Marino Ayerra: un cura navarro contra el franquismo

Tenía 85 años de edad Marino Ayerra cuando falleció, atropellado en 1988 en Buenos Aires por un miembro de las fuerzas armadas argentinas. El marido de su hija, en la nota epilogal que esta firma en la edición de este libro, piensa que se trató de un atropello intencionado. El responsable nunca pagó por ello. El fallecido no había tenido muy buenas relaciones con la milicia desde que se ordenó sacerdote, poco antes del estallido de la Guerra de España.

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  • No me avergoncé del Evangelio, por Marino Ayerra
  • Editorial Txalaparta, 2019, 476 páginas
El 17 de julio de 1936, Marino Ayerra Redín llegaba a Altsasu, villa con “merecida fama de republicanismo de izquierda en el fondo monárquico y derechista que domina toda Navarra”, para hacerse cargo de la parroquia. Tan solo un día después, sus feligreses tenían que huir al monte, se empezaban a enterrar los muertos en las cunetas, los sublevados tomaban las calles del pueblo con ametralladoras y se le amontonaban las confesiones de crímenes cometidos de boca de falangistas y requetés. Los que pudieron huir no lo vivieron y el calvario de los que se quedaron lo guarda aún la sima de Otsoportillo.

Por eso las primeras páginas del libro de Ayerra son impactantes. Años después, a miles de kilómetros y con los hábitos colgados, el autor dará voz a todos ellos en este No me avergoncé del Evangelio, las memorias de un párroco que se irá desgarrando y rebelando ante el papel colaboracionista de la jerarquía eclesiástica en tan sangrienta cruzada.

Una pieza de indudable valor histórico que constituye una de las fuentes primarias más importantes para entender el papel de la Iglesia Católica en la guerra de 1936, que será utilizada por autores como José María Jimeno Jurío -cuyas anotaciones nos guían en este estremecedor relato- en la labor de recuperar la memoria de quienes fueron impunemente asesinados. Con el Evangelio como guía de su conducta, esta autobiografía limitada del cura navarro es una obra aleccionadora y revulsiva que como Ayerra asegura no tiene nada de ficción, ni en su fondo ni en su forma.

El autor justifica la segunda edición de este libro en 1959 porque cree que no está suficientemente llorada nuestra común y dolorosa tragedia, ni lo estará mientras quienes deben llorar no lloren y en sus lágrimas de cristiana y sincera contrición no se purgue y lave la mancha inferida, más que a España, a la Iglesia misma de Cristo en el caso de España. Ayerra piensa alto, siente hondo y habla claro haciendo memoria.

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