Por-no hablarlo

Imagen: Pulgui Esmeralda
REPORTAJE GANADOR DEL I PREMIO DE PERIODISMO LUCÍA MARTÍNEZ ODRIOLOZA

La pornografía mainstream, que apuntala la masculinidad hegemónica, se ha convertido en el acceso más sencillo de la juventud al sexo ante la falta de educación sexual.

por Ana Mª Bosch Pla

 

Martes, 17 de octubre de 2023. Saber si serán capaces de cumplir con las expectativas, les dolerá o si conseguirán satisfacer a la otra persona son algunas de las dudas que tienen miles de jóvenes al enfrentarse a su primera relación sexual. María (nombre ficticio, al igual que el resto de los adolescentes citados) tiene 15 años y necesita acudir al porno para encontrar respuestas. No es la única.

María forma parte del 25,5 por ciento de personas que han accedido a la pornografía para aprender sobre sexo. Una realidad convertida en problemática porque el 36,8 por ciento de quienes lo consumen durante la adolescencia asegura no distinguir entre la ficción y sus propias experiencias sexuales, y el 17,1 por ciento no sabe responder. En adolescentes de género no binario es más evidente: se observa que es menos probable que la fábula audiovisual cumpla sus expectativas. “El contenido pornográfico está hecho para hombres cis heterosexuales por lo que otras identidades y orientaciones quedan fuera y no están representadas”, justifica Roberto Sanz, psicólogo de la fundación Sexpol, referente en sexología a escala nacional.

La curiosidad que gira en torno al sexo entre los ocho y 11 años o la excitación que provoca el porno gratuito, comercial y accesible, ya entrada la adolescencia, son algunos de los motivos que justifican el acceso según Teresa Rincón. Esta sexóloga y técnica de la asociación Dessex califica el porno convencional como “muy violento”. Para Rincón es importante no relacionar el sexo con violencia porque a pesar de que hay gente que prefiere prácticas más “bruscas”, “en ningún caso son violencia porque hay consentimiento”.

Los datos expuestos los ofrece el informe ‘(Des) información sexual: Pornografía y adolescencia’ editado en junio de 2020 por Save the children. Recoge, entre otras cosas, que tienen el primer contacto con el porno es a los 8 años, a pesar de que la media de consumo habitual está en los 12 años. Existe un factor diferenciador según el género: para los chicos, el primer acceso es intencionado ya que supone “un rito de iniciación a la madurez, al deseo sexual y a la socialización masculina”, y las chicas lo encuentran de manera accidental y están más expuestas a recibir el contenido por parte de desconocidos. Las personas no binarias, por su parte, hacen una búsqueda activa por la necesidad de encontrar información sobre sexualidad.

La clase de cuarto de la ESO de un centro educativo de la ciudad de València tiene un taller de educación sexual. Estudiantes de 16 años. Once y media de una mañana de abril. Risas nerviosas y bromas. Teresa Rincón es la encargada de impartir el taller de la fundación Dessex en el plan PIES (Programa de Intervención en Educación Sexual) de la Generalitat Valenciana. El taller comienza con una pregunta: qué es lo que les han enseñado. “Lo típico: charla de prevención para la contracción de ITS [infecciones de transmisión sexual] y embarazos, y poco más”, responde Manuel, uno de los alumnos que escucha atentamente en el aula.

“¿Qué es el sexo para vosotros?”, plantea Rincón al alumnado. Placer, orgasmo, penetración, o amor, son algunas de las contestaciones, pero la que hace saltar las alarmas es incomodidad. “Una cosa tiene que quedar clara: la incomodidad no debería formar parte de las relaciones eróticas, es muy importante que lo sepamos. Podemos estar incómodas en algún momento, pero entonces hay que parar. Decirlo y parar”, reacciona rápida Rincón.

