ciudadanía sirviese, en esto, para algo.

La gente se escandaliza del desprecio de Carlos III a sus subalternos, de sus excentricidades absurdas, como que le pongan dos pulgadas de pasta de dientes en el cepillo o que le planchen los cordones de los zapatos cada día. La gente se escandaliza de que este señor sea el niño mimado y privilegiado de un sistema confeccionado para la crianza de niños mimados y privilegiados.

Y este es el problema que hemos padecido en España, que pusimos a un señor inviolable a violar las leyes que no tenía que cumplir. Y lo hacía mientras manoseaba el prestigio de nuestra nación para sacar tajada, y para celebrar con sus amigotes de apellidos impronunciables las conquistas amorosas que hemos pagado entre todos.

Pero el problema no es Juan Carlos, que lleva siendo un viejo verde desde que era joven. Tampoco es Felipe, que parece una persona, contrariamente a su padre, honrada. El problema es haber construido la legitimidad constitucional de nuestro país en torno a una Institución respecto de la que los demás no ejercemos como ciudadanos sino como súbditos.

No podemos empeñar nuestro futuro a la eventual honradez de una familia que va heredando nuestra jefatura de estado desde que esta les volvió a caer en suerte de manos del general Franco. Y no niego aquí la legitimidad que luego le acordó nuestra democracia a la monarquía, pero sí niego el principio teórico que la sustenta.

Sé que muchos dirán que el debate no conviene, que no toca, y es que lleva sin tocar más de 40 años. Así que seguiremos un tiempo al albur de las polémicas. La próxima, el encuentro de Juan Carlos y Felipe en el funeral de la tía Lilibeth. Y mientras nos distraemos con las polémicas, este sistema hereditario, que tanto huele a cerrado, seguirá hundiendo sus raíces en el suelo que, muchas veces sin darnos cuenta, les abonamos nosotros mismos.

Así que, aunque no toque, y esta sea una voz solitaria en el desierto, quiero pedir a la gente de nuestro país que piense cuál es la democracia que queremos que hereden nuestras hijas e hijos; una en la que sean súbditos, o una en la que, hasta el chico o la chica de la familia más humilde, con esfuerzo, dedicación e inteligencia, pueda alcanzar, incluso, la jefatura del estado.

París, 14 de septiembre de 2022. 

Pedro Iniesta Ruiz, colaborador de La Mar de Onuba, es profesor de literatura en París y secretario general del PSOE en la capital francesa

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