En 2019 solo la principal plataforma online de contenido sexual recibió 42 billones de visitas en el mundo. 115 millones de visitas al día. Cada minuto se produjeron 80.032 visitas, 77.861 búsquedas y 219.985 vistas de vídeo desde diferentes puntos del mundo. Su accesibilidad provoca que sea inevitable el consumo de los contenidos sexuales que vende la industria pornográfica y condicione la actitud de las personas que todavía están desarrollando su sexualidad.

Para ejemplificar el impacto que tiene la industria pornográfica: la televisión tardó 22 años en vender 50 millones de aparatos televisivos, internet tardó siete años en conseguir esa cifra de usuarios, pero Pornhub tardó tan solo siete días. No existe ningún producto audiovisual que se pueda comparar con la capacidad de visitas que tiene el porno. “El porno se usa como un momento de libertad, de no productividad, de evasión de las obligaciones diarias, acompañado de placer, y, por tanto, un refuerzo psicológico y químico muy potente”, describe Roberto Sanz. “Es un recurso de ocio”, añade.

El psicólogo señala que es preocupante que consuman este contenido las personas más jóvenes porque todavía no se han desarrollado madurativamente y afianzan “prejuicios y estereotipos pocos saludables”, así como un fallido intento de separación entre la sexualidad y la afectividad, e “incluso problemas con los modelos eróticos al haber sido expuestos únicamente a físicos muy concretos que cumplen con los estándares de belleza”. Para las personas expertas consultadas es alarmante que el 62,5 por ciento de los y las adolescentes de entre 13 y 17 años han consumido porno alguna vez en su vida. “Son personas que no pueden discernir la diferencia entre ficción y realidad, y encima no hay un respaldo de sus familias, ni de sus amigos ni de sus experiencias propias”, manifiesta Paula Valiente, antropóloga del equipo de Deslenguando y divulgadora en redes sociales de dicho equipo.

Para Lluís Ballester, doctor en Sociología y uno de los mayores expertos en la relación entre jóvenes y pornografía, que la industria pornográfica, a la que califica de “especialmente tóxica”, sea la que responde a dicha curiosidad de la juventud por la actividad sexual es el gran problema porque no existen límites.

Ni a lo que produce, ni a lo que se distribuye, ni a lo que se consume. “Todos estamos de acuerdo en que un chaval de 14 años no puede pagar una entrada de cine para ver porno porque es ilegal”. “Tampoco los padres pueden ver porno con sus hijos porque se considera un delito de desprotección, pero si está viéndolo en la habitación de al lado sí que es posible”, explica. El sociólogo señala que el 15,5 por ciento de las personas encuestadas en su estudio ‘Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales’ , realizado junto con Carmen Orte, reconocen no haber recibido nunca educación sexoafectiva, y tan solo un 21,9 por ciento afirma haberla tenido.

El porno se ha convertido, por tanto, de manera indiscutible en una escuela que normaliza y naturaliza cuerpos, prácticas, relaciones, y estereotipos que crean una visión completamente deformada. Una suposición que se ve avalada por los datos: el 30 por ciento de los y las adolescentes lo utiliza como única fuente de información, tal y como indica Save the children.

El alumnado de 4.º de la ESO del aula valenciana ya han interiorizado algunos aspectos del porno. Que la mayoría de las mujeres se depilan es uno de ellos. Durante el juego Kahoot que ha propuesto la sexóloga Rincón para hacer en clase, la mayoría de chavales y chavalas han respondido que (casi) todas las mujeres se depilan. “Falso”, responde Rincón. “El 65 por ciento (más de la mitad) de las mujeres decide no depilarse”, añade.

¿Qué aprende la juventud del porno?

El esquematismo psicológico de los personajes de la ficción pornográfica simplifica “los procesos de seducción” y omite “toda la parte comunicativa, afectiva y emocional”, tal y como señala el informe de ‘Construcción del imaginario sexual en las personas jóvenes. La pornografía como escuela’, de María Rodríguez publicado en 2020. La antropóloga Paula Valiente considera que se debe a que la revolución sexual es “masculinizante”, se aplica el modelo de masculinidad hegemónica que, en cualquier ámbito, y más si cabe en las relaciones sexuales, invisibiliza toda esa parte emocional.

El porno mainstream apunta a la masculinidad hegemónica propia de la sociedad patriarcal y heterosexual que vivimos. Valiente lo ejemplifica: que los hombres continúan siendo los garantes del deseo de la otra persona; que las chicas entienden esa pasividad como parte de su personalidad; y, por último, que se asocia la idea de empoderamiento femenino o de aquellas personas a las que se le ha negado la exploración sexual a la que dicta la masculinidad. Valiente cree que la juventud tiende a comportarse como lo que ve en las pantallas porque si no nadie le va a tomar en serio.
En el porno hegemónico las mujeres deben complacer y satisfacer a sus compañeros, como sujetos pasivos. “Siempre hay dos roles: dominante y subordinado. La diferencia para identificarlo es que el deseo del dominante nunca se frustra y el del dominado nunca se expresa, y si no se expresa, no se realiza”, apunta Ballester. María Rodríguez suma en su informe que la excitación de las mujeres se representa dramatizada para aumentar el deseo de los espectadores, algo que no pasa con los hombres. Un estudio realizado por la Universidad de Central Lancashire, en Reino Unido muestra que el hoy “un 92 por ciento de las mujeres participantes gimen para fortalecer la autoestima de sus acompañantes y un 66 por ciento admiten usarlos [los gemidos] para agilizar el orgasmo y la eyaculación masculina”.

Otro de los aspectos que se muestra es la cultura de la violación y la violencia de diferentes formas, por ejemplo, en el lenguaje extremadamente machista con el que se refiere a las mujeres, a las que se presentan como “guarras”, o “zorras”, en la humillación de las mujeres como espectáculo (con los ‘bukakes’ por ejemplo); y en la invisibilización de cuestiones como la menstruación. Quizá es por esto por lo que el grado de satisfacción entre hombres y mujeres es diferente: los hombres consumidores de porno con frecuencia quedan satisfechos el 50,3 por ciento de las veces, mientras que las mujeres solo lo hacen el 20,5 por ciento, tal y como indica el informe de María Rodríguez.

Pornografía y diversidad

Para Paula Valiente la pornografía intenta mostrar diversidad como forma de conseguir mayor inclusividad, pero que enseña la diversidad de una única manera, fetichizada. “Todo lo que se ve en la sociedad que genera desigualdad se refleja en el porno. Siempre se muestra el blanco por encima del negro, la capacidad por encima de la discapacidad o lo cis por encima de lo trans”, añade la antropóloga. De este modo, se sostiene un sistema de colonialidad y opresión simbólica que perpetua las jerarquías sociales.

En cuanto a diversidad sexual se refiere también hay escasez en el porno mainstreamSe distorsiona la imagen de las lesbianas que aparecen como objeto de excitación de los hombres. Algo típico en la ficción es que las mujeres se centren más en mirar a la cámara que en las prácticas que realizan para interpelar al receptor, que se piensa que es un hombre heterosexual.

Valiente señala que se enseña una visión reduccionista de las mujeres trans, a pesar de ser una de las categorías más buscadas en internet, e insiste en que aparecen como “un cliché”. En el caso de los hombres trans los ejemplos son inexistentes, así como ocurre con las personas no binarias. Asimismo, son irrisorias las representaciones de personas con discapacidad o diversidad funcional y las pocas que lo hacen es de manera objetualizada y señalada como “una anormalidad”.

La pornografía hegemónica, según la sexóloga Rodríguez, perpetúa una visión de las relaciones sexuales “machista, profundamente etnocentrista, lesbófoba, homófoba, tránsfoba y capacitista”. La antropóloga Paula Valiente explica que el modelo de sociedad que tenemos no ayuda a mostrar un modelo de relaciones sexoafectivas más sano. “El porno es superaccesible y la sociedad está hipersexualizada, por lo que, si una persona no quiere mantener relaciones, más si pertenece a un colectivo oprimido (mujeres, trans, etc.), se le niega el derecho a no querer o a hacerlo de determinada manera”, defiende. A su vez, aclara que no todas las prácticas son machistas. Para ella, el problema está en que la única representación en la que se ejerza violencia sea siempre hacia las mismas personas, las mujeres, así como no se pregunte en la ficción del porno sobre lo que desea la otra persona o si está de acuerdo con determinadas prácticas.

Consentimiento

La idea de consentimiento en la ficción pornográfica es problemática. En múltiples ocasiones se extiende la creencia de que existe disponibilidad absoluta sobre los cuerpos de las mujeres y se elimina el proceso comunicativo que caracteriza todo encuentro sexual sano. En la ficción las relaciones se dan así: llega un repartido a dar un paquete, la mujer abre la puerta y en la siguiente escena comienzan a realizar alguna práctica sexual sin hablar. Además, erotiza relaciones entre profesores y alumnas, padres e hijas o trabajadores y empleadas en las que hay jerarquías de poder.

La sexóloga Rincón recuerda que la sexualidad es “todo un proceso cognitivo, social y biológico por el cual te creas como se sexuado” y que recoge “cuál es tu identidad de género, tu orientación sexual, cómo es tu cuerpo, cómo son tus fluidos, tus caracteres sexuales y tus relaciones eróticas”. Y para estas últimas hay tres pilares imprescindibles: el consentimiento, el placer y la protección. Esto es algo en lo que coinciden todas las expertas consultadas.

Lluís Ballester concluye que para mantener relaciones sexuales en condiciones de igualdad y libertad existen varios criterios que definen el consentimiento. El primero es el vínculo seguro. “Es necesario saber que no te van a hacer daño, que te van a respetar. Por eso hay una diferencia: una violación no es lo qué haces, sino como lo haces. En el momento en que tú violentas la voluntad de otra persona es una violación”. El segundo es el consenso de prácticas, acordar las experiencias sin condiciones que coarten tu libertad: “Si tú eres mi jefe y mi trabajo depende de ti tal vez mi decisión no es libre”.

Es revelador que ante la pregunta por las prácticas que han llevado a cabo imitando la pornografía, los chicos reconocen haberlo hecho de mutuo acuerdo con sus parejas un 24 por ciento más que ellas, según datos de María Rodríguez. A pesar de esto, un 12,2 por ciento de los chicos han mantenido relaciones sexuales sin haber consentimiento explícito frente al 6,3 por ciento de las chicas. El tercero criterio es el placer compartido. “Todo el mundo que entra en sexualidad tiene derecho a que se exprese y realice su placer”.

Para ellos y ellas, la alternativa para satisfacer su necesidad es acudir al porno que actúa como una fotografía de la sociedad. ¿Nos gusta la imagen que da? ¿Nos gusta el machismo, la violencia, la falta de cuidados, ejercer presión sobre la gente o que exista gente que cumple con cosas que no desea? La falta de educación sexual se erige como la problemática principal, donde la pedagogía puede jugar un papel fundamental, no para que algún experto entre a juzgar si el porno es bueno o malo, sino para otorgarles esa visión con la que sean capaces de discernir la realidad de la ficción. Cuando Teresa Rincón entra en clase lo primero que aclara es que le gustaría ofrecer unas gafas con las que ver lo que es el porno en realidad. Quizá la educación sexoafectiva son esas gafas sean que la sociedad requiere.

Ana María Bosch Pla es melómana, feminista, y (desde hace poco) periodista. Por ese orden. Muy curiosa por naturaleza, pero con el foco en lo social y lo cultural. Siempre de un lado para otro con un libro y una analógica.


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